Nigeria: el deseo de volver a estudiar después de Boko Haram

(AFP). Poco queda del instituto de enseñanza secundaria para niñas de Chibok (Nigeria), donde hace casi dos años secuestró, en plena noche, a 276 adolescentes. Los habitantes piden que se reconstruya para evitar que el grupo islamista se salga con la suya.

No hay rastro de la palabra "niñas" en el cartel del exterior del establecimiento. Y tampoco de 219 estudiantes, de las que se sigue sin noticias.

Soldados con fusiles automáticos están apostados en el camino de tierra y del otro lado de la verja. Y eso que en las ruinas no queda nadie a quien proteger.

Sólo siguen en pie las paredes verde claro del edificio principal del instituto, y un armazón metálico oxidado del que ha desaparecido el techo. En el suelo, las malas hierbas crecen entre las rendijas.

El año pasado, poco antes de las elecciones, miembros del gobierno del expresidente nigeriano Goodluck Jonathan habían prometido la reconstrucción inminente del instituto de Chibok. Salvo unos cuantos bloques no hormigón nada da a entender que vaya a haber obras.

"Si el gobierno quiere hacer algo, que llame a una empresa de la construcción, que envíe a alguien", protesta Ayuba Alamson Chibok, tío de una de las rehenes, mientras levanta una polvareda enseñando lo que queda de una cama.

"Aquí en Chibok hemos alcanzado el nivel cero de educación", añade.

El maestro Yakubu Nkeki se indigna al enterarse de que en unas ciudades aledañas de las que el ejército expulsó a los islamistas ya han abierto varios colegios.

En Chibok, "ganó Boko Haram, esos que dicen que no quieren educación al estilo occidental", se queja.

ABANDONOS
El 14 de abril, para el segundo aniversario del secuestro, esta ciudad del sur del estado de Borno volverá a acaparar los focos.

Los padres de las estudiantes tienen previsto reunirse en el instituto para rezar por que vuelvan ilesas, explica Yakubu Nkeki, miembro de un grupo de apoyo a las familias.

Dieciséis padres y dos madres de las rehenes faltarán a la cita porque han muerto de enfermedad o en los ataques de Boko Haram, que han causado unas 20.000 víctimas en casi siete años.

Muchos de los que acudirán sufren trastornos psicológicos. La hipertensión y las úlceras también son moneda corriente en Chibok, explica Yakubu Nkeki.

Pese a la ola de indignación en el mundo por el secuestro, la población se siente abandonada.

La calle principal, bordeada de vendedores de cacahuetes y de reparadores de bicicletas, no está asfaltada. Tampoco lo está la carretera local.

El último ataque islamista en Chibok se remonta a enero, cuando tres suicidas mataron a 13 personas. Desde entonces, a la entrada de la mezquita se cachea a todos los fieles, niños incluidos.

Varios milicianos que participan en la lucha contra Boko Haram al lado del ejército patrullan armados con mosquetes.

"No hay agua, no hay electricidad, no hay carretera y a nivel de la seguridad no se hace lo suficiente", afirma Bulama Dawa, de 56 años. "Tenemos a muchos niños que se quedan en casa sin hacer nada, sin educación, los pobres no llegarán a nada".

LA ETERNA ESPERA 
Yawale Dunya, un granjero de 41 años, y otros padres de las estudiantes secuestradas residen en Mbalala, a unos diez minutos en coche de Chibok.

En la plaza del mercado de la aldea, que fue blanco de los ataques de Boko Haram, no hay actividad. Tan sólo se oyen los gritos de los niños, los balidos de las cabras y el sermón del imán por los altavoces de la mezquita.

Unas niñas tocadas con hiyab (velo) azul y blanco están sentadas sobre unos ladrillos, mientras unos niños limpian una cabra y otros sacan agua.

Yawale Dunya y otros hombres están sentados en un banco, a la sombra. Sus dedos desgranan las cuentas de un rosario. No es capaz de hacer mucho más desde el secuestro de su hija de 15 años, Hawa. 

La contraofensiva del ejército nigeriano permitió debilitar a los insurgentes islamistas y devolvió la esperanza a este padre: "Cuando vuelva a ver a mi hija sentiré una alegría inmensa en mi corazón".

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