La sensacional historia del conde que logró vender la Torre Eiffel más de una vez (Foto: BBC)
La sensacional historia del conde que logró vender la Torre Eiffel más de una vez (Foto: BBC)
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El protagonista de esta historia, que aunque suene inverosímil no deja de ser real, era un gallardo criminal que evadió la ley como lo hubiera hecho un personaje ficticio y no sólo vendió la Torre Eiffel sino que llegó a amenazar la economía de Estados Unidos.

No en vano, llegó a ser el hombre más buscado del mundo.

Pero también era astuto, sus modales eran refinado y su cultura exquisita.

Un agente secreto de EE.UU. lo describió diciendo que era "tan elusivo como una nube de humo de cigarrillo y tan encantador como el sueño de una chica joven".

—¿Quién era?—

Si no te hemos dicho su nombre es porque, honestamente, no lo sabemos.

Fíjate en este documento del FBI de 1935 describiendo al delincuente del que hablamos, quien "Buscado" durante décadas.

Aunque la firma dice claramente "Viktor Lustig", ese es apenas uno de los al menos 47 nombres con los que se le conoció, algunos de los cuales aparecen en la parte superior del documento de arriba, donde está el número 1.

"Cuando estaba evadiendo al FBI, por ejemplo, para burlarse de los agentes que lo estaban siguiendo usaba sus nombres para registrarse en los hoteles o embarcarse en botes", le contó a la BBC Jeff Maysh, autor de "Handsome Devil" (El diablo guapo"), la historia de este enigmático enemigo público.

"Aún no sabemos siquiera dónde nació: contó tantas historias distintas".

El documento del FBI dice que nació en octubre 1 de 1890 en Hostinné, antiguo Imperio Austrohúngaro, actualmente República Checa. Esa es la versión más común, sin embargo...

"Contacté a un historiador local y no estaba registrado en ningún lado con ninguno de los nombres que tuvo... ¡no existía!".

A pesar de no contar con esos datos con los que tradicionalmente apuntalan una historia -como el nombre y el origen del protagonista- Maysh se valió de documentos como los del FBI, los archivos de la legendaria prisión de Alcatraz (California), las memorias de la hija del famoso timador y los artículos de prensa de la época.

Así reveló las andanzas del personaje al que vamos a llamar "conde Víctor Lustig".

Deja la incredulidad... esta es parte de su historia.

—Un timador encantador—

El conde -título que por supuesto él mismo se dio- Víctor Lustig se vestía como un galán de las películas, era hipnóticamente encantador y hablaba 5 idiomas.

El diario New York Times señaló que "no era el tipo de conde falaz que se la pasa besando manos. En vez de ser teatral, siempre fue un noble digno".

Cuando llegó a Estados Unidos al final de la Primera Guerra Mundial, en la década de los locos años 20 -la era de la Prohibición, de Al Capone y del Jazz- el país estaba en su apogeo y los dólares iban y venían a un ritmo febril.

Los detectives de 40 ciudades estadounidenses le pusieron un apodo: "El cicatriz", por una que tenía en la mejilla izquierda resultado de un encuentro poco amigable con un rival en el amor en París.

El conde se había dado a conocer particularmente por su habilidad con la llamada "caja de dinero rumana".

"Era un truco clásico, no lo inventó él, pero era muy bueno para convencer a la gente de que podía copiar sus billetes. Le daban un billete y usaba la prestidigitación para cambiarlo por unos que había alterado, usando clara de huevo para cambiar los números de serie".

"Así parecía que había metido en la caja un billete y habían salido dos idénticos. Hasta llevaba a la víctima a la caja de un banco para que revisaran el billete 'copiado', confiado en que su trabajo era tan bueno que el cajero no notaría el cambio".

Una vez convencía a la víctima, le vendía la caja rumana por altas sumas de dinero.

Ese y varios otros tipos de timos lo convirtieron en enemigo público y millonario.

—"No se puede estafar a un hombre honesto"—

En 1925, el conde se embarcó en la estafa que lo volvería famoso.
Según las memorias del agente del servicio secreto estadounidense James Johnson, Lustig llegó a París en mayo de ese año, mandó a hacer papelería con el sello oficial del gobierno francés y se presentó en la recepción del lujoso Hôtel de Crillon, en la Plaza de la Concordia.

Pretendiendo ser un funcionario del gobierno francés, Lustig escribió a los líderes de la industria de desechos metálicos de Francia y los invitó a una reunión en el hotel.

"Debido a fallas de ingeniería, reparaciones costosas y problemas políticos que no puedo discutir, la destrucción de la Torre Eiffel es obligatoria", les dijo.

La Torre sería vendida al mejor postor, anunció.

"Los estafadores dicen que 'no se puede timar a un hombre honesto'. Todos los asistentes pensaron que estaban ante un gran negocio y que era una maquinación del gobierno francés. Por eso todos guardaron silencio... tanto que el primer estafado ni siquiera habló con la policía, pues estaba tan avergonzado".

Un silencio y una vergüenza que jugó a favor del conde.

"Según dicen algunas fuentes, lo volvió a hacer: se escondió en un hotel un par de días y cuando confirmó que se había salido con la suya, volvió a hacerlo otra vez".

Ilegal, inmoral... pero es difícil no reconocer su astucia.

—Los superfalsos—

La década se estaba acabando, así como los años locos: en 1929 llegó la Gran Depresión, que se originó en EE.UU. y rápidamente se extendió por el mundo.

"Estados Unidos estaba financieramente de rodillas y Lustig decidió empezar a imprimir su propio dinero".

"Hacía lo que llaman 'superfalsos'. Fue uno de los más talentosos falsificadores de la historia".

Su operación llegó a ser tan vasta que amenazó con sacudir la confianza en la Economía estadounidense.

"En esa época, el Servicio Secreto tenía dos tareas: proteger al presidente y evitar la falsificación de dinero".

Y había un agente secreto llamado Peter A. Rubano que había jurado que pondría a Lustig tras las rejas.

Cuando el conde se dedicó a imprimir billetes, se puso en su mira.
Pero atraparlo no era nada fácil. Lustig viajaba con un baúl de disfraces y se transformaba en un chasquido de dedos en un cura, en un portero o en un cargador de maletas para escapar sin problemas.

No obstante, un día primaveral de 1935 en una calle neoyorquina el agente Rubano logró su cometido: le puso las esposas al escurridizo conde.

—Unos meses más tarde...—

El 1º de setiembre de ese mismo año Lusting estaba en el Centro Federal de Detención en Manhattan perfeccionando su cuerda hecha de sábanas.

Cortó las rejas de una ventana y salió por ella colgado de su liana de tela cual Tarzán urbano.

Cuando notó que lo estaban mirando, sacó un trapo de su bolsillo y pretendió ser un limpiador de ventanas.

Al llegar al piso, dio una venia y se marchó.

Entre tanto, dentro del centro de detención, la policía entró a su celda y encontró una nota en su almohada con una cita de "Los Miserables" de Victor Hugo que entre otras cosas decía:

"La ley no fue hecha por Dios y el hombre puede equivocarse".

—"Bueno chicos, aquí estoy"—

Esta vez la libertad no duró mucho.

El 28 de setiembre, en Pittsburgh, en una persecución de autos digna de Hollywood, dos agentes federales lograron detener el vehículo en el que iba el conde.

Salió diciéndoles a sus captores: "Bueno chicos, aquí estoy", según el diario Pittsburgh Post-Gazette.

"Al final, el FBI y el Servicio Secreto lo atraparon y lo metieron en el único lugar del que sabían que no podría escapar: Alcatraz".

Allá llegó en abril 27 de 1936 con el nombre de Robert V. Miller y condenado a al menos 20 años de cárcel.

Al prisionero #300 la estadía no le sentó bien. Para 1946 había hecho 1.192 citas médicas.

Según los reportes médicos, el conde "tiende a magnificar sus dolencias físicas... y se queja constantemente de enfermedades reales o imaginarias".

En cualquier caso, lo transfirieron a un centro médico en Springfield, Misuri, donde los doctores confirmaron que no estaba fingiendo.

El 11 de marzo de 1947 a las 20:30 el más extravagante de los timadores murió por complicaciones de una neumonía.

Y ese sí es un dato biográfico confirmado, aunque en el certificado de su muerte el escribano registró como su ocupación, además de falsificador, "aprendiz de vendedor".

De sus años en la cárcel dejó un código de conducta para quienes se dedicaran al oficio en el cual fue experto.

Los 10 mandamientos de un estafador:

►Sé un oyente paciente.
►Nunca te muestres aburrido.
►Espera a que la otra persona revele sus opiniones políticas y luego concuerda con ella.
►Deja que la otra persona revele sus puntos de vista sobre la religión y luego ten los mismos.
►Alude al sexo pero no le des curso a esa conversación a menos que la otra persona muestre mucho interés.
►Nunca discutas enfermedades, a menos de que te muestren una preocupación especial.
►Nunca te inmiscuyas en las circunstancias personales de la otra persona (te revelará todo eventualmente).
►Nunca alardees (deja que tu importancia sea discretamente obvia).
►Nunca seas desordenado.
►Nunca te emborraches.

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