(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

No es mi propósito ocuparme en este artículo de la Universidad César Vallejo (UCV), pues tiene en su presidencia y rectorado a dos connotadas personalidades, Beatriz Merino y Humberto Llempén, que responden por ella. En mi condición de fundador, sin embargo, debo aclarar un par de graves distorsiones.

Con motivo del censo 2017 se intentó presentar a la UCV, de manera suspicaz, como la única firmante de un convenio de auspicio con el INEI, que en verdad alcanza a otras muchas universidades e instituciones privadas y estatales. Además, al ser iguales los términos del convenio, todas ellas (no solo la UCV) pueden acceder a la base de datos del INEI, que es en esencia pública.

A esta distorsión se añade otra que busca enturbiar la imagen de la UCV, atribuyéndole falsa y maliciosamente, un supuesto aprovechamiento político del convenio con el INEI a favor de César Acuña Peralta. No puedo más que expresar mi tajante rechazo a estas denigrantes aseveraciones.

Yendo a lo fundamental, la gran pregunta que me hago en este espacio libre, abierto y plural que me otorga el diario El Comercio, es cómo los peruanos que participamos activamente en la política podemos contribuir a que esta tenga una mejor conexión con el ciudadano, generalmente decepcionado del desempeño gubernamental y legislativo de sus elegidos.

Desde hace mucho tiempo mi quehacer político está enteramente volcado al liderazgo, organización y fortalecimiento del partido Alianza para el Progreso (APP). En la actualidad, APP viene a ser uno de los más importantes canales de participación democrática, descentralizada e integradora del país. Ello le da un indiscutible peso representativo en el Congreso, regiones y alcaldías. Una posición ganada a pulso y a la inversa del camino de improvisación recorrido por otros proyectos políticos.

No obstante ello, en APP no nos anima únicamente el hecho de ser una alternativa democrática de gobierno y poder. Nos anima el deseo de ser una piedra angular en el ambicioso proyecto de reconstrucción de los partidos políticos, que ojalá prospere.

Comprendemos que no debemos quedarnos en el mero rescate del sistema institucional democrático. Es urgente que todos demos el paso decisivo para mejorarlo, perfeccionarlo y reformarlo, agotando todos los medios posibles de diálogo y conciliación. Esto supone estar más allá de las tradicionales rutinas del voto y del calendario electoral.

Solo así, y colocándonos por sobre nuestras confrontaciones estériles y viscerales de siempre, podremos avanzar en la construcción de un espacio de convivencia política común. Es aquí donde podremos cuajar acuerdos y consensos básicos de largo plazo. Es aquí donde podemos hacer posible un nuevo proyecto de futuro para el país, que por nada del mundo deberíamos perder. Será nuestra mejor apuesta contra los lastres de pobreza, desigualdad, inestabilidad, violencia, inseguridad y corrupción que arrastramos históricamente.

A estas alturas siento, con profunda tristeza, que nos estamos dejando llevar por una fuerte corriente de desconfianza, recelo, desprecio, animadversión y odio en el otro, lo que hace prácticamente imposible que en un escenario oscuro como este, cargado de pasiones, intolerancia y violencia verbal, podamos perfilar puntos claros de entendimiento como los que conseguimos tras el derrumbe autocrático del 2000 y que hasta ahora nos duran.

Si de entonces a hoy conseguimos un proyecto de futuro, que ya languidece, ¿por qué no podríamos forjar uno nuevo, más audaz, consistente, justo y distributivo? Empecemos por pasar de la crítica a la acción y por hacer más cercana que nunca la posibilidad de cerrar un ciclo y abrir otro con un pacto político de puntos mínimos que consolide nuestros pilares de desarrollo educativo, económico, social y ambiental.