Más allá de Pokémon Go, por Giancarlo Cappello
Más allá de Pokémon Go, por Giancarlo Cappello
Giancarlo Cappello

Pokémon Go es una exitosa aplicación móvil que ha llevado ‘de cacería’ a grandes y chicos por las calles de la ciudad. Verlos apuntar con sus smartphones o correr desenfrenadamente a la próxima pokeparada, ha merecido comentarios distintos: mientras unos agradecen que el juego no promueva el sedentarismo, otros señalan que estamos ante el inicio del apocalipsis zombi. Lo cierto es que se trata de un fenómeno que ha hecho evidente algunos conceptos más allá de la propia aplicación.

Por ejemplo, que jugar no es una actividad adormecida en los adultos. Al contrario, los juegos han demostrado ser capaces de poner en jaque cualquier tabla de productividad. Si las empresas ya tenían que lidiar con las distracciones que suponen Facebook, Snapchat y demás, la aparición de fenómenos lúdicos con alto poder adictivo supone todo un desafío. Solo empresas avispadas han sabido aprovechar la ola Pokémon para montar negocios o desarrollar programas de cacería para sus empleados a fin de no perderlos… del todo.

Que el juego puede ser la mejor herramienta de socialización. Pokémon Go ha logrado la misma cantidad de usuarios activos que Twitter y más descargas en smartphones que Tinder. Según la firma de análisis de datos SimilarWeb, ha sido capaz, incluso, de desplazar a la palabra ‘porno’ en el ránking de los motores de búsqueda. 
Que los ‘millennials’ y las generaciones precedentes, separados por una brecha donde los jóvenes saben más que los adultos de Internet y de aplicaciones, pueden aproximarse y coexistir en un mismo entorno tecnológico. Pokémon Go ha probado que las distancias se diluyen y que las edades se encuentran y redimen cuando el juego conecta sus tiempos libres.

Que aquella visión de los videojuegos que mostraba sujetos enajenados y con sobrepeso debe actualizarse. El juego es mucho más racional de lo que sugiere el sentido común o el prejuicio convertido en cliché. Ahí están para demostrarlo todos los ‘gamers’ de FIFA 16 que cumplen religiosamente su sesión pelotera semanal en alguna de las muchas canchas de la ciudad.

Que la realidad aumentada, aunque existe desde hace años, ha obtenido carta de ciudadanía y va a trasformar la manera de consumir los medios. Su alcance llega más allá de los juegos, pues permite al usuario aprovechar los entornos del mundo real para interactuar con una experiencia digital que se integra a su vida cotidiana. Seguro dejará de ser un divertimento para convertirse en un producto cultural al que la gente dedique tiempo y dinero.

Que las buenas historias siguen importando y la tecnología es solo una herramienta. ¿Alguien cree que hubiera sido lo mismo sin una mitología tan fuerte como la de Pokémon? ¿Estaríamos hablando de un fenómeno si el juego se llamara Atrapabichos?

Y, finalmente, que lo viejo conocido es siempre bienvenido. Porque, en un tiempo saturado de estímulos y novedades, solo es capaz de confortarnos lo que ya conocemos, lo que permanece pese a todos esos cambios y primicias. Es decir, el cálido abrazo del regreso, de la repetición. El éxito de Pokémon Go se nutre –en buena cuenta– de la memoria, de la nostalgia por la infancia. De ahí que exista toda una actualización de estéticas y narraciones del siglo XX. Porque nunca será tarde para convertirse en un maestro Pokémon o en cualquiera de nuestras más hermosas fantasías.