¿Apolíticos, apáticos o apartidistas?, por J. Díaz-Albertini
¿Apolíticos, apáticos o apartidistas?, por J. Díaz-Albertini
Javier Díaz-Albertini

¿Qué hay de especial en la categoría ‘joven’ cuando nos referimos a la política? Las encuestas que miden las actitudes, creencias y prácticas políticas indican que las diferencias más importantes no se dan en términos de edad, sino en el nivel de educación e ingresos. Por ejemplo, el interés en la política y los niveles de participación de las personas con primaria completa son muy parecidos, sin importar la edad. La preocupación acerca de los jóvenes y la política proviene, más bien, del ámbito del “debe ser” (la esperanza de que estos sean mejores que nosotros y solucionen los problemas que hemos creado). 

Cada vez es más común escuchar que los jóvenes son ‘apolíticos’, término que podríamos definir como el nulo grado de interés en la política. En la última Encuesta Mundial de Valores (2010-2014), el Perú se encuentra entre los últimos cinco países al momento de medir el interés en la política. Solo el 26,4% de encuestados manifestó estar muy o algo interesado, siendo 46,2% el promedio mundial. 

Sin embargo, los jóvenes peruanos en este estudio tienen superiores niveles de interés (32%) que los ‘mayores’ (24%). Además, otras encuestas realizadas en Lima y en todo el país muestran que más del 50% de los jóvenes manifiestan interés aunque, eso sí, de forma distinta. 

Cuando uno revisa Facebook, invariablemente habrá algún ‘post’ sobre un asunto político, sean denuncias, campañas de sensibilización, petitorios, etc. Los jóvenes están más expuestos que nunca a la información y pueden inmediatamente reaccionar ante ella (sea con un simple ‘like’ o un comentario). 

Pese a que Mario Vargas Llosa deplora la banalización de la política porque –entre otras cosas– las personas del mundo del espectáculo se han convertido en líderes de opinión, lo cierto es que la política llega a más personas. En las recientes elecciones, por ejemplo, los pleitos tuiteros entre los miembros del elenco de “Al fondo hay sitio” respecto a la candidatura de Keiko Fujimori, logró ampliar enormemente la cobertura de la campaña antifujimorista. 

Bueno, los jóvenes se interesan en la política, pero también es común escuchar que son apáticos. ¿Cómo definir la apatía? Lo usual es vincularlo al grado de participación. 

Una medida estándar es preguntar la frecuencia con la que discuten de política con amigos. Según el Latinobarómetro del 2015, el 33,1% de los jóvenes cae bajo la categoría ‘nunca’ (comparado al 34,8% del promedio nacional). Es decir, son tan apáticos como los demás. 

Como mencionamos, la gran diferencia se da en términos de educación. En el mismo estudio, mientras el 63,2% de los jóvenes con primaria completa eran apáticos, esta condición solo era compartida por el 23,3% de los que contaban con educación superior completa. 

Más que apatía, los jóvenes tienden a responder a agendas políticas construidas con sus otros significativos, algo lógico en tiempos de hiperindividualismo e identidades líquidas. 

La sociedad posmoderna ha abierto una enorme posibilidad y libertad de seleccionar identidades, al igual que la facilidad de cambiarlas. De ahí que resulte más difícil que un joven se comprometa profundamente con una persona, posición u organización. Prueba de ello es Julio Guzmán y las pasiones tan transitorias que despertó. 

Igualmente, los jóvenes se orientan por temas y no tanto por ideologías, programas y organizaciones. Se movilizan por aquello que los afecta directamente. Más pragmatismo, menos construcción de utopías.

Lo que parece ser claro es que los jóvenes son apartidistas, entendiendo este término como la negativa a ser miembros de organizaciones políticas. En la Encuesta Mundial de Valores, solo el 1,5% de jóvenes peruanos manifestó ser miembro activo de algún partido político. 

Enrique Fernández Maldonado –en su estudio de los jóvenes movilizados contra la ‘ley pulpín’– muestra con claridad la difícil relación que existía entre los jóvenes pertenecientes a organizaciones con aquellos que no. No se confía en las organizaciones y por ello resienten que traten de sacar provecho de la movilización ajena.

Esta desconfianza, compartida con todas las generaciones, lleva a que muchos busquen la novedad y el cambio –como fue claro en la primera vuelta electoral–. En contraste, en la segunda vuelta, solo hay caras conocidas... y en esta situación resulta difícil generalizar sobre el voto joven. 

Hay muchos con necesidades insatisfechas que podrán ser atraídos por un discurso clientelista que responda más al pragmatismo que al convencimiento, mientras otros buscarán el mal menor guiados por el antivoto. Finalmente, una minoría plasmará su convencimiento ideológico o rechazo votando en blanco. Lo claro es que, por sus características, incidentes, exclusiones y vacíos, no ha sido un proceso electoral que haya logrado acercar a la mayoría de jóvenes a la política organizada.