(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Maki Miró Quesada

La semana pasada un video captado en la calle por transeúntes sobre un violentísimo pleito familiar copó las redes sociales y los noticieros. Yo vi la versión no censurada por los canales, la versión ‘raw’. Con todos sus epítetos e insultos, mucho más difícil de mirar que la que se pasó por televisión. Fue duro de ver. Casi insoportable. Es difícil decidir qué me causó más horror. La trompada en la cara, la cabeza chicoteando para atrás, la mujer tironeada del cuello y del pelo, tirada en el piso, son escenas que nunca voy a olvidar. Como tampoco olvido a la otra mujer implorando calma, interponiendo su cuerpo para separarlos, y una tercera mujer de uniforme blanco con un celular en la mano buscando seguramente ayuda: la única presencia cuerda en medio del horror y con la única que me pude identificar. Es lo que hubiera hecho yo. Llamar a la policía para que se lo lleven preso.

Hubo más. Los insultos llovieron, cosa ya usual en Lima. Hubo mucho “loca de m...”, reafirmando la condición de desequilibrada mental a menudo atribuida por los hombres a las mujeres cuando fallan los argumentos (casi nunca se escucha “loco de m...”). Pero hubo mucho más. El sujeto se dirigió a los que filmaban y les espetó: “¿Porque es mujer, porque tiene –aquí insertar palabra que rima con ‘mucha’– va a abusar de uno?”. Allí cruzó una raya para siempre. La que distingue la civilización de la barbarie.

Hubo más. Personas amigas de los protagonistas empezaron una suerte de control de daños. Primero escondieron el video, rogando que no se filtre, “para protegerlos”. Después comentaron que “es mejor no opinar porque no los conocen”, que “el sujeto es un hombre tranquilo y no se sabe quién empezó el pleito”, que “seguro enloqueció”, que “la víctima está loca”, que “esto es una tragedia familiar”. No, esto no es una tragedia familiar. Nadie murió en un accidente, no hubo mala suerte ni fatalidad. Esto es una tragedia nacional si pensamos que las acciones de alguien justifican una pateadura y llevarse de encuentro a todas las mujeres. Proteger a los que queremos no es barrer debajo de la alfombra, es ponerlos frente a sus responsabilidades y que las asuman. Es que paguen si cometen un delito. Es vivir con la verdad, dejar de lado el qué dirán y así ser mejores. Es sanar esta sociedad. Pero hay más. Las redes en un 80% le dan la razón al tipo. “Ya es hora de que les peguen a esas viejas locas que abusan de los hombres, ¡si ellas eran cuatro contra uno!”.

A menudo he vivido en sociedades donde no se necesita de un proceso judicial para castigar al violento, le decretan muerte social y basta. La sociedad de Lima haría bien en adoptar esta práctica. Habría menos mujeres golpeadas y más hogares felices.

Si no este país no sale del Tercer Mundo, así suba el PBI al cielo.