No basta mayor inversión, por Marcos Garfias
No basta mayor inversión, por Marcos Garfias
Marcos Garfias Dávila

La investigación científica en las universidades peruanas es una actividad heroica, hecha por lo general de voluntarismos y talentos individuales. Siempre ha sido así y muy poco se ha hecho para que las cosas cambien. Durante mucho tiempo, esto se explicó por la falta de recursos con los cuales financiarla, como resultado del mal desempeño de la economía nacional. Incluso hoy, luego de dos décadas de crecimiento económico, las mediciones internacionales indican que el Perú es uno de los países de la región que menos invierte en investigación. Sin embargo, la falta de recursos es solo una parte del problema. 

Veamos el asunto más de cerca. Desde el año 2004, gracias a la ley del canon, cientos de millones de soles fueron destinados a las universidades públicas para ser invertidos en tareas de investigación; no obstante, pese a este favorable escenario, no se ha investigado más ni mejor que hace una década. Desde la postura de los universitarios tal situación se debió a que esta ley prohibió cualquier tipo de remuneración con estos fondos. Primó en ello la desconfianza de los funcionarios del Ministerio de Economía. Entonces, sin un incentivo real de por medio, ningún docente universitario estuvo dispuesto a involucrarse en investigación alguna.

Pero esta no es la única razón. Para ser honesto, el asunto es mucho más complejo y aquí apenas se esboza un intento de respuesta. Desde un ángulo más estructural, el corazón del problema se encuentra en las pobres capacidades de investigación de los universitarios. Como se sabe, la mayor parte de docentes en nuestras universidades nunca tuvieron oportunidad para desarrollar las complejas habilidades que requiere la investigación científica, frutos que solo maduran con el tiempo y con la práctica permanente. Desde luego, tampoco fueron entrenados para esa labor sino muy superficialmente. 

Aquellos que sí se entrenaron de manera sistemática lo hicieron a costo de enormes sacrificios en los pocos espacios que para ello ofrece el país. Otros más afortunados lo hicieron gracias a becas de posgrado en el extranjero. Sin embargo, todos tuvieron dificultades para reproducir y poner en práctica lo aprendido. La principal traba ha sido el diseño mismo de las universidades, pues ni su organización ni su burocracia fueron programadas para convertir a la investigación en parte de sus labores cotidianas. En la práctica, estas han sido moldeadas únicamente para formar profesionales. En ello ha pesado la persistente apuesta de la clase política y empresarial por el viejo modelo primario exportador de desarrollo, que solo requiere personal capaz de administrar conocimientos y tecnologías importadas.

Las excepciones de esta regla han sido unas pocas facultades de algunas universidades públicas y privadas, pero incluso estas corren el riesgo de perderse. Vistas así las cosas, urge construir fuertes consensos en la sociedad para formular cambios en nuestro modelo de desarrollo y promover, al mismo tiempo, sustanciales reformas en la estructura y en las funciones de la universidad, lo que asegura el financiamiento necesario más allá de los ciclos económicos. De lo contrario, ni se van a generar sólidas capacidades de investigación ni se ejecutaran las investigaciones que se requieren para construir una mejor sociedad.