La batalla ‘antipulpín’, por Mario Sifuentes B.
La batalla ‘antipulpín’, por Mario Sifuentes B.
Redacción EC

Luego de esa penosa demostración de los partidos en el Congreso con su súbito cambio de opinión en relación con la pertinencia de la ‘’, los especialistas de cada agrupación se preguntan de qué manera encauzar la indignación juvenil para ganar preferencias y convertirlas en suculentos votos para las próximas elecciones. La tarea es dura porque el vínculo de representación entre dirigentes y la ciudadanía está roto hace tiempo, principalmente, por responsabilidad de los propios partidos que, con su andar negligente, han vaciado de contenido y socavado su relación con la sociedad civil. 

En su afán acomodaticio, han relajado sus compromisos doctrinarios, desarticulado su discurso, casi perdido la visión de mediano y largo plazo y, con ello, menoscabado su identidad. Esa debilidad estructural hace posible que los políticos se contradigan a sí mismos y se pierdan en el laberinto de la coyuntura. Pero, más allá de la ‘ley pulpín’, hace que pongan en evidencia un comportamiento nocivo en nuestra historia política, ese que apunta descaradamente al rédito inmediato y que, lejos de argumentar o ampararse en la razón, se cobija en actitudes populistas. 

Esa falta de sustancia ha hecho que la mayoría de partidos pretenda cohesionar una identidad no a base de una propuesta integral, sino que justifica su existencia oponiéndose permanentemente a quienes tiene en la vereda de enfrente. Los partidos, lejos de existir en virtud de una visión futura del país, que nos prometa una mejor calidad de vida y un continuo desarrollo económico y social, pretenden amalgamar su identidad vía el facilismo de destruir las propuestas del ‘enemigo’. Lamentablemente, no tienen siquiera la voluntad de escuchar. De plano, el diálogo, el debate y los consensos se hacen casi imposibles.

En ese contexto, ¿qué podrían considerar los jóvenes para evitar ser tratados como ‘pulpines’ en el camino a las próximas elecciones? Primero, ser conscientes de que de ellos ya depende buena parte del futuro del país, pues los menores de 29 años suman un tercio del electorado. Segundo, entender que nuestro sistema político está viciado y que la mayoría de sus representantes recurrirá inevitablemente a estratagemas populistas para ganar sus oídos y, luego, el favor de sus votos. Tercero, que necesitamos apostar por líderes que antepongan una propuesta programática, la razón y un respaldo técnico en su discurso, más allá del culto a una personalidad. Cuarto, ser conscientes de que hace 25 años el país estaba inmerso en una de las crisis más profundas desde su independencia y que todavía estamos en la mitad de un proceso que involucra a tres generaciones y que tiene, en los próximos 15 años, una fase decisiva y culminante. 

Pese a la desaceleración en su crecimiento, la economía peruana sigue siendo hoy la columna vertebral de la que se sostiene nuestra sociedad, pues esta no cuenta todavía con el soporte de instituciones sólidas. Por ello, cambiar drásticamente las bases sobre las que reposa nuestro desarrollo sería una necedad que podría echar a perder el gran –pero insuficiente– avance que hemos experimentado en el último decenio, gracias a las reformas que se diseñaron en la década de 1990. Los jóvenes deben ser conscientes de que lo que decidan hoy afectará pronto e inevitablemente sus vidas y las de sus familias.