Fernando  Bravo Alarcón

En medio de expectativas algo forzadas y recurrentes miradas críticas, la reciente Conferencia de las Partes de la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático () realizada en Egipto culminó con algunos compromisos de gran interés, pero con pocas determinaciones firmes y aplicables. Con 27 años a cuestas negociando la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, el fantasma que persigue a este cónclave es el de un creciente escepticismo acerca de sus logros concretos.

Aunque está pendiente emprender un balance global del legado de estas conferencias, ameritan resaltarse algunos resultados de esta COP27. Para empezar, se creará un mecanismo de compensación por pérdidas y daños para los países vulnerables ante el , aparte de constituirse una agenda global de adaptación con 30 metas clave. También se destaca la necesidad de acercar la cuestión climática a la problemática de la biodiversidad, que han estado corriendo por cuerdas separadas. Sin embargo, no se especificó cómo se financiará dicho mecanismo de compensación y qué países se beneficiarán. Parecen acuerdos tan gaseosos como el dióxido de carbono cuya emisión las COP buscan contener.

Otro aspecto importante fue la participación de políticos, científicos, periodistas, activistas y empresas. Se habla de más de 40 mil asistentes, entre los cuales se registró la presencia de lobistas, sin olvidar que una corporación con palmarés ambiental poco recomendable se constituyó en patrocinadora del evento. Una decisión políticamente incorrecta. Cabe destacar, también, la asistencia de delegaciones representativas de poblaciones indígenas, cuya voz se ha vuelto más frecuente en estas cumbres climáticas, indicativo de la robusta relación entre ecosistemas, grupos étnicos y calentamiento global.

En el caso de la delegación peruana, resulta difícil prever qué tanto de lo que propusieron tendrá vigencia ahora, pues, con los recientes y abruptos cambios políticos, los responsables y funcionarios del sector ambiente que asistieron a esta COP27 ya deben estar dedicándose a otra cosa en estos momentos. No hay mucho que decir sobre los políticos peruanos que por todos estos años han hecho presencia en estas conferencias climáticas. Bastante complicado establecer la relación costo-beneficio allí.

Por último, no se pueden pasar por alto las resistencias que aún despiertan los derechos humanos y los asuntos de género en países como Egipto, lo que se reflejó en las dificultades que enfrentaron sus promotores con algunos paneles y mesas durante el evento, situación discordante con la amplia literatura climática que ha demostrado las fuertes conexiones entre los temas de género y el cambio ambiental global.

Pese a algunos logros algo declarativos, la COP27 proyecta una sensación de insatisfacción, dudas y escaso optimismo. Lo que pudo ser un encuentro que implemente los compromisos y decisiones anunciados en las pasadas conferencias, no lo fue. Mientras tanto los años pasan y la tan ambicionada meta del Acuerdo de París para no superar los 1,5°C promedio se posterga ‘sine die’. Las élites y los movimientos ambientalistas aún no hallan la clave para hacer que los acuerdos climáticos sean vinculantes. Se necesita más ciencia, pero también más política. ¿Y quizás más anomalías y desastres hoy para reaccionar?