(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Verónica Zavala

Esta semana se conocieron los resultados del Índice Global de la Brecha de Género 2017 que produce anualmente el World Economic Forum (WEF) y, por primera vez desde que comenzó ese registro en el 2006, este índice que mide disparidad en oportunidades y acceso entre hombres y mujeres en las áreas de salud, educación, política y economía ha empeorado. La magnitud de la profundización de la brecha implica que cerrarla, si no se hacen políticas activas, ya no ocurrirá en 83 sino en 100 años. En el caso de América Latina, esta brecha tardaría en cerrarse 79 años. Pero los promedios esconden enormes diferencias: cerrar la brecha en educación tardaría en promedio 13 años, mientras que la brecha en oportunidades económicas es mucho más profunda y tardaría 217 años en cerrarse. Claramente, el laissez faire, cuando se ha tratado de inclusión económica para las mujeres, no ha sido efectivo.

El Perú está hoy en el puesto 48 de 144 economías que mide este indicador del WEF, una mejora relativa de 12 puestos respecto del 2016. Son cuatro componentes los que mide el índice y –mirando al detalle– la situación es menos auspiciosa: educación 82, salud 49, economía 98 y política 33. Lo que explica el avance de 12 puestos respecto del 2016 es el subindicador que captura incorporar mujeres en los gabinetes ministeriales, ya que en este subindicador obtenemos la mejor posición (17) de todos los componentes que mide el índice. Si bien este indicador es per se positivo –un Gabinete diverso, como cualquier cuerpo colegiado diverso, toma mejores decisiones y además tener mujeres en puestos de liderazgo tan visibles ayuda a que cientos de miles de jóvenes cuenten con modelos que emular–, también es cierto que no da cuenta de cambios estructurales (y en el Perú es la foto de un momento feliz más que una realidad permanente).

El Índice de Brecha de Género del WEF nos ubica en el puesto 98 en el componente que mide participación y oportunidades económicas y este componente tiene a su vez varios subindicadores. Sin embargo, si bien por un lado se ha avanzado en escolarizar a niñas y jóvenes ya no solo a nivel de primaria y secundaria, sino también a nivel de educación superior. El índice del WEF captura estos avances en las carreras profesionales de las mujeres. También captura el avance en la incorporación al mercado laboral y a posiciones gerenciales medias. Los indicadores que vemos en el WEF en materia de oportunidades económicas son muy consistentes con la historia que, desde instituciones como el BID, hemos visto en el Perú y el resto de América Latina: enormes esfuerzos por la universalización de la educación, y mujeres acudiendo masivamente a la educación superior –aunque tienden a estar sobrerrepresentadas en empleos típicamente femeninos (enfermeras o maestras) y subrepresentadas en empleos “masculinos” (abogados, trabajadores de maquinaria pesada o trabajos en las ciencias y tecnologías)–.

En este mismo componente de oportunidades económicas, en lo que respecta a la brecha en el campo salarial, el subindicador ubica al Perú en el puesto 128. Este es el indicador de peor desempeño para el Perú de todos los indicadores medidos. En materia de discriminación salarial, la situación de América Latina parece ser bastante generalizada. Aun cuando Nicaragua sorprende por sexto año consecutivo al ubicarse en el top 10 de paridad –el único país de la región en posición tan expectante–, ocupa el puesto 111 en términos de igualdad salarial. Nuestros socios de la Alianza del Pacífico comparten ominosos lugares: Colombia en el 113, México en el 125 y Chile en el 127. Esto es consistente con la data que da cuenta de que, en América Latina, las mujeres reciben cerca de 40% menos que los hombres en términos salariales.

La evidencia empírica que se ha venido produciendo a lo largo de los mismos años que se ha venido elaborando el índice del WEF (desde el 2006) da cuenta de que la falta de un acceso equitativo de la mujer en la empresa, la sociedad y la política es una limitante para el buen desempeño de nuestras sociedades. La buena noticia es que, dados los niveles de preparación de las mujeres y lo que sabemos hoy, podemos tener esperanza de tener economías y sociedades cada vez más inclusivas. Solo en lo económico, en el BID calculamos que la inclusión plena de la mujer elevaría el PBI regional en 14% al 2025. Una mayor inclusión de la mujer en lo laboral genera empresas más productivas; los directorios diversos son más inteligentes, así como los parlamentos más inclusivos generan consensos más sostenibles. Lo anterior no son buenos deseos, sino verdades con sustento factual.

Un tema que no mide el índice del WEF es el de la violencia de género, tema que se ha discutido ampliamente en las últimas semanas a partir de terribles casos de violencia concretos y la difusión de unos ránkings específicos que ubican a Lima y al Perú muy rezagadamente respecto de países relativamente modernos y prósperos, con los cuales solemos compararnos. Esfuerzos por medir el costo económico de este flagelo lo calculan entre 1,2% y 3,7% del PBI. Pero lo más importante no es el monto en sí, sino que nos desnuda como una sociedad primitiva y abusiva. Ni una menos.