"Este es un cambio histórico que le va a permitir a la policía –si persevera en la depuración y, a la vez, en la modernización, profesionalización y acercamiento a la comunidad– cumplir con el sueño de llegar a ser la mejor institución del Bicentenario". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Este es un cambio histórico que le va a permitir a la policía –si persevera en la depuración y, a la vez, en la modernización, profesionalización y acercamiento a la comunidad– cumplir con el sueño de llegar a ser la mejor institución del Bicentenario". (Ilustración: Giovanni Tazza)

La corrupción comienza a ser el problema más importante. Las razones son obvias y justificadas. El crimen organizado no existiría si no lograse penetrar el Estado. Luchar contra ella se convierte en un imperativo para todos los que ejercemos función pública.

Después de ocho meses de trabajo de la División de Investigación de Delitos de Alta Complejidad y en estrecha colaboración con las fiscalías contra el crimen organizado, logramos destruir a Los Babys de Oquendo, encabezada por el hermano del tristemente célebre ‘Cholo Jacinto’, quien desde el penal de Juliaca logró reconstruir su organización criminal –con los remanentes de Los Injertos y Los Destructores–, dedicada principalmente al tráfico de terrenos y a la extorsión.

No solo llamó la atención la importancia del megaoperativo, que involucró a más de 1.000 policías y 70 fiscales en la madrugada del 26 de junio, sino que entre los detenidos estuviesen 24 policías (dos comandantes, un capitán y 21 suboficiales), y tres funcionarios de alto nivel del Instituto Nacional Penitenciario (INPE).

Esta penetración del crimen en el Estado, en particular en la policía, no es para nosotros novedad. En los 68 megaoperativos que se han realizado en estos 11 meses de trabajo, se ha detenido a 876 delincuentes de los cuales 63 eran policías. ¿Es la policía la institución más corrupta? No lo creo. Pero sin duda hubo y hay policías que deshonran el uniforme y violan la ley.

Lo que está ocurriendo en la policía, más bien, es tremendamente importante. El comando de la institución comparte la visión que llevamos al ministerio. Una institución que quiere ser grande no es cómplice de sus malos miembros. Viéndolo de ese modo, lo que está sucediendo en la policía es notable. Desafío al lector a que me señale otro ejemplo en que los miembros de una institución sean investigados con esa frecuencia y severidad, cuando se descubre que algo incorrecto puede estar ocurriendo.

Como declaró el director general de la Policía Nacional del Perú en un programa reciente: “Hemos adoptado una posición firme, contundente, clara para todos aquellos malos policías. No hay espacio para la corrupción para aquellos que pretendan todavía continuar con estas malas prácticas. Tengan la plena seguridad, si tenemos que sacar a más del 10 o 20 por ciento de la policía, lo vamos a hacer”.

Este es un cambio histórico que le va a permitir a la policía –si persevera en la depuración y, a la vez, en la modernización, profesionalización y acercamiento a la comunidad– cumplir con el sueño de llegar a ser la mejor institución del Bicentenario. Creo que lo podemos lograr, pero para ello, los irrecuperables, que los hubo y los hay, no pueden vestir el uniforme. No los hemos descubierto a todos, pero perseveraremos.

Hay quienes creen que barrer bajo la alfombra es la forma de proteger a las instituciones y que denunciar los hechos incorrectos afecta la moral. Discrepo y creo que muchísimos policías coinciden conmigo. Lo que les duele es cuando ven que malos elementos actúan incorrectamente y no son sancionados. La moral colectiva exige sacar del barril las manzanas podridas.

Es muy importante señalar acá que no se sanciona a suboficiales de tercera para proteger a generales. Hubo al inicio que decir que algún general podría tener vínculos con un grupo irregular que, según muchos indicios, mataba a delincuentes de poca monta para obtener beneficios. Hoy el Ministerio Público avanza en la investigación y coincide no solo en eso, sino en que fueron cerca de 100 quienes podrían ser llevados a proceso. Por cierto, también en ese caso, quien descubrió, investigó y denunció estas prácticas inaceptables fue un corajudo comandante de la policía.

Por poner otro ejemplo. Cuando hubo que apoyar al Ministerio Público para desenterrar una investigación contra tres generales, que convenientemente yacía en oscuros archivos, pese a los indicios de que se habrían apropiado de varios millones por reparaciones de vehículos que nunca se habían hecho, lo hicimos sin dudar. El tiempo pasa y ya el fiscal ha elevado el caso al juez.

Sé que piso callos, que me granjeo enemigos poderosos, pero seguiremos actuando de ese modo, caiga quien caiga.

Quiero, por último, resaltar lo difícil que debe ser para un policía investigar a un colega a quien puede conocer o incluso tener amistad.

Cuando los veo haciéndolo con tanto coraje, no puedo olvidar un pequeño cuadro con una frase de Cicerón que veía a la entrada de la casa de mi tío José María de la Jara, ministro del Interior en 1980, en el que se leía: “Antepongo la amistad a todo, excepto al honor y a la virtud”.

Los policías valientes y honestos que se atreven a poner en práctica este principio, deben pues merecer toda la admiración ciudadana. No se pueden ver las capturas de policías por policías como un signo de descomposición institucional. Quien sepa leer bien lo que ocurre, se dará cuenta de que está presenciando un gran renacer y un ejemplo que ojalá, por el bien del Perú, irradie hacia otras instituciones.

Una casa limpia es una casa grande, una en la que una institución puede crecer sanamente hasta lograr sus mejores objetivos.