"La tecnología tiene un lugar en las ciudades, pero ese lugar no está en todas partes". (Iustración: Víctor Sanjinez)
"La tecnología tiene un lugar en las ciudades, pero ese lugar no está en todas partes". (Iustración: Víctor Sanjinez)
Shoshanna Saxe

Al igual que un aula llena de estudiantes destacados y competitivos, las ciudades de todo el mundo se apresuran a declararse “inteligentes” –haciendo uso de sensores, datos y cámaras ubicuas para ser más eficientes, seguras y sostenibles–.

Las hacen dos promesas fundamentales: una gran cantidad de datos y una toma de decisiones automatizada basada en esos datos. La ciudad inteligente ideal requerirá una serie de existentes y por inventar, desde sensores hasta robots e inteligencia artificial. Para muchos, esto promete una ciudad más eficiente y equitativa; para otros, plantea preguntas sobre la privacidad y el sesgo algorítmico.

Pero hay una preocupación más básica cuando se trata de ciudades inteligentes: serán extremadamente complejas de administrar, con todo tipo de vulnerabilidades impredecibles. Siempre habrá un lugar para la nueva tecnología en nuestra infraestructura urbana, pero podemos encontrar que, a menudo, las ciudades “tontas” se desempeñarán mejor que las inteligentes.

Como sabemos muy bien por nuestra experiencia personal, los productos tecnológicos tienen una vida útil corta pero confiable. Aceptamos interrupciones regulares en la función de Internet y teléfono celular como un hecho de la vida. La tecnología envejece rápidamente. Con fallas crecientes comunes, aun cuando solo han pasado un par de años desde su primer uso.

¿Pero aceptaríamos la misma tasa de interrupción en, digamos, nuestros servicios de agua y energía? La infraestructura de la ciudad, especialmente en los países de altos ingresos, está diseñada para durar décadas o siglos, y siempre debe funcionar. Los puentes están construidos para durar 100 años; los túneles, por más tiempo.

Sin embargo, la nueva tecnología del 2015 estará desactualizada antes del 2020.

Las ciudades también deben planificar los momentos inevitables en que los sensores puedan fallar, sin importar la frecuencia con la que los mantengamos o los reemplacemos. Las fallas en los sistemas de ingeniería tienden a ocurrir en los momentos más inconvenientes.

La gestión de todos los sensores y datos requerirá una burocracia municipal completamente nueva, formada por expertos en tecnología, ciencia de datos y aprendizaje automático. Las ciudades deberán recaudar los fondos necesarios para pagar a un personal de tecnología o subcontratar gran parte de su ciudad inteligente a empresas privadas. Dado que los salarios promedio actuales para los trabajadores de tecnología son generalmente más altos que para los empleados públicos, tal burocracia probablemente sea costosa. Si la respuesta es subcontratar ese personal a empresas privadas, entonces las ciudades deben tener conversaciones francas sobre lo que eso significa para el gobierno democrático.

Sin embargo, la pregunta más crítica es si tener una ciudad inteligente nos hará mucho mejores para resolver problemas urbanos. No importa cuánta información tenga una ciudad, abordar los desafíos urbanos todavía requerirá financiamiento estable a largo plazo, buena administración y personal efectivo. Si los datos inteligentes identifican una carretera que necesita pavimentación, aún se necesita gente que aparezca con asfalto y una apisonadora.

Para muchos desafíos urbanos, ya existen soluciones analógicas efectivas (“tontas”). La congestión puede ser abordada con coches autónomos, es cierto; también se puede abordar con mejores ferrocarriles, autobuses de tránsito rápido y carriles para bicicletas. Las casas se pueden cubrir con sensores para controlar un sistema automatizado de calefacción y refrigeración; también pueden construirse con ventanas operables y aislamiento de alta calidad.

Y los botes de basura públicos se pueden vaciar cuando los sensores dicen que están llenos, basado en la experiencia de los trabajadores de la ciudad con experiencia. Las soluciones inteligentes pueden ser emocionantes y pueden parecer más baratas a corto plazo, pero eso por sí solo no las mejora.

En lugar de buscar la tecnología más nueva e inteligente, deberíamos redirigir parte de esa energía hacia la construcción de excelentes ciudades ‘tontas’: ciudades planificadas y construidas con los mejores enfoques duraderos de infraestructura y el ámbito público. Para muchos de nuestros desafíos, no necesitamos nuevas tecnologías o nuevas ideas; necesitamos la voluntad, la previsión y el coraje para utilizar lo mejor de las viejas ideas.

Al considerar la ciudad del siglo XXI, recordamos que las cosas que más nos gustan de las ciudades (parques, espacios públicos, comunidades vecinales, oportunidades educativas) están hechas y pobladas por personas, no por tecnología. La tecnología tiene un lugar en las ciudades, pero ese lugar no está en todas partes.

–Glosado y editado–
© The New York Times.