(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Patricia Castro Obando

En , el fútbol ha sido asumido como una política de Estado. Desde su primera participación en las rondas clasificatorias FIFA de 1958, la selección masculina de fútbol solo ha logrado clasificar al del 2002, apenas una vez en 60 años. En el 2015, el gobierno chino publicó el “Programa para la reforma y el desarrollo del fútbol chino”, una detallada hoja de ruta que busca convertir a China en una potencia futbolística.

Al menos hasta el 2009, el fútbol chino fue sinónimo de corrupción en el que estaban involucrados jugadores, entrenadores, árbitros, directivos y clubes, con partidos arreglados por una mafia de apuestas ilegales y sobornos. Los encuentros terminaban en batallas campales, el réferi era tildado de “silbato negro” por su dudosa actuación, y la prensa china denunciaba que los futbolistas se escapaban de las concentraciones para divertirse con prostitutas en plena temporada.

En el 2012, Xi Jinping, actual jefe de Estado, lanzó una cruzada contra la corrupción y se anotó el primer gol. Ese mismo año, un tribunal emitió las primeras sentencias de un proceso de investigación a la Federación China de Fútbol, emprendido en el 2009 por el Ministerio de Seguridad Pública que incluía a 60 implicados, entre ellos Lu Jun o ‘Silbato de Oro’, un ex réferi mundialista, y varias otras figuras del balompié local.

Pero no era el fútbol sino el golf el deporte que contaba con el respaldo estatal cuando Xi tomó el poder. El éxito de la economía china impactó en los altos funcionarios y directivos de grandes firmas que encontraron en los campos de golf un nuevo escenario para ampliar sus redes de contacto y cerrar negocios. Los clubes de golf proliferaron en la China comunista.

Fue el presidente Xi quien ordenó hacer crecer esas pelotas y achicar las canchas. A medida que se clausuraban campos de golf, se inauguraban canchas de fútbol. Desde el 2015, el reglamento del Partido Comunista de China prohíbe a sus miembros jugar golf. El sueño de Xi se convirtió en política de Estado porque precisamente el fútbol, un deporte masivo y accesible, era útil para la nueva potencia emergente que por enriquecerse está olvidando sus años de pimpón e igualdad de clases.

El mandatario chino se ha puesto los chimpunes pero no ha ingresado solo a la cancha. El plan del 2015 involucra también a la Federación China de Fútbol y a las empresas chinas, con funciones específicas en juego. Mientras que el gobierno ataca la corrupción en la liga profesional e incorpora este deporte en las escuelas, la federación se concentra en una nueva generación de futbolistas y las empresas financian el proyecto.

Las metas están escritas: “clasificar al Mundial, albergar un Mundial y ganar un Mundial”. Según el cronograma oficial, la selección nacional debe obtener un cupo antes del 2030, año en que China tiene proyectado organizar un Mundial, y conquistar la Copa 15 años después. Aunque actualmente se encuentra en el puesto 75 del ránking FIFA, el documento señala que en el 2050 “China será una superpotencia futbolística de primera clase”.

El objetivo del 2020 es que al menos 50 millones de niños y adultos chinos practiquen el balompié. Para alcanzar esta cifra se están construyendo 20.000 academias de fútbol y 70.000 canchas en todo el país. En el 2025, se calcula que 50.000 colegios incluirán la práctica de esta disciplina y en el 2030, China tendrá un estadio de fútbol profesional por cada 10.000 habitantes. Hacia el 2050, por lo menos 100 ciudades chinas contarán con equipos locales.

El documento subraya que “la revitalización del fútbol es un prerrequisito indispensable para la construcción de una poderosa nación deportiva”. En las redes locales, algunos se preguntan si esta hoja de ruta está olvidando algún detalle importante, y un internauta chino ha adelantado su conclusión: “Hay dos cosas que frenan a los jugadores de la selección china: el pie derecho y el pie izquierdo”.