El ciudadano ilustrado y el de a pie, por David Sulmont
El ciudadano ilustrado y el de a pie, por David Sulmont
David Sulmont

¿Le interesa la política? Si respondió afirmativamente, usted forma parte de una minoría. Periódicamente, los sondeos de opinión nos muestran el escaso nivel de interés y de información que tienen los ciudadanos acerca de la política. 

En la encuesta del 2014 del Barómetro de las Américas, el 78% de entrevistados en el Perú manifestó tener poco o ningún interés en la política (entre los 21 países cubiertos por estos datos, solo nos supera Brasil con 80%). Por otro lado, en la encuesta del Instituto de Opinión Pública de la PUCP realizada en marzo de este año, el 66% de entrevistados no sabía o no pudo responder correctamente en qué año se promulgó nuestra actual Constitución (la de 1993). 

Es un lugar común sostener que las opiniones sobre temas políticos que miden las encuestas reflejan más bien estereotipos, prejuicios o creencias de las personas, en vez de una evaluación de los hechos sobre la base de información. Este problema se agrava cuando los medios de comunicación desarrollan bajos estándares en el tratamiento y comunicación de temas políticos. 

Muchos analistas y comentaristas políticos han mostrado su preocupación acerca del hecho que la democracia se sustente en ciudadanos poco informados o interesados en la política. Sobre todo cuando la complejidad de problemas que enfrenta nuestra sociedad requiere de soluciones fruto del análisis y la reflexión. 

Por otro lado, no solamente el interés y conocimiento político del ciudadano promedio es bajo, sino que también está desigualmente distribuido. El grado de interés y de información política que manejan las personas guarda una correlación directa con su nivel socioeconómico y educativo. 

Quienes más recursos y educación tienen manejan más información, lo que les permite participar más de los debates públicos, con el efecto de que sus ideas, intereses y visión del mundo adquieren mayor importancia en el proceso político. El problema es que muchas veces esas ideas, intereses y maneras de ver el mundo no coinciden con las de los ciudadanos más excluidos –tanto de la política como de la economía–, que en nuestro país son una mayoría.

Sin embargo, para que el sistema democrático mantenga su legitimidad, no es un requisito que las personas se saquen 20 en un examen de educación cívica o que lean las secciones políticas de los diarios todos los días. Ese debería ser un requisito de los que quieren hacer de la política su profesión, ya sea como políticos, periodistas o analistas. 

El “ciudadano ilustrado” es una utopía inalcanzable. Una democracia funciona con personas de carne y hueso que tienen problemas cotidianos reales e intereses muy concretos, y que en la mayoría de los casos no tienen ni el tiempo ni la motivación para invertir en informarse sobre los acontecimientos políticos. Ello no impide que la gente opine con un alto grado de conocimiento sobre su vida diaria: sus condiciones de trabajo, la seguridad de sus barrios o sus temores al salir a la calle (sobre todo si son mujeres), los proyectos para educar a sus hijos, las condiciones del medio ambiente de los lugares donde viven, etcétera. 

Lo importante para la democracia es que sus instituciones permitan que estos intereses y preocupaciones cotidianas penetren el debate político, ya sea mediante la labor informativa de los medios, la organización y movilización pacífica de la gente o las propias encuestas. Las elecciones son un momento especial en que ello puede ocurrir, y es cuando –por lo general– el grado de interés en la política se incrementa, pues se contrastan las preocupaciones cotidianas con la oferta electoral. 

Los candidatos que mejor logren hacer el ‘clic’ pueden tener mejores oportunidades de ganar. Si luego de las elecciones las expectativas generadas son decepcionadas, el efecto será un mayor desinterés en una política que no representa cambios para el ciudadano de a pie.