(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
María Luisa Puig

Como en elecciones recientes y otras por venir en América Latina, la segunda ronda presidencial que se celebrará en este domingo estará marcada por un fuerte descontento del electorado con el gobierno de turno y un amplio rechazo hacia una clase política desprestigiada por escándalos de corrupción. Los colombianos elegirán a su próximo presidente entre extremos: el derechista y el izquierdista .

Duque, el favorito para ganar la elección, es un abogado que en solo unos meses pasó de ser un senador influyente pero desconocido para la mayoría al candidato presidencial respaldado por el ex presidente Álvaro Uribe (2002-2010). Duque tiene a su favor los votos que le aporta Uribe, el descontento hacia el gobierno saliente y el miedo que genera una victoria de Petro. Luego de ocho años de mandato, el presidente Juan Manuel Santos tiene niveles de aprobación que bordean el 20%, la recuperación económica está tardando más tiempo del esperado luego del colapso del precio del petróleo en el 2014 y el acuerdo de paz que el mandatario firmó con las FARC sigue generando anticuerpos en un sector importante del electorado colombiano.

Petro, mientras tanto, es el candidato que más se ha beneficiado de la preocupación creciente que existe hacia la corrupción y la consecuente desconfianza que genera la clase política tradicional. Su discurso de izquierda además cala bien en un segmento importante del electorado que demanda mayor –y mejor– gasto público y una lucha frontal contra la desigualdad. Sin embargo, es justamente ese discurso el que le ha impedido crecer entre aquellos votantes que no quieren al uribismo de vuelta en el poder pero tienen una posición bastante más moderada en política económica.

Duque probablemente ganará este domingo con una cómoda ventaja, aunque menor de los hasta 20 puntos porcentuales que muestran los últimos sondeos. Su victoria será bien vista por inversionistas. Con los partidos políticos tradicionales –desde el Conservador hasta el Liberal– ya alineados detrás de él antes de la segunda vuelta, a Duque no le será difícil formar una coalición en el Congreso que le permita gobernar y lograr la aprobación de sus iniciativas. Sin embargo, Duque enfrentará desafíos serios en los próximos cuatro años y probablemente no tenga opción que dar marcha atrás en algunos aspectos de su plan de gobierno, por ejemplo, los relacionados a materia fiscal y seguridad.

Duque ha prometido reducir tasas corporativas para reactivar la inversión y por ende la economía. Sin embargo, cualquier recorte de impuestos estará condicionado a la estrechez de recursos y alto gasto público. Si bien Colombia puede lograr la meta de déficit fiscal establecida para este año (3,1% del PBI) gracias a mayores precios del petróleo, el ajuste requerido para el 2019 (2,4% del PBI) parece poco probable incluso si la cotización internacional se mantiene alta dado el nivel de gasto que heredará del gobierno de Santos y nuevas promesas de campaña. Duque probablemente tendrá que abandonar sus planes de reducción de impuestos –como Sebastián Piñera ya lo hizo en Chile– o modificar la regla fiscal para lograr un ajuste más gradual, con el consecuente riesgo de otra rebaja en la calificación soberana.

En materia de seguridad, el panorama es igual o incluso más complejo. La corte constitucional dictaminó que los próximos gobiernos deben cumplir con el acuerdo de paz firmado con las FARC, lo que en la práctica hace inviable promesas para modificarlo. Aun así, la victoria de Duque supone riesgos para las perspectivas de seguridad colombiana en medio de un aumento de disidencias entre los desmovilizados y el oscuro panorama para las conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en un eventual gobierno suyo.

Así las cosas, no será nada sencillo para Duque superar ese descontento que precisamente lo llevaría al poder este domingo.