La confianza esquiva, por Javier Díaz-Albertini
La confianza esquiva, por Javier Díaz-Albertini
Javier Díaz-Albertini

En el arte de la gobernanza no funciona el dicho de que “la ausencia hace crecer el cariño”, especialmente cuando nos referimos a las relaciones de los gobiernos con las comunidades alejadas de nuestro país. La , después de todo, fue la principal razón detrás del rápido avance de durante la primera mitad de la década de 1980.  El relativo abandono estatal perpetúa la desigualdad, injusticia y sufrimiento, lo cual alimenta actitudes que oscilan entre la apatía ciudadana (lo más común) y la abierta hostilidad contra el Estado y sus propuestas. Y mucho de esto está sucediendo en nuestras comunidades campesinas e indígenas.

El calculó en el 2009 la “densidad de Estado” en nuestros departamentos y provincias utilizando un índice (IDE) que medía el acceso de la población a la identidad, la salud, la educación, el saneamiento y la electrificación. En todos los casos, los índices provinciales más bajos se correlacionaban con una mayor población de origen indígena. El informe revela que en las provincias de los dos últimos quintiles del IDE, la población con lengua materna nativa era más del doble de la hispanohablante.

Aunque parezca paradójico, un segundo gran problema en la relación Estado-comunidad es su misma presencia, en el sentido de que, con frecuencia, lo escaso que brinda es poco adecuado, de mala calidad o envuelto en relaciones clientelistas o corruptas. A principios de año, analizaba con la el caso de 24 niñas inmigrantes rurales en el Cusco que eran trabajadoras del hogar. Entrevistamos a sus madres en las comunidades de origen tratando de entender por qué no habían sido capaces de retenerlas. Casi todas ellas eran beneficiarias de Juntos, participaban en el vaso de leche, tenían Seguro Integral de Salud (SIS) y sus hijas recibían el desayuno escolar. Sin embargo, las niñas caminaban un promedio de dos horas de ida y vuelta a la escuela, la posta quedaba más lejos aún y para matricularlas tenían que vender sus ovejas. Mejor resultaba que emigraran –¡a los 11 años como promedio!– para continuar su educación en un centro urbano. Entiendo que la adquisición de habilidades cognitivas depende de muchos factores, pero justo una presencia efectiva del Estado sería la que contrarrestara los efectos negativos de la emigración y trabajo precoz, la desnutrición, el difícil acceso a servicios, entre otros.

Los científicos sociales que estudiamos el capital social –entendido como las características sociales que facilitan la colaboración entre individuos, organizaciones e instituciones– sabemos que la confianza es su piedra angular. Sin embargo, es un bien escaso y esquivo porque siempre se construye en el pasado, se evalúa en cada intercambio y es frágil porque basta una sola traición para destruir años de relaciones confiables.

El Estado Peruano tiene, entonces, que ganarse la confianza de tantos peruanos, especialmente aquellos que han sufrido el abandono o han sido engañados con promesas y poses. Una de las formas es buscando establecer sinergia entre la comunidad, el gobierno, las organizaciones de la sociedad civil y la empresa privada. Yo empezaría trabajando en favor de la infancia y adolescencia, porque es una de las principales preocupaciones de las familias y comunidades. El Estado puede liderar esfuerzos sinérgicos continuos en los cuales la gestión educativa es compartida con la comunidad como ocurre en los centros de formación en alternancia; recibiendo donaciones del sector privado como el programa Pro Niño de la Fundación Telefónica; mejorando la oferta educativa con docentes y funcionarios que sean parte de la comunidad, como ocurre en Taiwán, porque así se identifican y compran el pleito por el desarrollo de su localidad. Y no hay que inventar la pólvora, porque hay muchísimas experiencias piloto exitosas en nuestro país.

No creo, como opinó el ex presidente Alan García a fines del año pasado, que el país necesite un ‘shock’ social basado en obras rápidas e inmediatas para así acercar el gobierno a la ciudadanía y sacar la política de su “triste nivel”. Nuestros ciudadanos aprecian las obras, pero creen que vienen con robo de yapa. Más bien necesitamos un ‘shock’ de confianza: un Estado presente y efectivo, facilitador de procesos y sinergia, capaz de convocar e incluir. Esto se construye poco a poco, al igual que toda relación de confianza.