La otra defensa, por Carlos Enrique Freyre
La otra defensa, por Carlos Enrique Freyre
Carlos Enrique Freyre

Las crudas noticias de estos días de marzo nos han expuesto nuevamente como un país bastante vulnerable a los coletazos de la naturaleza. Lo anómalo se ha convertido en un hecho cotidiano y entre lluvias torrenciales, desbordes y huaicos somos testigos de nuestra propia desnudez colectiva: nos hemos quedado sin carreteras, puentes, casas y muchos tipos de infraestructura, como si fueran de papel. Las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional no han sido ajenas al dolor propio y ajeno y han activado sus mecanismos internos para salirle al frente al desafío. Las imágenes son elocuentes. Helicópteros, embarcaciones y hombres se mueven en medio de la desgracia y en muchos casos han servido de alivio y de herramienta providencial ante la posibilidad de perder valiosas vidas humanas. 

Tradicionalmente, el rol de la defensa se piensa como un asunto fronterizo. Quizás pueda serlo hasta cierto grado –después de todo las tareas de vigilancia ante las amenazas armadas nunca dejan de ser necesarias–, pero una y otra vez nuestras fuerzas han mostrado una notable ductilidad para pasar de un escenario a otro. Es un hecho previsible que los años venideros tendrán más de lo mismo. Los efectos del cambio climático vienen dejándonos una huella muy dolorosa y, por si fuera poco, vivimos en un territorio donde los terremotos y sus variantes no nos son extraños. 

En estos álgidos y reiterativos capítulos de la vida nacional, es imprescindible contar con una fuerza disciplinada, capaz de administrar el pánico, de resolver problemas básicos de supervivencia, de liderar esfuerzos comunes donde las cosas no marchan correctamente y con un agregado de sensibilidad. Se trata de una maquinaria, bastante humana, que pone orden en el caos y es capaz de secar una lágrima en el rostro de un compatriota. 

Recuerdo esto último con mucha claridad. El año pasado, después del terremoto que asoló el valle del Colca en Arequipa, el Ejército movilizó fuerzas a esa provincia y se enfrascó en un arduo trabajo de rehabilitación y reconstrucción de las poblaciones afectadas. Debe haber sido al tercer día de nuestra llegada, en que me percaté de la emoción de una anciana. Un grupo de soldados había estado removiendo los escombros de su casa derrumbada, cuando de pronto hallaron dos conejos con vida. Si hablamos desde el frío de las estadísticas, esto podría ser un hecho menor, de no ser que para la anciana era todo lo que tenía. 

Por estos días, los pilotos se baten en los cielos caprichosos de las zonas más afectadas llevando ayuda o rescatando a poblaciones aisladas. Las tropas suelen ser desprendidas. Se mojan sin dificultad y se someten al escarnio del clima o la falta de condiciones mínimas para vivir, sin quejarse. Ayudar a la población afectada se ha convertido en una capacidad importante, pues los soldados pueden remover escombros, rescatar personas en parajes donde no hay bomberos, transportar y repartir ayuda humanitaria, controlar el orden público, organizar comunidades damnificadas y hacer tareas múltiples, que no requieren calificación. 

En este momento, hay fuerzas distribuidas en la carretera Sullana-Paita, despejando esa vía con equipo de ingeniería militar y tropas a pie. Doscientos hombres con motobombas evacúan agua de lluvia en los distritos de Piura, Castilla, 26 de Octubre y Catacaos, y los noticieros mostraban a las tropas de la Séptima Brigada de Infantería de Lambayeque rescatando a 35 niños en Pacora y Jayanca. El viernes, la Aviación del Ejército rescató en el Chorobal (La Libertad) a la señora Marielena Elguera Jacinto, embarazada y en plenas contracciones. Simultáneamente, desde Lima, partían los primeros hombres a controlar la situación en Mala, localidad que también se ha visto afectada. Similares tareas cumplen fuerzas navales y aéreas en los lugares que les han sido asignados. 

Hace unos años, conocí a una oficial del ejército francés que estaba de paso por el Perú. Dentro de la conversación, le pregunté por su especialidad. Me respondió que pertenecía a un cuerpo de ingenieros dedicados al control de daños en plantas termonucleares y al apagado de incendios forestales, con medios aéreos; una realidad bastante atroz y que nos ha comenzado a aquejar no hace mucho. No debemos olvidar que en noviembre del 2016, La Libertad, Pasco, Lambayeque, Áncash, Tumbes, Piura, Ayacucho, Lima, Huancavelica y Cajamarca estaban siendo afectados simultáneamente por estos eventos. Comprendí que los papeles en el futuro inmediato estarían orientados hacia ese espectro y no por una moda, sino por una necesidad de carácter global. 

El sentido de la defensa está abarcando un rango mayor que la custodia de fronteras, el control de los movimientos terroristas o la neutralización de amenazas armadas o no, que suelen hacerse visibles en determinadas coyunturas. El sentido de la defensa también requiere un escudo de protección contra estos eventos en que la naturaleza castiga sin misericordia y hace que las poblaciones más vulnerables empeoren sus condiciones de vida. El sentido de la defensa protege la vida de los connacionales y cada soldado, marino y aviador tiene claro que, además del valor que debe demostrar en los hechos de armas, tiene el compromiso de asistir y defender a los peruanos, en estas difíciles circunstancias.