(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Thorne

Nuestro desempeño económico es una preocupación recurrente y no queda claro si la evaluación ha sido certera. Una forma de conocer dónde estamos en el ámbito económico es estimando directamente el bienestar de la población por intermedio de las encuestas o el cálculo del PBI. Sin embargo, a veces queremos preguntarnos cómo vamos en relación a nuestros socios comerciales u otros países porque queremos entender nuestro desempeño relativo –si es que nuestras políticas públicas han funcionado mejor que las de otros países–.

Comúnmente hemos respondido a esta última evaluación comparando nuestras tasas de crecimiento del PBI ajustadas por la inflación con las de nuestros socios comerciales. En base a los cálculos recientes hemos dicho que al Perú le va mejor que al resto de América Latina. Conviene preguntarse si esta afirmación es correcta.

Para empezar, si lo que realmente queremos es una evaluación de nuestras políticas públicas, deberíamos optar por una evaluación de más largo plazo, pues estas usualmente toman varios años en tener efecto sobre el bienestar. El Banco Mundial y el Fondo Monetario (FMI) han insistido durante años en usar el PBI por habitante en dólares americanos y ajustado por diferencias cambiarias. Si tomamos como base el 2001 y los estimados del FMI para el 2017, nuestro PBI se ha multiplicado por 2,5. Nada mal si nos comparamos con Chile y Colombia, que lo han hecho por un poco más de 2, y mucho mejor que Argentina, Brasil y México, que lo hicieron por 1,7.

Pero aun esta comparación resulta sesgada. Hace no mucho surgió el debate sobre la trampa de los ingresos medios, que nos dice de manera muy resumida que los países de ingresos medios como el Perú suelen crecer por períodos relativamente cortos pero no llegan a alcanzar el desarrollo. Ejemplos de éxito al evadir esta trampa han sido los países asiáticos. De hecho, la gran mayoría ha logrado crecer para nuevamente converger a sus ingresos medios –es lo que los economistas denominan reversión a la media–.

Si tomamos un período más largo, entre 1980 y el 2017, y usando los estimados del FMI, el PBI por habitante del Perú se multiplicó por 4,3. Esto es un poco mejor que el 3,4 de México y el 3,2 de Brasil, pero menor al 5,3 de Colombia. Sin embargo, estamos muy detrás de Chile, el líder de la región, que lo hizo en 7,2 veces, y Turquía, otro reformista, que logró multiplicarlo por 7. Si nos comparamos con los países que están evitando la trampa de ingresos medios, quedamos muy rezagados –China logró multiplicar su PBI por 54, Corea del Sur por 18 y Singapur por 10–.

El Índice de Competitividad calculado por el Foro Económico Mundial (FEM) nos ofrece cómo evitar la trampa de los ingresos medios. Se trata de un indicador de desempeño relativo que evalúa nuestra eficiencia, productividad y calidad frente a otros países. Más aun, los componentes de este índice nos dicen dónde ganamos o perdemos competitividad. En el último reporte del 2017, publicado hace unas semanas, hemos retrocedido al puesto 72 de una muestra de 137 países, después de haber llegado al 67 el año pasado y al 61 en el 2012. Es decir, venimos retrocediendo y otros países han logrado mayor avance que nosotros.

Más relevante es analizar los componentes del índice para identificar dónde nos fue bien o mal. Si tomamos los 12 indicadores (o pilares) que conforman el índice y evaluamos su desempeño desde el 2012, hemos avanzado en solo tres y retrocedido más de 11 lugares en cinco indicadores. Hemos avanzado en el desarrollo de mercados financieros (10 posiciones) y marginalmente en innovación (4) e infraestructura (3).

Nuestros retrocesos son notables. Hemos perdido 22 posiciones en la eficiencia del mercado de bienes (léase sobrerregulación), 19 en el mercado laboral (explicado fundamentalmente por la rigidez en la protección al trabajador), 16 en el entorno económico (principalmente el aumento del déficit fiscal), 12 a la falta de sofisticación de las empresas (nivel de competencia de nuestras empresas) y 11 en instituciones (debido a los escándalos de corrupción).

Otra forma de leer este índice es resaltando nuestra mejor y peor posición en el ránking. El FEM nos dio nuestra mejor ubicación en el 2017 dentro del entorno macroeconómico, donde nos ubicamos en el puesto 37 de 137 países, y el peor, en el de instituciones donde estamos 116. Esto nos indica que hemos logrado ganar competitividad con nuestra disciplina fiscal, la cual ha compensado superlativamente a nuestro exiguo desarrollo institucional. Pero a partir del 2012, cuando alcanzamos nuestra mejor ubicación, hemos relajado nuestra ancla fiscal y, a la vez, erosionado nuestras instituciones –solo entre el 2014 y 2016, perdimos 16 posiciones en el entorno macroeconómico–.

Este ejercicio revela la necesidad de abordar reformas en ámbitos de vital importancia para alcanzar el desarrollo de forma sostenible y así seguir el camino de otros países que lograron evitar la trampa de los ingresos medios. Al ver nuestra reciente caída en el ránking, recordé lo que alguna vez me hizo notar un colega del Banco Mundial: “El proceso de desarrollo económico es como subir una escalera automática en sentido opuesto: cuando dejas de avanzar, retrocedes”.