Dejemos de gestionar desastres, por José Díaz Ísmodes
Dejemos de gestionar desastres, por José Díaz Ísmodes

El impacto económico global de los fenómenos de 1982-1983 y 1997-1998 ascendió a 11,6% y 6,2% del PBI anual de 1983 y 1998, respectivamente. Se podría calificar como todo un desastre para la economía.

¿Hemos aprendido algo desde entonces? Sí. Ahora hablamos de ‘gestionar los desastres’, porque sabemos que somos una región vulnerable. El desastre se presenta cuando frente a una situación externa –como es el clima o un fenómeno sísmico–, no hemos tomado las precauciones adecuadas para mitigar el impacto o no hemos tenido capacidad de respuesta frente a ella.

Para que los fenómenos externos no nos sorprendan y se conviertan en desastres, debemos ‘gestionar las vulnerabilidades’, para lo cual requerimos lo que otros países, en igual condición que nosotros, tienen: un buen inventario de vulnerabilidades. Una inversión mínima, pero de gran efecto, sería el contar con cartografía de 1:25,000, donde se detallen con precisión todos los puntos vulnerables del país. Aunque no lo crean, solo Moquegua cuenta con ese nivel de detalle, financiado por el sector privado. En esa región, se ha tenido el cuidado de que la infraestructura pública y privada no se construya en ninguna zona vulnerable. El sueño hecho realidad de los .

Frente al desastre, las intervenciones son de emergencia, orientadas a preservar y proteger la vida humana y; de mediano plazo, la resiliencia, es decir, volver a las condiciones iniciales antes del desastre. El Estado cuenta con fondos para estos casos, la reserva de contingencia, que varía entre 1% y 2% del PBI, y con préstamos blandos que proporciona la banca multilateral y que podrían oscilar entre US$5.000 y US$10.000 millones.

La experiencia internacional nos indica que para la atención de desastres naturales el problema no es la falta dinero ni la ayuda material, sino la mala gestión y la distribución de la misma. Por eso recomiendan que debe emerger un líder visible que conduzca directamente las operaciones y se centralice la gestión en una sola entidad ya existente en la estructura pública. Algo que no se percibe actualmente.

Los organismos no gubernamentales y organizaciones religiosas han tenido históricamente un mayor nivel de gestión en el almacenamiento y distribución equitativa de la ayuda. Otro aspecto importante es la mano de obra disponible, los trabajos de ayuda, rescate y atención de los damnificados son agotadores y requieren contar con las personas dispuestas y capacitadas para ello. En las experiencias que hemos tenido siempre se han presentado un gran número de voluntarios, pero no se ha contado con los canales ni la capacidad para organizarlos y desplazarlos a los centros focales de los siniestros.

Corresponde al Estado organizar la logística como la clasificación, selección, descarte de material no necesario o deteriorado, embalaje, estandarización de contenedores, transporte a puntos alejados. También corresponde al Estado la difusión de las medidas y el canalizar las necesidades.

Finalmente, es sabido que el Perú se encuentra entre los cinco países más vulnerables al . Lo que resulta poco comprensible frente a esto es que la gestión de riesgo no se encuentre integrada en un sistema. Las diferentes entidades estatales miran el riesgo desde su perspectiva: la financiera, de inversión, de los desastres, del cambio climático, del pago de deuda, de seguridad, etc., sin entender que todo se encuentra interconectado y relacionado.

Podríamos gestionar mejor nuestras vulnerabilidades para no terminar gestionando desastres