(Foto: Archivo).
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Marilú Martens

El impacto del crecimiento económico del país se pierde en los caminos que llegan a la ruralidad. Giovani, una jovencita de 16 años que vive en el pequeño caserío de Huaracas a 3,500 metros sobre el nivel del mar en la sierra de Piura, recorre estos caminos a diario. A las 5:00 de la mañana, ella, su hermana menor de 14 años y cuatro chicos más se encuentran a la salida de su caserío y se enrumban, ayudados por la luz de la linterna de su celular, hacia su colegio. Senderos estrechos, riachuelos de aguas heladas, colinas empinadas, un paredón de piedra, una escalerita de madera que ellos mismos fabricaron para poder escalar esa pared, un precioso amanecer, dos horas caminando en la fría sierra piurana. Un camino difícil que no impide que estos seis jóvenes lleguen a la escuela a diario, pero por el que no han podido llegar las soluciones que su pueblo necesita para salir de la pobreza.

Siete millones de peruanos habitan en áreas rurales y viven amaneceres similares a los de Giovani. La esquiva meta de la reducción de la pobreza rural se ha convertido –finalmente– en la prioridad de dos grandes agendas. Primero, la mundial. En el 2015, las Naciones Unidas acordaron que la erradicación de la pobreza en cada rincón del mundo sea la principal de un total de 17 objetivos de desarrollo sostenible para el 2030. Segundo, como indicara nuestra primera ministra Mercedes Aráoz ante nuestro Congreso, el objetivo de este gobierno es la revolución social, que –pasada la crisis de El Niño costero y la consolidación política del gobierno– se ha empezado a implementar a toda marcha. Estas dos agendas, así como los esfuerzos de la sociedad civil y la ciudadanía comprometida, deben articularse teniendo como eje central la reducción de la pobreza rural. Entonces, debe surgir la pregunta: “¿por qué ahora sí podríamos llevar estas soluciones hasta caseríos como el de Giovani?”. Y la respuesta esperanzadora es que no tenemos que llevarlas; el desarrollo está en Giovani.

En los días que pasé en Huaracas, los hombres a la vista eran contados con los dedos de una mano; ellos no regresarían hasta después de la época de cosecha para volver a irse a los pocos días a trabajar en la mina. Tampoco había posta médica, ni trochas de acceso vehicular y, mucho menos, servidores públicos que pudieran atender urgencias médicas o transportar a los pobladores al centro de servicios más cercano. En este caserío poblado por mujeres y niños, es Giovani quien guía los caminos con la linterna de su celular y es su madre quien atiende los dolores de estómago con el mejor uso de su intuición –inculcando en su hija el anhelo de algún día ser enfermera–. Aunque la infraestructura o los incentivos remunerativos no alcancen para llevar el desarrollo hasta Huaracas, debemos reconocer que en los sueños y el empeño de estas mujeres hay riqueza de sobra (y no seríamos los primeros).

En todo el mundo, en la mujer rural existe un inmenso potencial desperdiciado para combatir la pobreza. A pesar de ser quienes realizan las tareas más importantes en sus caseríos, tienen niveles muy bajos de educación y no son tomadas en cuenta para la toma de decisiones relevantes en sus comunidades. Algunas de las ONG más importantes a nivel internacional, reconocieron esto y, en varios países, implementaron programas para identificar a mujeres con potencial para desarrollar capacidades al interior de poblados para capacitarlas en educación, salud, emprendedurismo y gobierno, preparándolas y empujándolas a liderar el desarrollo de sus comunidades. Los resultados han sido las mejoras en diversos indicadores de desarrollo rural que durante años se mantuvieron estancados. Sin duda, estas mejoras y este enfoque se necesitan y deben replicarse en nuestro país.

Durante décadas hemos mirado hacia el Perú rural, entre sus senderos angostos, sus riachuelos de agua helada y sus colinas empinadas, y –sin sentarnos con Giovani, la mujer rural– el gobierno y la sociedad civil nos preguntábamos dónde está el desarrollo, cómo erradicamos la pobreza. Ahora que más que nunca debemos encontrar esas respuestas, es hora de invitar a la agente de cambio que necesitamos, nuestra mejor aliada a liderar esta solución. El desarrollo está y siempre estuvo en Giovani.