(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Paul Neira

Desde que se inició la huelga magisterial hace poco más de 60 días –primero pequeña y focalizada en la ciudad de Cusco, pero que ha terminado deviniendo luego en un maremágnum nacional–, lo que se pidió desde todos lados fue diálogo. Ese artificio humano que, en la mayoría de veces, ayuda a solucionar los problemas. Sin embargo, para que se dé el diálogo, es importante saber quiénes son los interlocutores, porque sentarse a la mesa para dialogar implica, en el fondo, un ejercicio de legitimación, representación, acreditación y asignación de voz. Todos estos, vale mencionar, ejercicios políticos.

¿Quiénes son entonces esos actores que juegan un rol en esta compleja novela rusa en la que nos encontramos? ¿Cómo entender por qué a pesar de tantos papeles firmados y acuerdos puestos en Twitter la huelga continúa (y posiblemente estos días sigan llegando más profesores del interior del país para sumarse a ese mar de gente que puebla la plaza San Martín)? ¿Realmente los firmantes representan la voz de los profesores? ¿Realmente los títulos y las estructuras están ayudando a hacer voz para las regiones? Las respuestas son cruciales, pues entender bien quiénes se tienen que sentar a la mesa de diálogo es fundamental para solucionar la crisis magisterial actual.

Hasta la tarde del último jueves, presumíamos que conocíamos la respuesta de con quién negociar. Sin embargo, esta puso al descubierto sus límites al no poder detener la protesta. Por lo tanto, quizá sea mejor responderle al bardo inmortal de José Luis Perales y su pregunta: ¿y cómo es él?

En primer lugar, tenemos al Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del Sutep, que representa la cabeza de la pirámide gremial, con mucho manejo político y con la experiencia de haber organizado múltiples huelgas nacionales y haber resucitado una Derrama Magisterial. Ellos, además, firmaron el primer acuerdo oficial con el Ministerio de Educación el 15 de julio. El mismo que es casi un calco para los subsiguientes acuerdos.

El segundo actor –que en realidad fue el primero en iniciar el fuego en la pradera– es el grupo de secretarios regionales (SR) o Sute-R. Particularmente el SR de la región del Cusco, liderado por el señor Ernesto Meza Tica. Estos Sute-R, si bien forman parte de la estructura formal del Sutep nacional, en los últimos ocho años han venido tomando personalidad y generando discursos que van desde la disidencia abierta hasta la amistad consentida con el CEN. Ellos traen la voz piramidal y acordada de las regiones del país. Estos, además, fueron los segundos firmantes de un acuerdo realizado a las 11 p.m. del 8 de agosto. Los firmantes fueron solo cuatro regiones, pero ninguno de ellos terminó siendo validado, por lo que la huelga prosiguió.

La pregunta que queda dando vueltas, entonces, es: ¿por qué a pesar de todas las firmas y sellos la huelga sigue? La cuestión es que hay un tercer actor que, desde mi punto de vista, es el que sostiene la huelga a pesar de lo firmado: las bases del Sutep. Es decir, el pilar fundamental de la organización magisterial, la capilaridad del docente peruano.

Son justamente ellos los que no han sido recibidos por alguna instancia del Ejecutivo y los que, en una reunión nacional el 15 de julio, decidieron conformar el Comité Nacional de Lucha de las Bases del Sutep. Son ellos también los que vienen manejando las movilizaciones en regiones, desde el interior a Lima y dentro de la capital. Si el Gobierno no se sienta a la mesa con ellos, será muy difícil que la huelga culmine.

Más allá de este recuento y de la caracterización de los actores de la huelga, es necesario resaltar dos temas fundamentales.

El primero tiene que ver con el poco legible y desprolijo relacionamiento de las autoridades correspondientes del Ejecutivo en el manejo de los reclamos docentes. Muchos de estos son justos y cuentan con un 56% de aprobación popular (sin olvidar por ello, claro, que hay algunos reclamos inaceptables). Este mal manejo propició que una protesta en Cusco creciera hasta expandirse, en poco tiempo, en todo el Perú.

El segundo aspecto, conectado al anterior, es que nos encontramos ante el nacimiento de una nueva configuración del movimiento magisterial peruano (no es menor, por ejemplo, recordar que son las bases alejadas del CEN las que sostienen la huelga, a pesar de todos los acuerdos firmados con el Gobierno). El embalse de años de reclamos no atendidos, de voces no escuchadas, de falta de representación interna gremial, de descontento docente y de políticas educativas con ligera conexión con el maestro (infraestructura, COAR, Bono Escuela, entre otros) han configurado un escenario inverosímil hace tres meses que, con su fuerza, está poniendo en jaque al país.

La necesarísima reforma docente está ligada al bienestar de un pueblo como el peruano, que confía en que la educación puede ser un instrumento de mejora y desarrollo para el futuro. El diálogo es clave, sí, pero con los actores adecuados. Eso aún está pendiente y es responsabilidad del Ejecutivo y su Ministerio de Educación hacerlo realidad.