La Navidad como celebración de la natalidad, por C. Contreras
La Navidad como celebración de la natalidad, por C. Contreras
Arturo Salazar Larraín

Cada vez nacen menos seres humanos en relación al total. Las tasas de natalidad han caído. Hay quien piensa que esto es bueno para la economía. Richard Webb cree que la “frenada poblacional” así generada “estaría contribuyendo a la extraordinaria reducción de la pobreza en el mundo” (“”, El Comercio, 11/6/17).

La afirmación no tiene sustento. Webb asegura que la India y China han contribuido especialmente a la reducción de la pobreza. No es coincidencia, para Webb, que estos países hayan “visto una masificación de la planificación familiar, especialmente vía la esterilización”.

China ha crecido por un cambio en sus políticas económicas, que pasaron del socialismo al capitalismo de Estado. China se abrió a las inversiones extranjeras, legalizó la empresa privada, descolectivizó el agro, privatizó empresas públicas, acabó con el control de precios, el proteccionismo y el exceso de regulaciones.

Hoy el sector privado aporta más del 60% del PBI chino. Al contrario de lo que piensa Richard Webb, para sostener hoy su crecimiento, China ha tenido que legalizar el segundo y hasta el tercer hijo de las familias.

Pretender que el progreso de China se debe a las prohibiciones estatales sobre la reproducción humana es soslayar la verdadera causa: el cambio de políticas económicas. Entre otras cosas, lo que cambió fue la política demográfica. Ese controlismo, igual que el del resto de la economía, ha tenido que relajarse.

Este cambio de política poblacional ha sido necesario por el envejecimiento de la población. Cada vez hay menos jóvenes que trabajan y se enferman menos, y cada vez hay más viejos que no trabajan y se enferman más.

China pasa hoy por una crisis demográfica resultado de la ingeniería social del régimen de planificación estatal de la época de Mao Tse Tung. Para Richard Webb, sin embargo, la causa de la reducción de su pobreza está en esta reducción de la natalidad por regulación gubernamental.

Sostiene el economista que la planificación familiar evita el estrés alimentario, que causa “un debilitamiento físico e incluso mental con posibles consecuencias duraderas”. Como si la posibilidad de alimentar bien a una familia dependiera más del número de hijos que del empleo de sus miembros. Y como si el empleo dependiera más del número de personas que de factores como la inversión, la estabilidad monetaria o el tamaño del mercado.

El economista sostiene que se refiere a la planificación hecha por las familias; sin embargo, defiende la política gubernamental del período de Alberto Fujimori. Se queja de que políticamente (por las denuncias sobre esterilizaciones forzosas) se redujo el apoyo a la planificación familiar del gobierno, “perjudicando la salud y el bienestar de las familias más pobres del país”.

Es claro que el economista defiende la política de control de la natalidad y, especialmente, la de Fujimori, con sus esterilizaciones a cuestas. Decir que la reducción de la pobreza tiene relación con las esterilizaciones es, francamente, insostenible.

No es cierto lo que dice Webb, como no es cierta la tesis de Malthus, a la que nuestro economista rinde tributo. Malthus se equivocó en todo lo que pronosticó. La historia no se equivoca. Webb, en cambio, sí se equivoca, de principio a fin. Solo un razonamiento económico fallido puede creer que Malthus y Mao siguen vigentes. La economía no se puede poner de cabeza.