Hayley  Phelan

Este mes, mientras fuertes bombardeos sacudían las ciudades ucranianas y mataban al menos a cientos de civiles y enviaban a millones más al exilio, el presidente de Rusia, , el hombre detrás de los ataques viciosos, fue desafiado a un duelo por el multimillonario Elon Musk.

Musk, el fundador de Tesla y SpaceX, tuiteó a la cuenta oficial de la oficina presidencial de Putin, desafiando al presidente a un “combate único” y asegurando que lo que estaba “en juego” era Ucrania. La respuesta en dicha red social fue alegre: había carteles de maquetas que promovían la gran pelea e imágenes con Photoshop que presentaban a Musk como ‘Terminator’ o Rocky Balboa. Los partidarios de Putin se burlaron de Musk por el tuit.

La en Ucrania, que ha sido llamada la “primera guerra de TikTok” del mundo, ha erosionado los límites entre el periodismo bélico y las en las que celebridades publican ‘selfies’ glamorosos con promesas de pensamientos y oraciones en los subtítulos.

A medida que las redes sociales se convierten, para un número cada vez mayor de personas, en una fuente de noticias, vale recordar que las estructuras de estas pueden deformar nuestra comprensión sobre lo que está sucediendo en el mundo. El teórico de la comunicación Marshall McLuhan señaló en 1951 que la portada de un periódico ilustraba diariamente la “complejidad y similitud de los asuntos humanos”, con noticias de todo el mundo impresas una al lado de la otra. A pesar de lo que llamó “el frecuente absurdo sensacionalista y la falta de fiabilidad de las noticias”, McLuhan admitió que el efecto total de este enfoque mosaico “es imponer un profundo sentido de solidaridad humana”.

En las redes sociales, sin embargo, estos elementos dispares aparecen singularmente y desaparecen a medida que deslizamos nuestros pulgares por nuestras pantallas. El resultado no es un mosaico, sino un nubarrón en el que lo trivial sigue a lo grave o lo personal aparece junto a lo público. La guerra comienza a mezclarse con el entretenimiento. Antes de que nos demos cuenta, tenemos a un multimillonario desafiando al presidente ruso a una pelea, como si estuvieran en una escuela secundaria. Y la multitud los anima.

¿Cuál es el daño? Parte de lo que vemos en las redes sociales es falso, lo que puede engañarnos sobre los hechos de lo que en realidad está sucediendo. Tomemos, por ejemplo, un video de lo que parecía ser una joven ucraniana enfrentándose a un soldado ruso, que se hizo viral a finales de febrero. El video era del 2012 y mostraba a la activista palestina Ahed Tamimi enfrentándose a un soldado israelí. Además de plantearnos preguntas sobre por qué ciertos conflictos parecen obtener nuestros clics y otros no, el video es ilustrativo del tipo de mensajes rotos que ocurren cuando, sin pensar, compartimos un contenido.

Todo este desplazamiento también puede conducirnos a la fatiga por compasión. Para McLuhan, la experiencia táctil de los medios de comunicación era un componente esencial de su efecto en la audiencia. En las redes sociales, mientras desechamos las publicaciones con un movimiento del pulgar, también vamos acariciando sus imágenes, tocando suavemente los tanques del ejército, los rostros de las celebridades, los cuerpos de los civiles en la calle. Los usamos cerca de nuestro pecho y dormimos junto a ellos. Esta intimidad con la violencia y el sufrimiento también puede quitarnos la sensibilidad.

Algunas de las respuestas más extrañas al tuit de Musk fueron las que le agradecieron por “ayudar” a Ucrania. No está claro de qué manera, pero estas personas creían que el ejecutivo estaba ayudando al país, en un ejemplo sobre cómo a menudo la atención se combina con el activismo en las redes sociales.

En el prólogo de “La novia mecánica”, McLuhan hace referencia al cuento de Edgar Allan Poe, “Un descenso al Maelström”, en el que un marinero se salva de ahogarse en un remolino estudiando sus corrientes y observando sus movimientos. De esta manera, podríamos tratar de identificar y reconocer las corrientes subyacentes algorítmicas en el centro de las redes sociales, pero para la mayoría de nosotros, la solución más práctica es alejarnos y encontrar una mejor manera de mantenernos informados sobre los eventos mundiales.

–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times