Paulo Vilca

La salida de prisión de ha sido interpretada como un riesgo mayor para el ‘establishment’. Estos temores se han incrementado tras la difusión del masivo recibimiento otorgado al exmilitar en la ciudad de Andahuaylas el 10 de setiembre, lugar donde se produjo el levantamiento etnocacerista del año 2005.

Estos miedos no son gratuitos, pues Antauro Humala representa –para un sector importante de la ciudadanía– la imposición a sangre y fuego de un nuevo orden político o, para decirlos en términos antauristas, la fundación de una “segunda república cobriza”, en lugar de la “republiqueta criolla”. Esta rebelión –se teme– vendría con su dosis inevitable de fusilamientos (como una suerte de escarmiento histórico), nacionalización de empresas, eliminación de influencias extranjeras, entre otros. En suma, y tal y como ha señalado en reiteradas oportunidades el ex mayor del Ejército, se trataría de la instauración de un nuevo Pachacuti con remembranzas del pasado incaico, lo que pasa en primer lugar por el regreso a la Constitución Política de 1979, para dar paso luego a una asamblea constituyente.

Sin embargo, el discurso radical no lo es todo. El temor de las élites se funda en buena medida en la presencia de las huestes etnocaceristas conformadas mayoritariamente por reservistas; es decir, licenciados del ejército que, como bien sabemos, forman parte de los sectores sociales con menos recursos. Las imágenes de cientos de individuos utilizando indumentaria militar que van vendiendo el periódico “Antauro” y difunden en plazas y mercados el discurso refundacional seguramente forman parte de las mayores pesadillas de amplios sectores modernos y democráticos.

Sin duda, la participación de los reservistas es tal vez el principal capital político del etnocacerismo. A diferencia de lo que ocurre en todos los demás partidos políticos, que apenas cuentan con afiliados reales y activos, Humala cuenta con militantes leales, comprometidos e ideologizados, que no han cesado de hacer política a pesar de que su líder, toda la dirigencia y muchos de ellos mismos estuvieron en prisión por casi dos décadas. La política finalmente son ideas y personas, y no solo recursos, márketing o redes sociales. Por ello, probablemente el menor de los Humala diría que son el único partido verdadero en estos tiempos de antipolítica. Reúnen una trilogía esquiva: ideología, militantes y martirologio.

No obstante, es justo señalar que 17 años después del , en el que participaron siendo veinteañeros, estos veteranos (296 de los cuales estuvieron presos) ya no son únicamente un grupo de exsoldados equipados con una mochila llena de periódicos y un parlante para difundir arengas. Los “compatriotas” –los cuarentones que acompañan al líder etnocacerista– se han convertido en abogados, como los dirigentes Raúl Huamaní y Rogelio Rivas de Cusco, y Justo Álvarez de Puno, y docentes como José Godoy, principal dirigente en Lima.

Por otro lado, a diferencia de los políticos tradicionales, para los seguidores del credo etnocacerista, la prisión, la persecución y la diatriba contra ellos forman parte de la vida política y los reafirman en sus convicciones de soldados de la vanguardia revolucionaria. En contraposición con casi todo el resto de las organizaciones políticas existentes en el país, que actúan sobre la base del interés individual y el cálculo electoral, en el caso del etnonacionalismo se esboza siempre la mística y la búsqueda de un objetivo colectivo como argumento para la toma de decisiones políticas. Pero, como estamos en el Perú, nada de ello ha impedido el surgimiento de dos grupos que en teoría son parte del mismo proyecto: el Partido Etnocacerista Revolucionario Unido (PERU) y la Alianza Nacional de Trabajadores, Agricultores, Universitarios, Reservistas y Obreros (ANTAURO). Ambos buscan la inscripción electoral y dicen ser hijos del mismo padre, aunque su propia existencia da cuenta de divergencias y divisiones que dificultan conseguir la anhelada unidad orgánica.

Por supuesto, nada de lo dicho hasta aquí significa desconocer algunos elementos controversiales y cuestionables de la organización, como su militarismo, la rigidez ideológica, el estatismo, las alianzas con políticos tradicionales (José Vega, de UPP; Virgilio Acuña, ex Solidaridad Nacional; Jorge Castro, ex Frente Amplio), la xenofobia y su visión conservadora sobre la identidad sexual y los roles de género. Tal vez el afán por menguar las observaciones en este último ámbito ha llevado a Antauro Humala a resaltar la presencia femenina en el etnocacerismo y a incluir como uno de sus referentes históricos a Micaela Bastidas. De hecho, acabó su discurso en Cusco con una cita textual de la lideresa indígena para referirse a la situación actual: “Ya no tengo paciencia para aguantar todo esto”.

En un contexto de desafección política y crisis institucional, la incursión de un movimiento contestatario y radical que propugna el antagonismo racial entre la élite blanca y la sometida mayoría cobriza puede encontrar campo fértil para ganarse el favor de los sectores más postergados y convertirse en una seria opción electoral. Los etnocaceristas y su líder lo saben y, por eso, se alistan tácticamente para “jugar y ganar” bajo las reglas democráticas. Si fracasaron por la vía de las armas y tuvieron que pagar prisión por ello, ahora que todos se encuentran en libertad avizoran la llegada de su momento en la historia.

Paulo Vilca es director del Observatorio Regional de 50+1 Grupo de Análisis Político