Rubén Vargas Céspedes

Recientemente la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito () ha publicado su informe sobre la situación mundial de las drogas. Hay varios hallazgos y conclusiones que merecen ser comentadas.

Empecemos con el consumo. Según el informe, 284 millones de personas consumen drogas. Esta cifra significa un aumento del 26% en relación con la década anterior. La droga más consumida es el cannabis repotenciado, lo que guarda relación con la legalización de su consumo. Los países que tomaron esta decisión tendrán que poner en la balanza los graves problemas de salud pública y de seguridad que desencadenaron versus los ingresos fiscales que están percibiendo con la liberalización.

El consumo de también ha reportado cambios significativos, los consumidores se calculan en 21,5 millones. Además de los conocidos, se han abierto mercados nuevos en África, Asia y en América Latina. En África una parte de la ruta que sigue es por territorios controlados por los talibanes. Entonces, ¿podríamos decir que la cocaína también estaría financiando al terrorismo internacional? Es importante que se entienda, especialmente en el ámbito de la responsabilidad común y compartida, que las posiciones tibias y permisivas en torno a la coca ilegal y sus derivados tienen consecuencias mundiales.

El aumento del consumo de cocaína en nuestra región es una constatación significativa y alarmante. Se calcula en cerca de 5 millones de cocainómanos. Es una cantidad similar a la europea. Sin embargo, si sumamos a los consumidores de Centro y Norteamérica entonces el número sube a 11,5 millones de consumidores. Es decir, las américas se han convertido en el mercado más grande para esta droga. Esto es un serio problema para los países productores, especialmente para el Perú. La cocaína colombiana está sólidamente posicionada en Estados Unidos. La nuestra es la que abastece a los mercados emergentes. Con esta evidencia se entenderá mejor por qué se está registrando una gran expansión de la coca ilegal en Ucayali, Loreto y Madre de Dios.

Respecto a la producción de cocaína, el informe nos dice que estamos en los máximos históricos. El 2021 se procesaron cerca de 2 mil toneladas. El 90% de las incautaciones a nivel mundial se han realizado en rutas marítimas y en contenedores de empresas formales. Recientemente se incautó en el norte del país cerca de dos toneladas de cocaína de propiedad del “Cartel de los Balcanes”. Es un secreto a voces que los puertos peruanos, especialmente el de Paita (Piura), están penetrados por operadores del narcotráfico. El riesgo de contaminación que corren las empresas agroexportadoras es muy alto. Estamos a tiempo de evitar las sanciones como consecuencia de esa porosidad.

Sin duda, como vemos, estamos en un super ciclo expansivo del consumo y la producción de cocaína. Si a esto le sumamos el abandono del Gobierno a la Política Nacional de Lucha Contra las Drogas y, además, la campaña de legalización de toda la coca que sale de Devida, entonces el panorama para los próximos años es apocalíptico.

Ahora bien, también debemos mencionar que una parte del informe de Unodc es inexplicablemente superficial justo en el tema más sensible: la erradicación de la coca ilegal. En esta materia arriba a conclusiones falaces y recurre a conceptos no cuajados y a experiencias dudosas del proceso colombiano. Para el documento la erradicación forzosa genera una disminución inicial, pero que aumenta la coca a mayor velocidad en otras zonas. Concluye que una sola erradicación no depara ningún beneficio a largo plazo. En contraposición, menciona que la erradicación voluntaria sumada a un desarrollo alternativo reducen de manera más efectiva la coca ilegal. El mensaje subyacente está claro. Sin embargo, este tema no es tan simple como se ha planteado.

Hubiese sido muy importante que la Unodc se tomara el tiempo para analizar otras experiencias mucho más ricas. El caso peruano es digno de convertirse en un buen referente. Está claro que la lucha contra el narcotráfico no puede reducirse a la erradicación y menos a una sola erradicación. Entender esto nos tomó muchos años. Ahora el concepto fundamental es la estrategia integral, donde la erradicación es uno de los componentes de una respuesta integral. También es importante recordar que, en el Perú, ya están superados los conceptos como la sustitución de cultivos, la reconversión productiva o el desarrollo posterradicación. El desarrollo alternativo ahora tiene un enfoque de desarrollo territorial y su finalidad no es –solo– sustituir a la coca, sino cambiar la matriz económica de la zona intervenida. ¿Hay ejemplos de este modelo? Sí. El proceso seguido en el valle del Huallaga y, especialmente, en la región San Martín es un claro ejemplo. Esta experiencia exitosa se analizó en un trabajo de investigación para la Unodc en el 2011. Si, finalmente, entendiéramos la naturaleza de las economías ilegales (el narcotráfico es una de ellas), entonces debemos convenir que la erradicación (una, dos o las veces que fueran necesarias) es importante para subir la valla a los proveedores de la materia prima insustituible de la cocaína.

En el Perú la autoerradicación es el ejemplo del autoengaño. Unodc conoce lo que pasó en el 2004 en Ucayali y en el 2014 en el Vraem. Este Gobierno, que ha ideologizado la lucha contra las drogas, está recurriendo, nuevamente, a esta fórmula fracasada.

Rubén Vargas Céspedes es exministro del Interior