"Hoy todo esto vuelve a ponerse sobre la mesa –en especial en el ámbito de la salud–, aunque, a decir verdad, nunca dejó de estar ahí. Otra cosa es que no se le prestó la atención suficiente o fue borrado de la discusión pública y de la política nacional". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
"Hoy todo esto vuelve a ponerse sobre la mesa –en especial en el ámbito de la salud–, aunque, a decir verdad, nunca dejó de estar ahí. Otra cosa es que no se le prestó la atención suficiente o fue borrado de la discusión pública y de la política nacional". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Carlos Garatea Grau

El COVID-19 nos descubrió lo que ya teníamos. Dicho de otro modo: nos puso los pies en la tierra.

Puede parecer una afirmación inoportuna pero lo cierto es que, con el mismo ímpetu con el que se discuten los efectos de una crisis que no termina, debemos admitir que durante décadas hemos escondido las debilidades del Estado, la precariedad económica de muchos ciudadanos y las desigualdades a lo largo y ancho del país. Hoy todo esto vuelve a ponerse sobre la mesa –en especial en el ámbito de la salud–, aunque, a decir verdad, nunca dejó de estar ahí. Otra cosa es que no se le prestó la atención suficiente o fue borrado de la discusión pública y de la política nacional.

Por eso, podemos afirmar que cuando llegó el , el Perú seguía ahí. Y preguntarnos: cuando se vaya, ¿seremos otros?

Las universidades cumplen una función principal. Deben ser agentes del cambio, formar ciudadanos reflexivos, creativos, buenos profesionales y ser centros que generen conocimiento. La investigación está mostrando su importancia para amortiguar problemas de salud pública. Muchas iniciativas que hemos visto para responder a los desafíos del COVID-19 con solvencia, creatividad y rapidez provienen del ámbito universitario, en ocasiones asociadas a la empresa privada. Sin embargo, aunque se ha avanzado en su fomento, la investigación permanece fuera del radar del interés público y poco o nada se dice de su cometido en la búsqueda de un país mejor.

En las últimas semanas, la importancia de la investigación ha obtenido el protagonismo que merece. Mientras tanto, ¡cuántos prototipos, tesis, experimentos y publicaciones se acumulan en los campus o en las bibliotecas universitarias sin tener la posibilidad de influir en la sociedad o en el conocimiento general! Regresamos, así, a dos viejas premisas que el COVID-19 ha desempolvado: la relación del Estado con las universidades (y viceversa) y la investigación como medio de desarrollo. Pero no es todo. La educación a distancia ha puesto en el centro el rol docente. Se repite una y otra vez que la educación es una condición necesaria para avanzar como sociedad, pero se silencia que la educación requiere excelentes profesores; y que, como es lógico, ello implica un costo y exige tiempo, esfuerzo y preparación.

Lo paradójico es que cuando se ha hecho evidente la imposibilidad de continuar con las clases presenciales, el consenso en torno al lugar de la educación ha mostrado más fisuras que las esperadas. El cambio de medio, las nuevas condiciones pedagógicas, el desafío de la tecnología, la necesidad de asegurar la calidad y el reto al que se enfrentan ahora los docentes ante esta inevitable transformación importan poco para muchas personas. Todo parece reducirse a que, ante el cambio, el profesor debe ganar menos; y si trabaja gratis, mejor.

La discusión asociada a este asunto confirma que seguimos sin valorar a los docentes y sin comprender que hablar de educación es comprometer el futuro. Otra vez el discurso versus la realidad. ¿Será posible que algún día defendamos a los docentes que necesita el Perú o seguiremos atrapados en los prejuicios y el desdén?

Cuando se venció a Sendero Luminoso (SL) quedaron a la vista las grietas que ayudaron a que su discurso prendiera, e incluso se generó un relativo consenso en torno a la necesidad de cerrarlas a la brevedad. ¿Se hizo algo al respecto? Muy poco. La indolencia, la corrupción y el despilfarro pudieron más. Caímos en el espejismo de un desarrollo sostenido en un frágil talón de Aquiles. No podemos permitirnos que esto ocurra cuando venzamos al COVID-19. Los problemas que dejamos sin resolver nos seguirán esperando y serán más acuciantes. Por eso, sería irresponsable hacer como si no hubiera pasado nada. Sucedió luego de SL y podría repetirse. Evitarlo depende en mucho –pero no solo– del Estado.

Cuando venzamos al COVID-19 y abramos las puertas, asumamos el país que dejamos atrás; pero, por favor, no volvamos a la “normalidad”.

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