Elección calata, por Andrea Stiglich y Carlos Ganoza
Elección calata, por Andrea Stiglich y Carlos Ganoza

Mientras que a nosotros nos tomó un libro entero (“El Perú está calato”, Planeta 2015) hacer notar cómo nuestras deficiencias institucionales atentan contra el progreso, en esta elección el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) ha hecho un mejor trabajo con solo unas cuantas páginas. 

La pobreza institucional es el elefante sentado en el medio del proceso electoral. Todos se quejaron de las resoluciones del JNE, de la ausencia de propuestas en la campaña y de la volatilidad en la intención de voto, pero pocos ataron estos síntomas a sus causas centrales. 

Las malas leyes y los desaciertos de la justicia electoral son la punta del iceberg de nuestros problemas institucionales. Han pasado 15 años de democracia y las elecciones solo se han hecho más impredecibles y menos soportables para el votante. Quienes creen que el crecimiento económico nos ha vacunado contra la inestabilidad política tienen que pensar qué significa que una campaña que aparentaba ser predecible haga varios giros dramáticos en cuestión de semanas dejando a medio mundo aturdido, y qué está en juego en cada uno de esos saltos mortales. 

¿Alguien recuerda cuándo fue la última vez que la mayoría de personas acudió a las urnas con ilusión y esperanza? El voto con los dedos cruzados se está convirtiendo en un hábito. La desafección que eso genera hacia la democracia no debe ser subestimada. Si Estados Unidos, la economía capitalista más vigorosa del planeta no puede inocularse contra el populismo de Donald Trump y Bernie Sanders, qué negligentemente cándido es pensar que el Perú sí. 

El meollo de este enredo está en la precariedad de nuestro sistema político. Los electores en cualquier parte del mundo necesitan marcas partidarias para informar su voto. Lo contrario, para usar una analogía de moda, es como salir a comprar un refrigerador sin que exista ninguna opción con marca conocida o información confiable. La mayoría de personas estaría abrumada. Tan iluso como pensar que el consumidor se vuelva un experto en refrigeración es esperar que el votante se devore los planes de gobierno e investigue el CV de los candidatos. 

La ausencia de partidos sólidos no solo tiene como consecuencia la inexistencia de marcas políticas sino la multiplicidad de candidatos. Frente a un anaquel lleno de productos con etiquetas dudosas y la obligación de escoger uno, al votante no le queda más que una aproximación superficial a los candidatos, juzgándolos por las muestras de comportamiento y personalidad que la campaña pone a su disposición. Así, el anecdotario de la campaña reemplaza lo sustancial, y eventos tan aleatorios como que a un candidato le pesen las partes íntimas y otro devuelva un sombrero son determinantes. 

Si a esto se le suma que la conexión entre lo que los candidatos dicen que van a hacer y lo que hacen en el gobierno ha sido fantasmagórica, los pocos incentivos que tiene el votante para fijarse en propuestas se diluyen aun más, porque simplemente no les cree. 

Eso no ocurre porque los votantes peruanos seamos unos ‘electarados’, sino porque respondemos a los incentivos de un sistema perverso que nos pone a tomar decisiones fundamentales frente a un mostrador donde es casi imposible distinguir lo bamba de lo bueno, y eso es un aliciente para que aumente la oferta bamba.

El resultado es que nuestras elecciones presidenciales no son el ejercicio virtuoso de la ciudadanía, sino una carrera en la que el votante va de anécdota en anécdota a la búsqueda de un candidato que lo represente, y cada vez que fija su atención en uno, el país corre el riesgo de darle las riendas del gobierno a un improvisado, un radical, un clientelista o un corrupto. 

En el mejor de los casos llegamos a una segunda vuelta polarizada en un país ya fracturado donde la cooperación es un desafío, con un Congreso que se renueva en un 80% y que tiene que volver a aprender la labor legislativa, y un grupo que llega al Ejecutivo sin un mandato electoral para hacer reformas. 

Cada cinco años nos jugamos la misma lotería mediocre en la que el premio puede no ser más que un gobierno que flota junto con la economía internacional, con poca capacidad política para emprender reformas a fin de elevar la productividad.

Las personas que dicen que lo que necesitamos es más liderazgo antes que mejores instituciones no tienen respuesta a cómo salir de este círculo vicioso en el que por no tener mejores instituciones no podemos elegir a mejores líderes. 

La única forma de tenerlos de manera predecible es con un mejor sistema de partidos. 

Del mismo modo como los peruanos aprendimos a exigirle a los políticos mejores reglas para el manejo macroeconómico, tenemos que desarrollar una demanda por mejores partidos. Ese es el nuevo consenso que nos hace falta.