Empezar a desmitificar al elefante, por Jaime Saavedra Chanduví
Empezar a desmitificar al elefante, por Jaime Saavedra Chanduví
Jaime Saavedra Chanduví

¿El Estado Peruano debe ser más grande o más pequeño? Algunos liberales dirían que es ya inmenso, ineficiente, usurpador de libertades, un elefante inútil que debe reducirse a su mínima expresión. Hacia el otro extremo, otros dirían que el Estado es todavía pequeño, que debería asegurar servicios básicos, regular los mercados, intervenir directamente en el circuito productivo y de servicios, etc. Es decir, no hay consenso sobre si el tamaño actual es el adecuado y tampoco hacia qué dirección se debe ir. Miremos al mundo y veamos cómo es el tamaño del Estado en los países desarrollados. Reino Unido: 45% de gasto público como porcentaje del PBI (Thatcher lo redujo a 40%, creció con Brown y ahora Cameron lo está reduciendo otra vez), Suecia: 50% (una dramática reforma liberal lo redujo desde su pico de 67% en la década de 1980), Francia: 56%, Estados Unidos: 38%. Más cerca, en Colombia, la cifra es 29%; en México, 23%. 

¿Hacia dónde debe ir el Perú? Si queremos ser un país desarrollado, inevitablemente el tamaño del Estado debe ser mayor que el 18% actual. Es evidente que miles de peruanos no tienen acceso a condiciones básicas en salud, educación y seguridad. Sabemos que a pesar de la expansión de los programas sociales, de la expansión significativa en la cobertura del seguro de salud, del aumento en acceso a la educación inicial, de haber duplicado el acceso al agua potable en zonas rurales, todavía hay millones de peruanos que no reciben los servicios a los que tienen derecho, o que los reciben sin la calidad apropiada. Alguien diría que se puede lograr una cobertura de alta calidad en todos los servicios con el mismo presupuesto, pero con mayor eficiencia. Eso es imposible. Siempre se puede ser más eficiente, pero no podemos lograr lo que necesitamos simplemente con más eficiencia. Un colegio no puede mantenerse si el Estado destinó, durante los últimos 30 años, cero soles a su mantenimiento. Hasta el más liberal y antiestado de los analistas entendería que un psicólogo por cada 5.000 alumnos no es suficiente. Y los 2.000 soles como salario promedio de un maestro –aun siendo 44% más de lo que era hace cinco años– es la tercera parte –en términos reales– de lo que ganaba hace 40 años. Siempre se puede ser más eficiente, pero eso no basta. Desde donde partimos, más gasto es inevitable.

Sin embargo, partir de una base baja nos da una gran ventaja. El Estado Peruano tiene que crecer, pero tiene la posibilidad de hacerlo de una manera eficaz, aprendiendo de lo que ya avanzaron otros y contando con una tecnología radicalmente distinta. Por ejemplo, en educación la tecnología nos permite que con una tablet ya podamos contar con información real de la situación de miles de escuelas todos los meses y que los mecanismos de focalización hayan mejorado sensiblemente, de modo que podemos definir de manera mucho más precisa quién necesita una beca. No es lo mismo que tomemos la decisión que tomaron Alemania o Estados Unidos, hace más de cien años, de universalizar servicios básicos de educación y salud, a que la estemos tomando en el siglo XXI. ¿Estamos tomando tarde esa decisión? Sí. Nos hemos tardado décadas. Pero es ya una discusión inútil. 

Pero hay otro cambio fundamental acerca de cómo debemos diseñar el Estado. En el caso de la educación, la reforma en la que estamos embarcados no es solo de cambios en estructuras (universidades públicas y privadas que rindan cuentas y que tengan estándares mínimos) y en incentivos (maestros con incrementos salariales ligados a su desempeño y al desempeño de sus alumnos; presupuesto adicional asignado a regiones basado en compromisos de gestión). Es también, y principalmente, cambios de actitud y mentalidad. Requiere que mantengamos y atraigamos a la gente más talentosa al sector público. Las grandes reformas, que en muchos casos toman algún tiempo y son complejas, solo se logran si se tiene a la gente más creativa, innovadora, comprometida y obsesionada con dar un buen servicio público. 

Estamos ante una elección crucial para continuar el proceso de desarrollo. Podemos continuar con el mismo Estado y navegar por unas décadas más con un país que tiene las condiciones, pero que no se dispara. O podemos decidir cambiar al Estado. Es un riesgo, ya que se puede retroceder décadas si se transforma en un Estado populista e inefectivo. O nos podemos mover al Estado del siglo XXI. Más grande que el actual y lo estrictamente necesario para que sea eficaz e igualador de oportunidades.