"¿El feminicida nace o se hace? Los hombres, ¿llegan al mundo odiando a las mujeres? ¿Existen los asesinos por naturaleza? Estas son preguntas casi existenciales". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"¿El feminicida nace o se hace? Los hombres, ¿llegan al mundo odiando a las mujeres? ¿Existen los asesinos por naturaleza? Estas son preguntas casi existenciales". (Ilustración: Giovanni Tazza)

¿El feminicida nace o se hace? Los hombres, ¿llegan al mundo odiando a las mujeres? ¿Existen los asesinos por naturaleza? Estas son preguntas casi existenciales. Sin embargo, en mi libro “Primero muerta” las dejo abiertas a partir de una aproximación multienfoque a la espera de que el lector encuentre su propia respuesta.

Hubo más de 1.200 mujeres asesinadas por feminicidas entre el 2009 y el 2019, según el Observatorio del Ministerio Público. Y no. Las cifras no se incrementan año a año; en realidad, son similares en promedio. Llevamos más de una década padeciendo el mismo mal, pero recién lo miramos.

Nos indignamos más pero, ¿cuántas mujeres asesinadas necesitamos para pasar a la acción? Esa que genere cambios culturales y sociales a largo plazo. Mientras tengamos ministros más preocupados por tomarse fotos a cada paso que dan, poco cambiará.

Por otro lado, llevamos años incrementando penas. Si revisamos el derecho comparado, en algunos países se aplican penas más severas que en otros. Sin embargo, ¿de qué sirven estas si no se aplican? La impunidad es el cáncer del Perú. Así lo relaté en mi primer libro, “No te mato porque te quiero”.

Esta vez cambié el foco. Uno de los maestros del periodismo, Ryszard Kapuściński, decía que el trabajo de los periodistas no consiste en pisar a las cucarachas, sino en prender la luz para que la gente vea cómo estas corren a ocultarse.

Mis “cucarachas” son los feminicidas. En “Primero muerta”, los miro a ellos, a los asesinos de mujeres en el Perú. Escarbo en sus vidas y entro a sus mentes criminales. A aquella mente machista y misógina, pero cuerda. Ellos distinguen entre la realidad y la ficción. No son individuos inimputables. Planifican su crimen con crueldad, buscando que su asesinato sea noticia. De pronto son “famosos”, hasta los bautizan. Los conoce todo el Perú. Ellos renacen post mórtem a su víctima, gracias a su crimen. Mirar a estas cucarachas metafóricas es mi manera de poner en agenda la salud mental.

En “Primero muerta” perfilo a seis feminicidas. Ellos constituyen casos emblemáticos que retratan el problema de la violencia de género porque las mujeres seguirán muriendo mientras no nos centremos en la prevención, la educación y en la sanción a los agresores.

¿Cómo entender, por ejemplo, que tres de los feminicidas que retrato en mi libro hayan sido parte del Ejército Peruano? Dos de ellos, además, en actividad. Uno en el servicio voluntario, con un antecedente de haber violado a un niño de 9 años. El otro, un suboficial, ya graduado de la escuela. El primero violó y mató a dos niñas. El segundo, asesinó, quemó y metió en un cilindro con cemento a su pareja. Antes de cometer sus crímenes, ambos pidieron días libres a su institución.

Al ver estos casos, es imposible no preguntarse si los exámenes de admisión de las Fuerzas Armadas –que formarán a personas que usarán armas y municiones en defensa de la patria– no pueden detectar rasgos psicopáticos, falta de control de impulsos o misoginia.

Este libro pone también la luz sobre el feminicidio infantil. El contador de mujeres muertas no las incluye. Pero esas niñas violadas, torturadas y asesinadas no existen más por el hecho de ser mujeres. No miremos la edad; hablemos de género. Las estamos invisibilizando.

La estadística nos revela que, en los últimos 3 años, más de 500 niñas de entre 10 y 14 años murieron de manera cruel. Son crímenes de odio que deben ser entendidos y atacados como tales. Al sumar niñas y adultas, el número de feminicidios cobra matices horrorosos evidenciando que la situación es mucho más grave.

Puedo decir que escribí un thriller periodístico, porque cada caso narrado produce terror. Desde aquel que se come la costilla de su víctima a la que prende viva dentro de un bus o ese que sigue abusando de su presa cuando ya murió. Todo lo narrado es verdad. Estremézcanse porque estos asesinos conviven entre nosotros. Son humanos y matan mujeres.

Entenderlos es el primer paso para desarrollar políticas públicas en educación, salud mental y con las familias. La víctima jamás tendrá la culpa, el responsable es el feminicida. ¿Por qué optó por el camino de la muerte? ¿Por qué la sociedad no lo detectó a tiempo? Niño, adolescente, adulto…

Si bien este libro no se centra en el sistema de justicia, sin proponérselo, también lo critica. Prendamos la luz. Esta publicación no solo hace correr a las cucarachas feminicidas sino a todos esos machistas, cucarachas en desarrollo, que no soportan que se hable de la violencia de género y que persisten en decirnos que todo ello no es más que un cuento. El cuento es creer que por el camino que vamos todo va a estar bien. Cuando es exactamente lo opuesto: cada día estaremos un poquito peor.