(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Tras ocho meses de gestión, el gobierno de culminó. Su mandato se caracterizó por lograr la adquisición de vacunas contra el COVID-19, iniciar el proceso de y llevar a cabo las elecciones generales. No obstante, también tuvo desaciertos que vale la pena evaluar. Dos excongresistas realizan un balance del desempeño del expresidente.

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“Lo más destacable de la presidencia de Sagasti es su perfil de demócrata sin titubeos en un contexto de tanta mezquindad política”.

Francisco Sagasti asumió la Presidencia de la República en uno de los peores contextos imaginables. En medio de una pandemia, con la ciudadanía indignada en las calles y los poderes Ejecutivo y Legislativo deslegitimados por su accionar abusivo. Asumió sin haberlo buscado y sin desearlo, pero con gran sentido de responsabilidad histórica.

Así, Sagasti ratificó una convicción republicana: que en los momentos más difíciles para la patria siempre se podrá contar con hombres y mujeres valientes que pondrán su talento al servicio de la causa común. Lo mismo sucedió con su equipo. Fue capaz de convocar en cuestión de horas un Gabinete ministerial de primer nivel, con profesionales de gran capacidad y vocación de servicio.

Hoy, ocho meses después, podemos ver los frutos de una gestión correcta y efectiva. Se ha iniciado el proceso de recuperación económica. Estamos mejor preparados para una eventual tercera ola. Y el Perú pasó de no tener una sola vacuna comprada a haber aplicado ya 12 millones de dosis y tener contratos que aseguran que todo peruano podrá ser vacunado.

Sin embargo, lo más destacable de la presidencia de Sagasti –y lo que más vamos a extrañar– es su perfil de demócrata sin titubeos en un contexto de tanta mezquindad política. Desde el primer día le devolvió dignidad al cargo presidencial. Y hasta el último momento defendió la Constitución y la estabilidad económica del país. Dos cosas que, como vemos, muy pocos políticos tienen hoy como prioridad.

Y lo hizo sin el Parlamento, que periódicamente lo enfrentaba con algún nuevo despropósito. Sean intentos de ignorar la Constitución o innumerables leyes demagógicas y antitécnicas. En todas las ocasiones el presidente se opuso a estas iniciativas, sabiendo que eso podría costarle el cargo. Curiosamente, algunos de los que hoy lo critican son quienes desde el impulsaron esta irresponsabilidad económica y quienes cada semana intentaban hacer fracasar al gobierno. Sagasti fue un defensor de la Constitución y del modelo económico, observando estas leyes y acudiendo al Tribunal Constitucional (TC) cuando correspondía. El TC ya le ha dado la razón en tres casos, y es probable que lo haga en una decena más en los próximos meses.

La historia, al igual que lo hace ya la ciudadanía, lo recordará como el presidente que el Perú necesitaba en un momento crítico. Una gestión destacada en medio de tanta pequeñez.

El 28 de julio del 2001, al culminar su mandato, el presidente Valentín Paniagua señaló en su discurso en el Congreso: “Al entregar la banda presidencial, declaro que he cumplido y he hecho cumplir la Constitución y la ley, y que me he esforzado en todos los instantes de mi gestión por ser digno del encargo de presidente del Congreso y, luego, de presidente de la República”. Palabras que Francisco Sagasti puede hacer suyas a cabalidad al culminar con distinción y honor su servicio al país.

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“En la relación con el Congreso también se pudo notar el egoísmo del presidente y la falta de entendimiento constitucional”.

Tras poco más de ocho meses de gestión, el gobierno de Francisco Sagasti llegó a su fin. Será recordado por el inicio del proceso de vacunación y por la recepción de millones de vacunas donadas por Estados Unidos y Covax, con lo cual se logró cubrir solo al 15% de la población. Sin embargo, son otros los hechos que ensombrecen la gestión.

La distancia nos permite reconocer que Sagasti llegó al poder de manera abrupta. Fueron las violentas marchas contra el gobierno constitucional de Manuel Merino las que llevaron a la renuncia de este último y a la asunción de Sagasti como presidente de la República. Es decir, resultó un directo beneficiario de las marchas que impulsó y en las cuales participó.

Con pocos días en el poder, Sagasti pasó por encima de la ley policial y designó al nuevo Comandante General de la Policía, pasando al retiro a casi una veintena de generales. Este atropello le valió su primera crisis ministerial.

Pocas semanas después, el gobierno sufrió otro remezón: el paro agrario. Desde el Congreso se buscó apoyar al Gabinete que asistía a su presentación. Pese a ello, no solucionaron el problema de los agricultores y fue el Congreso quien se hizo cargo.

Ya en febrero del presente año se desató el escándalo del ‘vacunagate’, en donde ministras del gobierno de Sagasti tuvieron que renunciar al evidenciarse actos de corrupción con la tan controvertida compra de vacunas chinas.

Sagasti, al mismo estilo de Vizcarra, también tuvo una tensa relación con el Congreso. Basta con recordar su oposición a las reformas constitucionales como el retorno a la bicameralidad y la referida a la cuestión de confianza. Con ello procuró dejar el camino libre para que cualquier presidente pueda disolver el Congreso de manera fáctica.

Por si fuera poco, también podemos recordar la advertencia que me hiciera en una reunión en Palacio de Gobierno de oponerse a las reformas y a la elección de magistrados del Tribunal Constitucional. Esta amenaza consistía en utilizar a medios de comunicación, a “constitucionalistas” y a poderes fácticos para evitar que el Congreso cumpla con el ejercicio de sus competencias constitucionales. Finalmente, la elección de los nuevos magistrados se vio frustrada por la insólita intervención del Poder Judicial y del Ministerio Público.

Por otra parte, en la relación con el Congreso también se pudo notar el egoísmo del presidente y la falta de entendimiento constitucional. El gobierno pretendió legislar a través de sus observaciones y, con ellas, entorpeció el trabajo legislativo. Reciente ejemplo es la observación a la eliminación de la pensión vitalicia, con la cual sale beneficiado el mismo Sagasti.

Finalmente, no podemos pasar por alto su poco compromiso con la educación de nuestros niños, quienes ya tienen dos años perdidos. Quizá no deba sorprendernos, pues él mismo se abstuvo de apoyar la reforma constitucional para invertir el 6% del PBI en el sector.