Ilustración: Giovanni Tazza
Ilustración: Giovanni Tazza
Elder Cuevas-Calderón

“Si la gente supiera de política tanto como de fútbol, sería invencible” es una frase que en estos tiempos (futbolísticos) vuelve a circular. Allí se evidencia la división entre el entusiasmo de los creyentes y la sospecha de los agnósticos; entre la esperanza de los hinchas y la acusación de alienación. No es un secreto que durante muchos años la academia acusara al fútbol de ser el opio del pueblo, una estrategia de poder para controlar a la gente cuya finalidad era la distracción de los acontecimientos fundamentales. Fue esa miopía académica la que pasó por alto que en el deporte no solo se juegan las reglas de una disciplina, allí se reconstruyen las formas de vida de una sociedad. ¿Puede influir el comportamiento de una sociedad en la estrategia táctica con la que juega una selección nacional? En principio, esta propuesta resultaría inviable debido al planteamiento diferenciado que cada entrenador propone. Sin embargo, luego de varias décadas con resultados semejantes resulta tentador someterlo a examen.

¿Existe relación entre el juego de cintura, el regate y el arrebato con la identidad brasileña? ¿Acaso el viejo fútbol “a la italiana” del ‘catenaccio’ representa una filosofía de juego y de vida? Estas preguntas se las formula el semioticista italiano Paolo Demuru, quien propone que el fútbol brasileño responde a la ‘malandragem’, el arte de la flexibilidad, y por otro lado, el italiano responde al ‘arrangiarsi’, el arte de la astucia racional. Por eso se pregunta si dicha flexibilidad es una metáfora de la elasticidad con la que los brasileños afrontan la vida y la racionalidad de los italianos la metáfora del acercamiento defensivo ante la otredad, para poder así responder y contraatacar. En otras palabras, una oposición entre el pragmatismo brasileño y la racionalidad italiana o, como Pier Paolo Pasolini refería, una oposición entre el fútbol escrito en verso o en prosa. Así la prosa de los italianos se distinguía por la triangulación, la sintaxis, el juego colectivo, organizado, fruto de la ejecución de un plan y cuyo gol era el resultado de una estrategia racional. Sin embargo, el fútbol escrito en verso, el de la poesía, es aquel que tiene el regate descomunal, imposible de predecir, fruto de la inspiración individual, en espera del descuido, de la genialidad de cualquiera de los jugadores, y cuyo gol puede darse desde cualquier lugar y por cualquier persona.

¿Podríamos decir que la selección peruana hizo, durante esta Eliminatoria, fútbol en verso y sin esfuerzo? Basta con observar cómo desde los medios de comunicación hasta la población narran los resultados de los partidos para entender que –ya sea de forma motivacional con el típico “vamos a robarle un punto a Argentina” o un meme lúdico (“Comparte este Alan [García] para robarle el triunfo Colombia”)– el modo de jugar y las formas de vida se yuxtaponen. Pensemos que el momento (futbolístico) actual es fruto de la circunstancia y no de un plan trazado; en vez de un equipo sólido, se adhieren “nuevos” valores cuya habilidad del regate, de la inspiración, del descuido son sus cualidades para vencer. Y, finalmente, su valoración es adquirida no por sus cualidades intrínsecas sino porque se salvan de situaciones difíciles haciéndolo con una dosis de picardía y fortuna. Al alabar dichas cualidades, ¿no se estaría alabando un saber corporal en vez de una astucia racional? ¿No se estaría alabando la improvisación, el corto plazo, en vez del proyecto o el planeamiento?

Tal vez por eso las memorables intervenciones de Cueva, Flores o Guerrero durante estas Eliminatorias hayan sido interpretadas como apariciones, genialidades o simplemente momentos de fortuna en un juego que se gana por individualidades y no la colectividad. ¿No será que en vez de ser un equipo son once individuos que se esforzaron por “salir adelante”? ¿No será que cada uno de ellos representa cómo nos hemos unido como tejido social? Uno al costado del otro con una misma mira pero sin un mismo proyecto. Se dice que el entrenador logró cambiar la mentalidad de los jugadores. Aunque complejo, esperanzador. Esperemos que dicho cambio sea el paso del verso a la prosa, a fin de no tener que preguntarnos: ¿y ahora qué hacemos?