(Ilustración: Rolando Pinillos)
(Ilustración: Rolando Pinillos)
Harry Belevan-McBride

Hace algún tiempo sugerí en estas mismas páginas que el Premio Nobel de Literatura no debía rezagar por más tiempo a esos enormes ensayistas para quienes la palabra escrita es también la herramienta cotidiana de trabajo, como lo es para los poetas y novelistas. Mencioné entre otros a , cuyo compatriota Umberto Eco, un pensador igualmente monumental, acababa de fallecer sin haber obtenido aquel reconocimiento sueco que supuestamente confiere la inmortalidad infusa. Mañana se cumple un año de cuando Sartori se cansó de esperar, sumándose así a esa larga lista de la cual todavía sobreviven Alain Touraine, Harold Bloom, George Steiner, Jürgen Habermas, Noam Chomsky y no muchos más teóricos octogenarios cuya inmensidad intelectual ha contribuido decisivamente al progreso humano.

Giovanni Sartori fue un pensador florentino cuyos aportes a los estudios políticos le hicieron anticipar el surgimiento universal de los populismos, las verdades alternativas, la inteligencia artificial, la cibernética y tantos otros fenómenos de esta mundialización que a diario aprovechamos pero también padecemos. Percibió así, con envidiable clarividencia, cómo ha ido delineándose el horizonte perturbador de lo que bien podría convertirse próximamente en una distopía planetaria, regida por una ciencia y una tecnología manipuladas por gobernantes antisistema.

La contribución del más lúcido heredero de Maurice Duverger al análisis del riesgo político que representa la instantaneidad de los medios es solo comparable con lo que en su momento aportaron aquellos portentos primigenios del fenómeno como Karl Popper y Marshall McLuhan –dos otros olvidados del Nobel–, que supieron ventilar la filosofía alejándose de la meditación abstracta con una reflexión sobre las coyunturas contemporáneas. Textos de Sartori como “Homo videns: la sociedad teledirigida” o su último libro intitulado “Diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro” seguirán alertándonos de las sombras que nublan un futuro que pareciera estar escapándosenos de las manos.

Sartori analizó al ser humano y su circunstancia elaborando pacientemente “una teoría de la democracia” que pudiese mantener incólume “su compromiso con [...] la sociedad abierta”, al decir del jurado del Premio Príncipe de Asturias que le fue otorgado en el 2005. Era por eso inevitable que alguien como él, que se mantuvo intelectualmente vigilante hasta el final, meditara en sus últimos años principalmente sobre la crisis civilizadora interna y externa que enfrentan las sociedades abiertas –léase pluralistas– de Occidente: desde dentro, por la laxitud decadente de una corrección política flagelante, como si debiesen exorcizarse de ciertas taras culposas en lugar de enorgullecerse de tantas virtudes legítimas; y externamente, por la amenaza que el creciente totalitarismo islamista representa para el paradigma civilizador judeo-greco-romano-cristiano, expresada en esa hidra del multiculturalismo que Harold Bloom tildó tan acertadamente de concepto ideologizado, para mejor reforzar la validez intrínseca del pluralismo cultural. Porque para Sartori, “la buena sociedad es la sociedad pluralista”, tal como lo sustentó en su libro “La sociedad multiétnica”, aunque advirtiendo simultáneamente del “mal entendimiento de [...] creer que el pluralismo encuentra una continuación y su ampliación en el multiculturalismo, es decir, en una política que promueve las diferencias étnicas y culturales”. Así entonces, con una pizca de humor y varias dosis de ironía y de sarcasmo, aunque sin jamás caer en el impudor del cinismo facilista, Giovanni Sartori apostó siempre por la incorrección política como la suma del pensamiento crítico, aun sabiendo que remaba a contracorriente de la indolencia moralizante que hoy entumece a las mayorías biempensantes occidentales.