(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Juan Carlos Chávez

La idea de publicar editoriales contra la postura desafiante y negativa del presidente republicano hacia los medios de comunicación no es descabellada.

Tampoco lo es salir en defensa de la integridad de la libertad informativa.

Por eso cuando más de 300 periódicos de Estados Unidos se sumaron a una iniciativa reciente para llamar la atención sobre el estado de la prensa y exigir de una vez por todas que el mandatario ponga freno a sus ataques, la mayoría afinó la puntería de sus ideas y convicciones: desde las salas de prensa de los rotativos más liberales hasta los bastiones que sirvieron de plataforma y aliento para la sorprendente victoria de Trump en las elecciones presidenciales.

A título personal, creo que era necesario alzar la voz y zanjar límites a un presidente que ocupa buena parte de su tiempo y cuenta de Twitter en tildar a los medios de generadores de noticias falsas por el hecho de no comulgar con sus ideas y cuestionar reformas en temas sensibles como inmigración, comercio internacional e impuestos.

Esta batalla no es antojadiza. Tomó forma cuando el presidente Trump asumió poderes y comenzó a sellar su estilo. De aquel magnate de bienes raíces que se apoyó precisamente en los medios y canales más tradicionales para inflar su imagen, queda poco o nada. Hoy es su principal caudillo.

La pregunta que deberíamos hacernos es si esta lucha interna entre la Casa Blanca y la prensa tendrá un punto final o quizá lleve a más de uno a cuestionar el rol de los medios en el quehacer de la política nacional.

Espero que la discusión no alcance este nivel, ya que podría ser interpretado como una victoria de Trump al señalar a los periodistas como abanderados del mal. Algo que, dicho sea de paso, está tomando espacio entre los electores republicanos, de acuerdo a encuestas y sondeos de opinión para tomarle el pulso a la base electoral que apoyó la candidatura de Trump. Más peligroso aun es que muchos estadounidenses consideren que las noticias son cada vez más partidistas y estén alejándose de la objetividad que deberían guiarlas.

La suma de todas estas variantes podría otorgarle a Trump un respaldo que nos distanciaría de la naturaleza y el objetivo de una democracia participativa. También del carácter y fundamento de las instituciones que están para garantizar que el sillón presidencial no termine en las manos de un dictador.

Ciertamente, esta batalla interna entre los medios y el presidente no es algo nuevo en la historia moderna del país. Lo hemos visto bajo la sombra de mandatarios muy populares y otros que pasaron a la memoria sin dejar mayor legado.

Lo sorprendente es que no todos los medios de prensa se unieron a la iniciativa editorial para denunciar las manipulaciones de Trump. Algunos consideraron que podría resultar contraproducente. Otros llegaron a la conclusión de que no beneficiaría la imagen de los medios, sino que fortalecería la percepción de que estamos frente a una industria quejumbrosa y herida de muerte.

Mi opinión es que los medios están en su derecho de indagar y denunciar. Soy también de la opinión de que el presidente Trump inició esta batalla cuando optó por los insultos y difamaciones.

¿Habrá un ganador? ¿Saldrá alguien mejor librado que otro? ¿Estaremos ante el fin del equilibrio y la balanza de poderes? No lo creo. Son preguntas que el tiempo se ocupará en desmenuzar y lecciones que un elector responsable tendrá que plantearse cuando le toque ir a las urnas.