Francisco Sagasti

Aclaración:

Contiente extractos del discurso pronunciado en Saqsaywaman, el 24 de julio del 2021, por la fiesta del Inti Raymi, “Discursos del Bicentenario”, Planeta Editores, 2021.

Hermanas y hermanos del Cusco, de todo el Perú: el mundo entero está sufriendo el impacto y las trágicas consecuencias de la pandemia del COVID-19. Esto no es algo nuevo. Las epidemias han marcado hitos importantes en la historia mundial y también en la nuestra. Pero estos hitos no fueron definidos solo por devastadores virus y bacterias. A estos contribuyó un virus aún más dañino, insidioso y perdurable: la desunión del pueblo peruano, cuyas manifestaciones han sido el desprecio, el resentimiento, la indiferencia, el odio, la polarización y las luchas fratricidas. Las divisiones al interior del Imperio Incaico facilitaron la labor de los conquistadores; la Independencia y los ideales republicanos no cerraron las enormes brechas entre distintos grupos sociales; las disputas entre caudillos socavaron los heroicos esfuerzos de nuestras Fuerzas Armadas en la Guerra con Chile.

Ahora, el virus de la desunión se añade al de la pandemia; su convergencia nos deja pérdidas irreparables y desafíos inconmensurables, tanto como individuos, como familias, como sociedad y como Estado.

Desde los tiempos del Tawantinsuyu se reconoció que la diversidad es fortaleza y resiliencia ante la adversidad. El Perú tiene una invaluable mezcla de culturas, empezando por aquellas de los pueblos ancestrales que celebramos hoy, seguidas por la que añadieron los españoles, portadores, a su vez, de una amalgama de las culturas cristiana, árabe y judía. A ellas se suman la afroperuana, la migración china, y la llegada de japoneses y de europeos. Durante cinco siglos, esta mezcla de mezclas configuró lo que es la sociedad peruana, y enriqueció notablemente las manifestaciones culturales de nuestra patria.

Debemos encontrar en esta diversidad los ingredientes de una unidad forjada en el crisol de la peruanidad. Cada uno de nosotros tenemos, en nuestro ser, en nuestra esencia, alguna característica, rasgo o atributo en común con muchísimas otras peruanas y peruanos. Gracias a esta diversidad difundida por nuestro maravilloso territorio es que continuamos labrando y fortaleciendo nuestra identidad pluralista, integrada y en continuo despliegue.

Es esto lo que nos confiere una infinita posibilidad de trabajar, innovar y crear, conjugando la gran variedad de recursos naturales que poseemos con la multiplicidad de nuestra gente. Es esto lo que nos permitirá construir un futuro mejor sobre los cimientos de la diversidad de diversidades que caracteriza a nuestro maravilloso país.

Empecemos el tercer siglo de nuestra historia independiente unidos, aceptando, respetando y valorando nuestras diferencias; rescatando lo valioso de nuestros conocimientos y técnicas ancestrales, pero haciendo uso también de los avances de la ciencia y la tecnología modernas. Empleemos toda posibilidad, toda herramienta, para vivir en armonía con la naturaleza y protegerla; para transformarnos en un país solidario y próspero, en un país que no excluya ni discrimine a nadie por su origen o por su idioma, por sus rasgos o por su condición.

No nos escudemos tras el narcisismo de nuestras pequeñas diferencias para descalificar a los otros, a los que piensan distinto, a los que tienen diferentes creencias, aspiraciones, fisonomías o modos de vivir. No levantemos las manos ni los puños contra nuestras hermanas y hermanos, ni fomentemos divisiones que destruyan nuestra patria. Nuestros verdaderos enemigos son la intolerancia, el racismo, la discriminación, la corrupción y la violencia en todas sus expresiones.

¿Pero cómo iniciar esta difícil y esencial tarea de dejar de lado la discordia, el rencor y la sospecha? Empecemos por buscar las respuestas en cada uno de nosotros. En primer lugar, identificando y reconociendo nuestros prejuicios, tomando conciencia de nuestros sesgos al juzgar las motivaciones y el comportamiento de otros. En segundo lugar, esforzándonos por aceptar nuestras limitaciones, por darnos cuenta de que no tenemos siempre la razón, y por descubrir puntos de vista válidos que difieren de los nuestros. En tercer lugar, rescatando la generosidad y la gratitud de las que todos somos capaces, aunque a veces tengamos que hurgar en las profundidades de nuestro ser para encontrarlas y compartirlas con todos los que nos rodean. Por último, empleando la solidaridad, la empatía y el aprecio mutuo que, desde los albores de nuestra especie, han permitido a las sociedades desarrollar valores que los guíen hacia el bienestar, la prosperidad y el bien común.

Desmontemos andamiajes obsoletos que envenenan nuestras mentes, que apuntalan las diferencias entre nosotros y nos impiden reconocer que el Perú, nuestra nación, es un hermoso proyecto aún en construcción. Como nos dijo con tanta claridad el maestro Basadre, el Perú es aún un problema, pero también una extraordinaria posibilidad.

Sé por experiencia que iniciar la tarea de reconciliación, partiendo de lo que tiene en su interior cada uno de nosotros, no es cosa fácil. Sé también que es aún más difícil hacerlo como sociedad, como conjunto de individuos inmersos en un tejido de complejas y sesgadas relaciones interpersonales. Pero, al menos, empecemos por tomar conciencia de que el desprecio y el resentimiento son manifestaciones nocivas y funestas de la incapacidad de reconocernos como iguales. En nuestra vida cotidiana, en nuestra vida social, pero sobre todo en nuestra vida política, no dejemos espacio para la intolerancia y el extremismo, la descalificación y el odio, cuyas únicas armas son la mentira y la hipocresía, y que llevan al envilecimiento de la condición humana.

Francisco Sagasti es expresidente de la República