El Huáscar y el derecho internacional, por Jorge Colunge
El Huáscar y el derecho internacional, por Jorge Colunge
Jorge Colunge

La malhadada propuesta de casi la mitad de los miembros del Congreso saliente para pedir a Chile “prestado” el Huáscar con motivo del bicentenario, halló de inmediato la oposición objetiva de dos ex cancilleres colegas y de algunos artículos periodísticos que se pronunciaron en la misma dirección. No podía esperarse una reacción diferente sobre semejante despropósito. 

Pero, ante los hechos sucedidos, cabe preguntarse cuál habría sido el proceso de raciocinio intelectual de los legisladores para decidir suscribir tamaño objetivo, que tiene delicados y sensibles concomitantes de orden histórico, jurídico y político. Esto nos da razones de más para apuntar algunas notas de interés sobre este asunto y otros similares resultantes de la infausta guerra.

En primer lugar, no se advierte mayor vinculación entre el bicentenario y la captura del Huáscar, que Chile conserva en calidad de trofeo de guerra, acepción que se origina por el fuerte carácter simbólico que representa esta nave en aquel país. Así, este valor es infinitamente superior e inmedible con relación al valor material del monitor.

El derecho de captura en situaciones de guerra tiene su origen en la costumbre del derecho internacional (derecho de presa, aplicable en la época), pero la misma fuente tampoco obliga a la parte afectada a renunciar a su derecho vinculante sobre el objeto capturado. Sería por tanto improcedente “pedir prestado” lo que es nuestro. Y no me refiero solo al sentido material de la propiedad, sino a que el monitor Huáscar pertenece indisolublemente a nuestra Historia, es parte de ella y del corazón y sentimiento de todo peruano que tiene el deber de conocer los horrores perpetrados en la Guerra del Pacífico. 

Y en cuanto al destino final del Huáscar, no podemos olvidar lo que Miguel Grau dijo al partir hacia el sur: que el Huáscar volvería con la victoria, o no volvería. Y no volvió. Antes de que cayera en manos de su oponente, el teniente Gárezon, interpretando el mandato de Grau, ordenó abrir las escotillas para hundir la nave, acción que el abordaje chileno evitó.

Pasados unos años, el Huáscar se convirtió en un museo que para Chile es un santuario, donde se rinde homenaje a las glorias navales de ambos países, realzando un espíritu de veneración a quienes ofrendaron su vida por sus patrias. Así, el Huáscar no es solo un trofeo de guerra. Y de nuestra parte, la imagen del monitor no debería llevarnos a nacionalismos exacerbados o a una xenofobia sin sentido, pero sí a respetar a nuestros muertos y a conocer nuestra historia.

Diversos episodios nos demuestran que muchas veces los trofeos de guerra se convirtieron en vehículos para la paz. En 1954 –y aludiendo a configurar un acto de confraternidad–, el presidente argentino, Juan Perón, devolvió a su par paraguayo, el general Alfredo Stroessner, los trofeos de guerra conquistados por Argentina en la guerra de la Triple Alianza. Y en otros momentos hicieron lo propio Brasil y Uruguay. Pero también es dable mencionar que en el 2010 el ministro de Defensa de Chile, Jaime Ravinet, propuso una posible devolución al Perú del Huáscar como un gesto de buena voluntad, planteamiento que fue rechazado por la mayoría de políticos y parlamentarios chilenos. E igual rechazo se ha dado recientemente con la proposición exteriorizada por nuestros parlamentarios. 

Una cosa muy diferente son, sin embargo, las acciones de saqueo y pillaje ocurridas durante la ocupación. Acciones que en su época no solo estuvieron reguladas por los códigos penales militares, sino que sobre ellas el derecho internacional ya había asimilado enfática doctrina y señalamiento expreso sobre variados delitos que fueron desarrollados desde 1863 hasta culminar con el llamado Manual de Oxford de 1880. 

En ese clásico compendio del Derecho se califica como crímenes de guerra numerosos actos de pillaje y robo, como los perpetrados sobre el Palacio de la Exposición y las numerosas obras de arte de Lima, el Archivo Nacional, el Observatorio Astronómico de Lima, la Biblioteca Nacional, el monumento del 2 de Mayo, los gabinetes de física y química de San Marcos, el reloj de Pedro Ruiz Gallo y hasta los animales del jardín zoológico y demás objetos de alto valor científico y artístico. Pero es cierto señalar, también, que en aquella época la Cámara de Diputados de Chile se opuso a tales desmanes.

En marzo de 1883, el diputado Augusto Matte interpeló al ministro del Interior, José Manuel Balmaceda, quien se comprometió a devolver el producto del saqueo, respecto al cual el parlamentario consideró “un robo y una actitud deshonesta, poco patriótica e incivilizada” (según “La Época”), que publicó íntegramente la sesión de la Cámara de Diputados. Naturalmente, el compromiso del ministro del Interior nunca se cumplió a cabalidad.