Huir de dos errores, por Raúl Zegarra
Huir de dos errores, por Raúl Zegarra
Raúl Zegarra

La enseñanza del curso de religión en las escuelas públicas ha generado cierto debate en nuestro país en los últimos días. Quisiera sugerir aquí una forma de enfocar el problema para entenderlo mejor, huyendo de dos errores que emergen como una amenaza permanente y que no nos permiten avanzar en la discusión.

En un extremo se encuentra la posición tradicionalista que no solo defiende la enseñanza de la religión en las escuelas, sino que exige que esta sea la religión católica. Sus argumentos varían, pero suelen circular alrededor de la importancia numérica e histórica del catolicismo en nuestras tierras. La fragilidad de esta posición es tanto práctica como moral. Práctica, porque el monopolio religioso del catolicismo se ha visto quebrado por la presencia del cristianismo evangélico. Moral, porque independientemente de los números, no dar espacio a la diferencia reproduce formas de dominación que, al menos idealmente, se contraponen a los valores católicos.

El extremo opuesto proviene de los defensores de una idea abstracta de estado laico. De acuerdo a esta posición, la enseñanza de cualquier religión en las escuelas es incompatible con la laicidad estatal que defendería la Constitución (aunque allí se habla más exactamente de “independencia” y “autonomía”). Esta posición tiene ribetes de la laicité francesa y la denomino abstracta porque se aferra a una noción de laicidad que rara vez tiene en cuenta sus implicaciones prácticas para la abrumadora mayoría de creyentes.

Estas dos posiciones son insostenibles en el Perú y es menester que las partes logren acuerdos que reflejen la realidad social, religiosa y política de nuestro país. Existen algunas posibilidades que cabe ensayar como rutas de salida. Una primera cuestión es que desterrar la educación religiosa de las aulas no tiene sentido ni social ni intelectualmente. La inmensa mayoría de peruanos se declara creyente y la presencia de un espacio de reflexión sobre esas creencias es algo que la escuela pública puede (y quizá debe) proveer. Más aun, desde una perspectiva humanista e intelectualmente responsable, el estudio de la religión constituye un deber para entender mejor la historia de nuestro país, sus problemas y posibilidades. Ninguna sociedad se entiende sin sus vínculos con su religión o sus religiones y pretender anular la reflexión sobre la religión puede llevarnos a hablar en el vacío.

Luego, la pregunta no es tanto si se debe enseñar religión o no, sino cómo hacerlo. Para mí no hay duda de que toca hacerlo de modo crítico e interdisciplinario. Un estudio crítico de la religión supera la figura del adoctrinamiento y más bien se centra en el examen de su complejidad y ambigüedad. Para poner un ejemplo, durante el tiempo de la colonización de estas tierras la religión cristiana tuvo un rol ambiguo. Por un lado, se utilizó como mecanismo de opresión y como brazo derecho del proyecto colonial. Por el otro, muchos, apelando a esa misma religión, buscaron en ella los argumentos filosóficos, teológicos y morales para transformar el proyecto evangelizador o suspenderlo del todo. Nombres como Las Casas, Guaman Poma o Vitoria se destacan. Un estudio crítico, entonces, permite ver problemas y posibilidades y ayuda a formar una mejor concepción de la naturaleza de las religiones.

Pero este estudio tiene que ser también interdisciplinario. Un curso de religión no puede enseñarse como una catequesis (sobre esto, pueden verse las propuestas para el caso peruano planteadas por la investigación de la Dra. Ulrike Sallandt). Es necesario, en cambio, enseñar religión en diálogo con la sociología y la antropología, con la historia y con la filosofía, si es que no también con las ciencias naturales. Solo así se puede ver a la religión en su complejidad humana, en sus tensiones con la política, con los movimientos sociales, y con otras religiones y formas de sabiduría milenaria. Sin duda esto requiere capacitación de docentes y un esfuerzo de largo aliento, pero todo proceso de enseñanza que realmente fomenta el desarrollo del ser humano así lo demanda. Más aun, esto requiere también apertura para aprender de las experiencias de nuestros alumnos, fomentando así un clima de diálogo en el aula. La tarea es grande, pero nuestro país no merece nada menos que la grandeza de nuestro esfuerzo.