[Ilustración: Giovanni Tazza]
[Ilustración: Giovanni Tazza]
Fernando del Mastro

La crisis que vive el país debe llevarnos a pensar, más allá de la coyuntura y el escándalo, en cómo cambiar este sistema animado por la mentira y la perversión. Llama la atención que estemos tan anclados en el presente que nadie piense seriamente en cambios profundos a un sistema que solo en ignorancia puede ser llamado democrático. Donde reina el ocultamiento y triunfa la perversión, donde reina el egocentrismo y se impone el poder del dinero, no puede haber democracia. 

Desde mi punto de vista, el cambio debe ser anímico. Se trata de atender qué motiva a la gente y buscar crecimiento en esos aspectos. La regulación de conductas, del "hacer", cuando aquello que anima el hacer es oscuro, no nos llevará a ningún lugar distinto de aquel en el que estamos. Debemos atender al mundo interior del ser humano, a las fuerzas morales y, en este caso, inmorales, que animan el modo de pensar y actuar de las personas. 

Se trata, creo, de buscar un sistema donde lo que mueva a las personas sea la justicia, la verdad, el coraje, la humildad, el amor. Hoy tenemos incapaces morales en todos lados, centrados en sí mismos y animados por la perversión, el engaño, la cobardía, la arrogancia y la sed de poder. 

El nuevo sistema debe ser uno sostenido en un nuevo ánimo, en un consenso respecto a las fuerzas que deben movernos como peruanos. Debemos encontrar modos de reconocer, comprender y promover dichas fuerzas en el alma de las personas y las instituciones de nuestro país. Esto se puede lograr de diversas maneras. 

Decía el filósofo argentino José Ingenieros que "las grandes crisis ofrecen oportunidades múltiples a la generación incontaminada, pues inician en la humanidad una fervorosa reforma ética, ideológica e institucional". 

Eso necesitamos. Para ello, entre otras medidas, pienso que debemos poner nuestra atención en la formación ética que se imparte en la educación básica y superior. En esta última, se suelen producir profesionales entrenados en técnicas para enaltecer egos y satisfacer narcisismos, sin consciencia de sus misiones trascendentes y de sus límites. Lo veo con claridad en el mundo del Derecho, donde la ética suele estar abandonada a un curso que a nadie le interesa, mientras que se rinde culto, en mensajes y métodos, a una idea de éxito asociada al ganar bajo cualquier costo y ser reconocido como sea. En muchas escuelas se vive, además, un currículo oculto que enseña, por ejemplo, que quien tiene poder puede hacer con la norma lo que quiera. 

Estamos plagados de médicos que recetan por dinero, periodistas que informan por ráting, políticos que pactan por poder, académicos que hablan por cargos, empresarios que dirigen por gula. En suma, demasiados profesionales que actúan con debilidad moral, como vasallos del verdadero poder, que se oculta en el alma, desde donde corrompe y extiende su reino. 

Toca liderar desde la educación, aceptar la propia debilidad moral y fortalecernos como autoridades, docentes, estudiantes y personal administrativo. Toca dejar de hablar de éxito sin hablar de ética, dejar de rendir culto al mercado y pensar en perfiles de egreso para cambiar, no para amoldar a lo pervertido. 

Toca que viva y reine el verdadero ánimo democrático en aulas y pasillos. Toca reconocer lo que formamos con nuestro mal ejemplo y comenzar a ser, con coraje, seres animados de verdad por valores. Toca enaltecer y hacer sentir la dimensión trascendente de nuestras profesiones. Toca que pensemos juntos en cómo poner nuestras disciplinas al servicio de su esencia y no de nuestra imagen y placer. 

Creo sinceramente que esto es posible porque viven, en el mundo interior de los jóvenes, las fuerzas que necesitamos para sembrar un nuevo ánimo en nuestro país. Por supuesto, es una tarea difícil debido a que el crecimiento moral exige coraje para reconocer la propia sombra, de tener un momento nuestro para examinarnos en lugar de opinar del otro y eso, como enseña el psicoanálisis, no es fácil. 

En momentos de crisis, si queremos mejorar el afuera, toca comenzar por dentro. Si esto no se hace, se seguirá contaminando y pervirtiendo a quienes vendrán en el futuro y la patria, así, seguirá sufriendo. 

En esta crisis, se hace necesario decirle al espejo, con Vallejo: “ya va a venir el día, ponte el alma”.