Javier Álvarez

¿Qué hacer para que el 2023 sea el punto de despegue de la educación peruana en un país que tiene una brecha de infraestructura escolar de S/152 mil millones? ¿Cómo evitar que se pierda lo que el país había avanzado antes de la pandemia cuando solo en Lima la matrícula escolar adolescente ha pasado del 87,7% en el 2019 al 82,3% en el 2022? Estas son dos de las preguntas que, desde un sentido ético y estratégico, debemos hacernos la comunidad educativa, la cooperación internacional, el Estado y el sector privado; en suma, todos los que formamos parte de la sociedad peruana.

Las respuestas son múltiples, pero todas ellas nos plantean el imperativo de no seguir dejando atrás a las niñas y a las adolescentes, de hacer de la escuela un espacio que les garantice las mismas oportunidades que a sus pares varones y a ellos, la oportunidad de descubrir nuevas formas de vivir y expresar su masculinidad.

Y es que superar la baja calidad de los aprendizajes, la brecha digital, el déficit de la infraestructura y la interrupción de la escolaridad pasa por desterrar realidades tan normalizadas como negativas para lograr lo que toda sociedad del siglo XXI requiere: ciudadanas y ciudadanos que desarrollen al máximo su potencial y contribuyan en igualdad de condiciones al desarrollo de sus familias, comunidades y países.

El cierre de la brecha digital y de aprendizajes exige poner el foco en las niñas y las adolescentes. Hace unos meses, un estudio global de Unicef alertó de que las niñas se están quedando rezagadas en el aprendizaje de las matemáticas con respecto a los niños, que tienen 1,3 veces más posibilidades de adquirir habilidades en esta materia. Esto no denota falta de capacidad de las niñas, sino la persistencia de estereotipos que les impiden a las chicas adquirir las destrezas requeridas para progresar en la escuela y desarrollarse en los campos tradicionalmente masculinos como la ciencia y la tecnología.

En el Perú, un diagnóstico realizado con estudiantes de dos Cetpros de Lima Norte encontró que seis de cada diez estudiantes mujeres consideran que no serían capaces de seguir una carrera vinculada a las ciencias y tecnología, y tres de cada diez recibieron en sus hogares el mensaje de que las mujeres no se deberían involucrar en estos temas. La escuela tiene el desafío de cambiar ese chip desarrollando habilidades digitales en las niñas y adolescentes, y equiparando sus oportunidades para que no se repita lo sucedido durante la pandemia, cuando el 26% de adolescentes mujeres debió pedir prestado un móvil para acceder a clases, mientras que en el caso de los adolescentes hombres solo debió hacerlo el 16%.

En esa misma línea, la reparación o edificación de escuelas deberá considerar las necesidades que tienen las niñas y adolescentes para una gestión digna de la menstruación. En el Perú, donde cuatro de cada diez escuelas a nivel nacional no cuentan con servicios de saneamiento adecuados, el 85% de las adolescentes no se siente cómoda con los baños de sus colegios por falta de privacidad, carencia de agua y de insumos de limpieza, y el 37% ha faltado alguna vez a la escuela durante su período menstrual. Cada día que una adolescente falta a la escuela su escolaridad está en riesgo: tras el abandono de la escuela hay miles de historias ligadas a carencias económicas, problemas de salud mental, desmotivación, embarazo adolescente y uniones tempranas. En esta última situación se encontraban en el 2017 cerca de 60 mil adolescentes mujeres en el Perú.

Retomando las preguntas iniciales, desde Unicef hacemos un llamado a todos los sectores para hacer un #PactoPorLaEducación, para que todos los niños, niñas y adolescentes en edad escolar asistan a la escuela, y encuentren en ella un espacio que las acoja, integre, valore la diversidad y les garantice igualdad de oportunidades sin ninguna distinción.

Javier Álvarez es representante de Unicef en el Perú