“Ni una menos” es un movimiento de protesta que se organizó por primera vez en ochenta ciudades de Argentina en junio de 2015. En nuestro país, a raíz de los casos de violencia contra la mujer que se ven a diario, esta protesta también se empezó a replicar. (Foto: El Comercio)
“Ni una menos” es un movimiento de protesta que se organizó por primera vez en ochenta ciudades de Argentina en junio de 2015. En nuestro país, a raíz de los casos de violencia contra la mujer que se ven a diario, esta protesta también se empezó a replicar. (Foto: El Comercio)
Arlette Contreras

A principios del siglo pasado, se iniciaron en diversos países del mundo movimientos sociales a favor de la igualdad de trato en el trabajo entre mujeres y hombres. En 1975 la Organización de las Naciones Unidas institucionalizó esta fecha como el Día Internacional de la Mujer.  

Actualmente la idea central de la igualdad entre hombres y mujeres se ha ampliado. Ya no se habla solo de una igualdad laboral sino de una igualdad plena. Es decir, de una igualdad entre hombres y mujeres en todos los espacios.  

En estas líneas y a través de mi experiencia me voy a referir específicamente a la igualdad a la que tienen derecho las mujeres ante la justicia. 

Soy una de los millones de mujeres provincianas que viene de una familia sencilla de la zona de la sierra de nuestro país. Ayacucho es mi tierra y con profunda pena debo decir que en sus ciudades, como en tantas otras de nuestro Perú, existe una cultura de alta tolerancia a la machista, de la que específicamente somos víctimas las mujeres.  

Por cómo te vistes, por cómo piensas, por si sonríes, por si eres amable podrías estar condenada a ser declarada “responsable” de haber provocado a un “buen hombre” a matarte, violarte, golpearte, humillarte, desprestigiarte.  

Hay quienes creen que tienes que obedecer porque, en su mente, los hombres son nuestros patrones y nosotras estamos tácitamente condenadas a servirlos de por vida. No cabe la posibilidad de decirles no, porque esa es una palabra prohibida que te podría llevar a la muerte o a arruinarte la vida. No podemos mucho menos dejarlos, porque si no, somos malas mujeres. Si nos rebelamos, nos tachan de infieles, de provocativas, volátiles, dramáticas. Locas.  

He sido víctima de una agresión salvaje por quien fue mi pareja y todo el país –e incluso el mundo entero–, ha sido testigo de la crueldad con la que fui atacada. Pero a veces parecen olvidar que lo que pudieron ver mediante la grabación de las cámaras de seguridad fue solo una parte de todo lo que sucedió aquella noche. Que lo demás no haya quedado registrado en las cámaras no significa que no haya ocurrido.  

Los delitos cometidos en contra de las mujeres en su mayoría suelen darse en espacios privados. Muchas mujeres callan por temor a ser violentadas aun más y porque no creen en el sistema de justicia peruano. Razones, tenemos.  

Soy una de las sobrevivientes. Gracias a Dios, pude salvarme al ser auxiliada por personas de buena voluntad. Pero quienes sobrevivimos nos preguntamos, ¿para qué sobreviví? ¿Para ser revictimizada? ¿Para ser burlada? ¿Para ser vulnerada otra vez? Preguntas para las que no hallamos ningún tipo de respuesta ni alivio, sino todo lo contrario.  

Pregunto nuevamente: ¿Por qué soy frecuentemente revictimizada por muchos seudo profesionales del derecho? Al ver mi caso en los medios, al escucharlo en los juzgados, siento una completa falta de empatía. Muchas veces se distorsiona la verdad. Ahí donde yo sé que hubo un intento de violación y feminicidio, la ley ha preferido ver un simple caso de lesiones que no conllevaría una sanción penal condenatoria. Las autoridades a cargo han dictado sentencias benignas en contra de mi agresor y han desoído mis argumentos. Increíblemente, también soy víctima del deficiente sistema de justicia peruano. 

Enfáticamente afirmo que para mí y para miles de mujeres en el Perú no hay igualdad ante la justicia. Somos muchas las mujeres víctimas de un sistema fallido. 

La violencia en el Perú lamentablemente tiene rostro de mujer. Esta es una de las tantas razones para reflexionar y cambiar, pues las mujeres tenemos el derecho de llevar una vida libre de violencia.