(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Víctor Peralta Ruiz

Celebrar, conmemorar o reflexionar el . De estas tres, quizás la última sea la opción a elegir más pertinente ante las circunstancias adversas que el país está soportando. Pensar el presente a partir del pasado teniendo en mente el significado del 28 de julio de 1821 es un ejercicio que colegas de profesión han emprendido tanto en la prensa como en las redes sociales. En ello se continúa una tradición que se puede remontar al siglo antepasado.

Por entonces los gobernantes solían encomendar a los sacerdotes la alocución principal por el aniversario de la independencia. El 6 de julio de 1846 el general Ramón Castilla encargó predicar dicho sermón patriótico al rector del Convictorio de San Carlos Bartolomé Herrera. Pese a que el mensaje de este religioso, conocido por su prédica ultramontana, fue que un liberalismo dominado por el ideario “destructor” de la revolución francesa se convirtió en permanente amenaza de la herencia católica que supuso los tres siglos bajo el dominio de la madre patria, Castilla no dudó en permitir su difusión pública. Y así, por varias décadas, fueron los sacerdotes, incluso liberales como Agustín Guillermo Charun o José Antonio Roca, los que tuvieron la responsabilidad de interpretar su presente a partir de la proclamación de la independencia.

Durante la celebración del centenario de la independencia, el desinterés de Augusto B. Leguía por promover una revisión del pasado dentro de los grandilocuentes fastos oficiales que promovió en la capital, estuvo sustentado en que el enemigo a batir era el civilismo que le cobijó y le llevó a la presidencia entre 1908 y 1912. Era esa cercana patria vieja a la que había que censurar y derruir, evitándose con ello todo enjuiciamiento sobre los responsables de la mutilación territorial experimentada tras la derrota en la guerra del Pacífico. La celebración durante el centenario de las gestas de San Martín y Bolívar respondió a un deseo de hermanar políticamente al Perú con Argentina y Venezuela, al mismo tiempo que la herencia católica sirvió para reafirmar la amistad hispano-peruana. El centenario permitió a Leguía promover en la población una breve catarsis patriótica en medio de una prolongada frustración, la cual se interrumpió definitivamente con su caída en 1930.

La Comisión del Sesquicentenario de la Independencia, creada por el gobierno militar del general Velasco Alvarado e integrada por historiadores, por primera vez confeccionó un discurso nacionalista sobre el período transcurrido entre 1780 y 1824. A través de la publicación de la monumental Colección Documental de la Independencia del Perú se hermanó las gestas de Túpac Amaru II, Pumacahua, José de San Martín y Simón Bolívar. Este paradigma sobre la independencia visto como la búsqueda de una temprana emancipación política fue promovido por los académicos de la Comisión a través del dictado de conferencias en las escuelas, la inauguración de emblemáticos monumentos públicos y la emisión de placas, medallas y monedas conmemorativas. Esta es la representación histórica de la independencia que aún se sigue impartiendo en las escuelas peruanas.

Transcurridos cincuenta años desde la concelebración patriótica de 1971, los recientes estudios sobre la independencia y las nuevas sensibilidades sociales respecto a la realidad que se está atravesando condicionada por los estragos de la pandemia, necesariamente obligan a emprender un nuevo balance sobre cómo se percibe el pasado desde el presente y de qué modo aquel influye en éste. El Proyecto Especial Bicentenario acaba de convocar el Congreso Nacional de Historia a celebrarse en Lima entre el 6 y 9 de julio de 2021. En el mismo además de tratarse diversos temas propiamente historiográficos relacionados con el grado de cumplimiento de la promesa republicana, los participantes reflexionarán sobre cómo pensar la república en una nueva era pos-pandémica, cuáles fueron y serán los desafíos de la vida democrática, cómo han sido y son los rostros de la violencia, cuáles son los nudos históricos de la marginación y de la desigualdad y, por último, cuál ha sido el vínculo entre modelos económicos y desarrollo. En suma, se trata de pensar el Perú desde un presente que mire el pasado severamente aunque sin caer en el manido recurso de que todo ha sido un fracaso o una frustración.