La selección peruana tuvo mal inicio de competición, pero supo reponerse en la recta final para meterse a la pelea por un cupo al Mundial. (Foto: agencias)
La selección peruana tuvo mal inicio de competición, pero supo reponerse en la recta final para meterse a la pelea por un cupo al Mundial. (Foto: agencias)
Abelardo Sánchez León

Creo que esta selección inicia un nuevo ciclo en el fútbol peruano. El anterior tuvo una duración amplia e intensa: de 1969 a 1982. Fue un período plagado de polcas, euforias, manifestaciones callejeras espontáneas y triunfos celebrados. Pero también fue un período en el que hubo negocios, giras innecesarias, derrotas apocalípticas. Este período tuvo su clímax en el Mundial de Argentina 1978, pues la goleada por 6 a 0 fue un hecho traumático, un impacto espiritual, un golpe artero a nuestra moral. Cuatro años después, asistimos al Mundial de España solo por la calidad de nuestros experimentados jugadores, pero ya el camarín estaba quebrado, la autoridad del entrenador puesta en cuestión y la goleada ante Polonia, durante el Mundial, fue el golpe definitivo. Después vino una sequía espantosa de 35 años: una crisis estructural, un estado de ánimo enrarecido por la hiperinflación del gobierno aprista y los atentados de Sendero Luminoso, que agravaron el torneo descentralizado, hundiendo aún más a nuestro fútbol.

Creo que este año es el inicio de un nuevo ciclo en el que deben darse la mano el desvaído torneo local y la globalizada selección nacional. El milagro, pues estamos en octubre, es un milagro planificado, trabajado, conceptualizado por Ricardo Gareca. Por fin, en ese ‘break’ que fue la Copa América Centenario en Estados Unidos, se atrevió a llevar a cabo el recambio generacional. No sé si habrá leído a Manuel González Prada, pero aquello de “los jóvenes a la obra y los viejos a la tumba”, sí que funcionó: terminó con el mito mediático de ‘Los 4 Fantásticos’, por lo menos con dos de ellos, y lo sustituyó por un equipo solidario, colectivo, trabajador como es más o menos el joven emprendedor urbano, el emergente, el hombre y mujer de los pueblos jóvenes dispuestos a no dar su mano a torcer ante la adversidad.

A mediados de la década de los noventa, la denominada década perdida, los jugadores peruanos en el Estadio Nacional de Santiago de Chile temblaban ante los gritos hostiles de la hinchada de la Roja. En la mítica Bombonera, en Buenos Aires, en el 2017, estos jóvenes jugadores gritaron a todo pulmón el himno nacional. En Santiago, los jugadores fueron agredidos al llegar al aeropuerto. En Buenos Aires, en cambio, llegaron 3 mil hinchas peruanos a recibirlos a Ezeiza. El ánimo es otro, otra es la juventud, otros los anhelos y otras las expectativas. Nuestra juventud alucina con el éxito, con la competencia, con el hacerse solo, con un futuro que se le abre en mil posibilidades. Es una juventud que quiere gozar en un país que se lo permita. Y esta selección, de pronto, se abre como un nuevo ciclo de esperanzas: le añade al ánimo individualista del peruano, la generosidad del trabajo grupal, donde el individuo es parte de un colectivo. Es más, en los últimos tiempos ya no hay partidos políticos, lo que hay son colectivos: se hacen y se deshacen, se crean, crecen y culminan. El horizonte deportivo de nuestra juventud era una resignada Qatar 2022. ¡Hace tres meses no existía Rusia!, Rusia era solo el sueño loco de un fumón. Ahora, sin embargo, es una posibilidad real que se despejará este martes ante Colombia.

Ricardo Gareca ha dicho que todavía no se ha ganado nada. Para muchos de nosotros, en cambio, lo ya hecho podría resultar suficiente. Los muchachos han cumplido y han dejado el nombre del Perú en alto: un arreglo de cuentas interno después de la humillación en Rosario; un empate, sin duda, con sabor a victoria. Pero eso no es así para el delantero argentino que dirige a nuestra selección: este martes, ante Colombia, debemos salir a ganar. Colombia ha complicado su clasificación ante el aguerrido Paraguay y el Perú no puede quedarse atrás. Solo un triunfo sellará el esfuerzo planificado de los últimos meses, trabajado con seriedad y un plan preciso; es decir, de la mano de Gareca, Oblitas y Solano. La selección nos ha dado una lección a todos los peruanos después de muchísimos años, de muchísimas juergas, de alojamientos en hoteles caros y de algunos resultados espantosos: nos ha demostrado que la seriedad, no la pompa fatua, es garantía de buenos resultados. Después de mucho tiempo, es un espejo donde podemos mirarnos.