"Para mí, encontrar formas de reemplazar lo nuevo por lo usado se siente más como una búsqueda del tesoro que como una obligación". (Foto: Getty)
"Para mí, encontrar formas de reemplazar lo nuevo por lo usado se siente más como una búsqueda del tesoro que como una obligación". (Foto: Getty)
/ Ana Silva / EyeEm
Annaliese  Griffin

Cada año, mi esposo y yo nos planteamos un desafío navideño: encontrar un en la tienda local de segunda mano. Esta tradición ha traído algunos de mis objetos favoritos a nuestro hogar, como, por ejemplo, un cartel original de la película “2001: Una odisea del espacio”.

Tesoros como este están a nuestro alrededor: en tiendas de segunda mano, ventas de garaje, boutiques ‘vintage’ y sitios de reventa en línea. En lugar de apresurarse a ir a las tiendas o llenar su carrito de compras en línea, tal vez este sea un momento para cuestionar la campaña de márketing anual que nos dice que debemos comenzar a gastar ahora y seguir gastando hasta diciembre para celebrar una mañana de en abundancia y alegría.

No se trata de ser un grinch o de cancelar la Navidad. Se trata de romper con la mentalidad del consumidor que exige que compremos cosas constantemente, cosas que luego debemos cuidar y, finalmente, desechar.

La pequeña ciudad en la que vivo tiene una infraestructura de segunda mano excepcionalmente buena. Esta cultura de la reutilización nunca pasó de moda en Nueva Inglaterra, y parece que solo ha crecido en los últimos años. Buscar algo usado antes de comprar algo nuevo es cada vez más normal.

Todo esto es una buena noticia para el planeta: reduce un poco el movimiento de cosas de un lado del mundo al otro y la extracción de recursos naturales necesarios para producir nuevos aretes, coches de juguete y rompecabezas. También salva algunos artículos de los vertederos mientras aún pueden ofrecer algo de utilidad o alegría. Pero sé que no resolverá nuestras crisis ambientales: necesitamos cambios mucho más radicales liderados por grandes empresas y gobiernos.

Cambiar lo nuevo por lo usado no reduce realmente el impulso por consumir, me dijo J.B. MacKinnon, autor de “El día en que el mundo deje de comprar: cómo acabar con el consumismo salva al medio ambiente y a nosotros mismos”. “Si mantenemos la mentalidad del consumidor, eventualmente siempre volveremos al mismo problema de consumir demasiada energía y demasiados recursos, a través de cualquier forma de consumo que hagamos, incluso si es circular o compartido”, me comentó.

Estoy de acuerdo en que el ritual de entregar las cosas compradas mientras posamos en pijamas familiares a juego puede interferir en el camino de la conexión humana que la mayoría de nosotros buscamos durante las vacaciones. Pero, siendo realistas, no estoy segura de que mi familia alguna vez renuncie por completo a dar regalos navideños. Para mí, encontrar formas de reemplazar lo nuevo por lo usado se siente más como una búsqueda del tesoro que como una obligación.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times