Carlos Espá

La telaraña de intereses subterráneos que se enseñorea en el Poder Ejecutivo, luego de años extendiéndose en gobiernos regionales y municipales, también manda en el Congreso y ha cancelado con descaro las fronteras partidarias o el recuerdo de los grandes líderes de la política peruana del siglo XX.

No es necesario hablar de “tránsfugas” porque el contubernio campea. Miembros de Perú Libre maniobran con integrantes de Acción Popular. Congresistas de Podemos Perú o Somos Perú van y vienen de Palacio. Alianza para el Progreso depura tímidamente sus filas para salvar del ridículo a su fundador. Las alas “magisterial” y “cerronista” se enfrascan en sórdidas batallas de cupos, pero cierran filas en la defensa del régimen.

El término “transfuguismo” ha sido reemplazado por el de “transversalidad”. ¡Vaya ironía! Las superbancadas informales y sus asesores defienden universidades bamba, sacan pecho por la minería ilegal, obstaculizan la lucha contra el narcotráfico, pretenden dinamitar el sistema privado de pensiones y sabotean el modelo económico. Es una labor nefanda enmascarada en supuestas funciones de representación y fiscalización.

La repulsa ciudadana contra Castillo (76% de desaprobación general y 86% entre los jóvenes) tiene similar correlato en el Congreso. Mientras tanto, el presidente prosigue en su labor de zapa a fin de destruir la institucionalidad, eliminar la meritocracia y aprovechar cualquier coyuntura para avanzar en su agenda de informalidad, como es el caso del reconocimiento a los colectiveros interprovinciales.

El aventurerismo político guía tan perversas acciones. Varios de sus operadores ostentan prontuarios. Decía el expresidente Belaunde que “la política no debe ser refugio de náufragos ni de rufianes”. Claro que en el Congreso apreciamos excepciones, congresistas valientes. Pero son una minoría, quizá 20, en medio de un colectivo de 130.

A finales de los años 80, “El Otro Sendero” (de De Soto, Ghersi y Ghibellini) advertía de que la informalidad en el tráfico de terrenos, el transporte público y el comercio ambulatorio era la respuesta a políticas de exclusión y a un costo de la legalidad impuesto mediante tributos, burocracia y trámites.

“El Otro Sendero” reconocía el vínculo entre la economía informal y organizaciones criminales. Resaltaba el ejemplo de “Poncho Negro”, un traficante de tierras que montaba algaradas para invadir terrenos del Estado o de antiguas haciendas. También identificaba redes de abogados y litigantes especialistas en autorizaciones mediante coimas o falsificaciones para trabar la acción policial con la complicidad de autoridades venales.

Pero aquel libro visionario se quedó corto en cuanto a las ramificaciones de la corrupción. No anticipó hasta dónde la informalidad penetraría al Estado ni el inconmensurable daño que causaría a millones de hectáreas de bosques tropicales, víctimas de la minería y la tala ilegal, o del contrabando de químicos y de mercurio que arrasa ríos y lagos. ¡Ah, el mercurio! No es casualidad que uno de los anfitriones del presidente Castillo en la calle Sarratea estuviese dedicado precisamente el vil negocio del mercurio.

Y así como nos fuimos malacostumbrando a títulos universitarios falsos, a tesis plagiadas, a impostores de fortunas imposibles, a politicastros, así también llegamos a malacostumbrarnos al “que se vayan todos”, un reclamo que surge cada cierto tiempo. Es un reclamo válido pero insuficiente y muchas veces esconde intentos de manipulación de quienes solo anhelan obtener una ventaja. No debe vociferarse, sino exponerse con prudencia y reflexión, acompañándo de un “¿y después qué?”.

Debido al colapso de los años 80 y 90, un millón de peruanos se vieron forzados a emigrar. El sacrificio de quienes se fueron y de quienes se quedaron fructificó en un renacer económico que impedía vislumbrar el encanallamiento de la política peruana.

Dos años de pandemia, recesión, escándalos de corrupción y la inmigración de quienes huyen de la dictadura de Maduro llevaron al límite la resistencia peruana. La crispación es el telón de fondo de los resultados electorales del 2021.

Decía Thomas Jefferson: “El árbol de la libertad debe ser refrescado de cuando en cuando con la sangre de los patriotas y de los tiranos. Pero es la tranquilidad y el trabajo lo que nos proporciona la felicidad”.

Carlos Espá es periodista