Erika Dunkelberg

¡Por fin! Esta semana los estudiantes de primaria y secundaria . Escuelas donde por fin los chicos tendrán la normalidad que observaban en restaurantes, reuniones con amigos o familiares.

Esta semana empieza una nueva experiencia para los niños del nivel inicial, que nunca antes estuvieron en una escuela sin mascarillas. Niños que verán a sus compañeros, sus sonrisas, los rostros de sus amigos por primera vez. Niños que podrán comunicarse mejor, mostrarse tal cual son.

Las maestras del nivel inicial de escuelas públicas, y con mucha experiencia, afirman contundentemente que la mascarilla no les permitía a los chicos expresarse bien; no se les entendía. Además, les generaba incomodidad al jugar, se cansaban al hablar, no podían respirar con normalidad y los distraía porque tenían que arreglársela constantemente. Las mascarillas terminaban en los pisos, se las ponían, se las sacaban. Los niños no podían mostrar plenamente sus emociones.

En un primer momento de la epidemia, no obstante, las mascarillas cumplieron su función. La tranquilidad de muchos padres, incluso la mía, fueron las mascarillas mandamos a los chicos a la escuela. También lo fue la ventilación cruzada, las prácticas de higiene y la vacunación en adultos. Sin embargo, ahora que tenemos al 70% de la población vacunada con tres dosis, y que la gran parte de niños han visto a sus padres enfermarse y sanarse, la obligatoriedad de las mascarillas en las escuelas era un recuerdo de lo amordazados que estuvieron los chicos durante el confinamiento y de la angustia de muerte que nos embargó en la primera etapa de la pandemia.

En estos últimos meses, las mascarillas ya solo eran un impedimento para el proceso de enseñanza y aprendizaje. Una barrera adicional en un proceso ya de por sí complicado. Una causa más por la que se generaba un clima tenso en el aula. Un clima de aula ya afectado por las dificultades de socialización, de autorregulación y al que agregábamos los problemas de conducta con respecto al uso de la mascarilla.

De otro lado, todas las mañanas en las escuelas a nivel nacional los niños recibían el mensaje de que nadie debía bajarse las mascarillas. Sin embargo, al transcurrir el día, maestras conscientes de que los niños no las entendían se bajaban la mascarilla para ser comprendidas, o permitían que niños con dificultades de desarrollo o problemas de conducta que no toleraban las mascarillas no se las pusieran. Llegaba a los estudiantes un mensaje inconsistente y contradictorio, e implícitamente se les estaba enseñando que las normas pueden no cumplirse.

El retiro de la obligatoriedad de las mascarillas es una gran oportunidad. Es la ocasión para generar un cambio como país, un giro hacia una sociedad de respeto. En un país tan golpeado por la impunidad y la corrupción, es la oportunidad que tenemos para enseñarles a los estudiantes sobre la importancia del respeto por el otro, de la vida en comunidad.

El filósofo y pedagogo Paulo Freire decía que la educación no cambia el mundo, sino a las personas que van a cambiar el mundo. A partir de este mes, en las escuelas (y los hogares) empieza un trabajo fundamental por enseñar a nuestros ciudadanos más pequeños cómo poner en práctica el cuidado por el otro. ¿Cómo? Enseñándoles a los niños que el derecho de uno acaba donde empieza el derecho del otro y que, si como comunidad queremos progresar, debemos cuidarnos y cuidar a los demás. Si tengo tos, mocos o algún síntoma de resfrío, uso mi mascarilla. De esa manera, mis amigos están seguros. Y enseñando también a respetar a quien opcionalmente quiere usar su mascarilla. Este tipo de normas son más comprensibles y factibles de implementar, porque se basan en la evidencia, el sentido común y el bien común.

Algunos estudiantes tendrán temor al contagio. También tendremos adolescentes que no querrán mostrar sus rostros por razones ajenas al contagio. Esto va requerir un trabajo conjunto por parte de los padres de familia y los maestros. Los niños aprenden observando y, cuando vean a sus compañeros sin mascarillas, esto va a ayudarlos a poco a poco sentirse seguros de retirárselas. Como maestros, será importante identificar a estos estudiantes y apoyarlos para que gradualmente se retiren las mascarillas y puedan mostrarse sin necesidad de esconder sus rostros.

Ahora la tarea pendiente más inmediata es el retiro de la obligatoriedad de las mascarillas para los maestros. Cuando ya tenemos a un 90% de docentes vacunados con dos dosis, el uso para ellos también debe de ser facultativo.

Erika Dunkelberg es psicóloga, miembro del Grupo Impulsor de la Educación Inicial