(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Bjorn Lomborg

Hubo un tiempo en que la mayor amenaza al libre comercio provenía del exterior. A finales de la década de 1990, grandes protestas asolaron las cumbres de negociación comercial. En 1999, por ejemplo, una manifestación contra una reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) atrajo a 40.000 personas. 

Ahora que se llevó a cabo una nueva reunión de la OMC en Buenos Aires, el mayor desafío al libre comercio proviene de los propios gobiernos. Es el caso del presidente Donald Trump con sus banderas de “primero América” y la posibilidad de terminar con tratados de libre comercio como el de América del Norte. 

Si bien existen razones legítimas y comprensibles para preocuparse por el abordaje pasado sobre el libre comercio, el rechazo general de los políticos al mismo es una tragedia con implicancias que afectarán especialmente a las personas más pobres del planeta.  

El comercio más libre tiene costos, y es justo señalarlos. Las protestas de la década de 1990 y gran parte del sentimiento de los líderes políticos de hoy reflejan el hecho de que en cada acuerdo comercial, algunas personas pierden sus empleos.  

Pero concentrarnos solo en eso significa que perdemos la perspectiva más amplia. Una investigación del Copenhagen Consensus estima que revivir el moribundo tratado de libre comercio mundial de Doha reduciría el número de personas que viven en la pobreza en 145 millones en 15 años. 

Además, se ha demostrado que una mayor globalización económica reduce la mortalidad infantil y prolonga la esperanza de vida, debido al aumento de los ingresos y a una mejor información. En Uganda, el comercio más libre ha prolongado la esperanza de vida de cada ciudadano en 2-3 años en los últimos 35 años. 

El libre comercio significa que los consumidores en cualquier parte del mundo obtienen más productos a menores precios. En comparación con un mundo sin comercio, los estadounidenses de clase media ganan más de una cuarta parte de su poder adquisitivo del comercio exterior (29% más por cada dólar que si no hubiera libre comercio). 

Es cierto que un 10% más de producción genera entre 2,5% y 5% más de contaminación, pero los mayores ingresos derivados de esta producción impulsan una mejor tecnología y una normativa más estricta, lo que a su vez reduce la contaminación entre 12,5% y 15%. En total, un aumento de 10% en los ingresos resulta en 10% menos contaminación. Esto se apoya en un estudio que concluye que el comercio tiende a reducir tres formas clave de contaminación atmosférica. 

Al mismo tiempo, se ha demostrado que el libre comercio crea más empleos para las mujeres, menos discriminación laboral y mejores condiciones de derechos humanos.  

Si aceptamos que el 20% de los beneficios del comercio puede verse erosionado por los costos de la redistribución, esto nos dice que el 80% de los beneficios se mantiene. Esto junto a una reducción de la pobreza, una menor mortalidad infantil, una mayor esperanza de vida, una menor contaminación y menos discriminación basada en género y raza. 

Así, las naciones deberían estar dispuestas a gastar el equivalente a 20% de los beneficios de un acuerdo comercial en ayudar a aquellos que salen perdiendo, mediante capacitación laboral y asistencia social transitoria. Los gritos contra el libre comercio hacen perder mayores oportunidades para hacer que el mundo sea mejor. 

Pocos de los millones de pobres del mundo (para quienes el libre comercio podría ser la mejor manera de salir de la pobreza) saben acerca de la cumbre comercial de la OMC llevada a cabo esta semana en Buenos Aires. Pero pagarán el precio más alto por la retórica de los políticos y el fracaso en la reapertura de un acuerdo multilateral.