Idel Vexler
Idel Vexler
Liz Meléndez

Tanto el actual ministro de Educación, Idel Vexler, como el congresista Víctor Andrés García Belaunde con sus últimas afirmaciones y conductas han puesto en evidencia cómo el sexismo, el acoso y la violencia contra las mujeres son prácticas extendidas que se expresan en el espacio público y también político.

En cuanto al señor Vexler, la conducta que tuvo durante la ceremonia de transferencia de cargo evidenció la permanente cosificación sobre el cuerpo de las mujeres y su estética, además de una poca valoración de las capacidades profesionales de su par y una invasión del espacio personal. El ministro señaló que la ex ministra podía visitarlo cuantas veces quisiera al ser “tan hermosa”, siguiendo esta afirmación de un beso intempestivo que incomodó a la hoy ex titular del sector.

No imagino al mencionado ministro teniendo esta misma actitud con sus pares hombres. Aunque luego de algunas horas ofreció sus disculpas, también se encargó de justificar la situación o minimizarla señalando que la misma fue un acto de “gentileza”. Con esta actitud repitió uno de los discursos más comunes en relación con el acoso, pues para relativizar estos hechos y reafirmar una cultura de normalización del sexismo se suele construir la idea de que las mujeres nos deberíamos sentir halagadas por conductas de este tipo, las cuales quieren ser inscritas en el ámbito de la “amabilidad masculina”.

Nada más vinculado con una cultura machista que esta clase de pensamientos y asociaciones. Aunque debemos reconocer que estas prácticas se encuentran extendidas en la población, es preocupante que se expresen en un ministro de Educación, quien tiene como encargo la gran responsabilidad de dirigir la política educativa del país.

Este hecho y su normalización, así como la prevalencia de diferentes formas de violencia contra las mujeres nos recuerdan la importancia de fortalecer el enfoque de género en la educación, de forma que podamos educar a niñas y niños sobre igualdad, respeto y derechos. Contrariamente a lo que piensan muchos, este sí debería ser un asunto prioritario, pues se trata de crear las condiciones para cambios estructurales que contribuyan al bien de la humanidad y al desarrollo. Tal como lo dijo la ex ministra Martens, “estos atributos machistas vienen de generaciones”, por lo que cambiar los imaginarios de la población –incluso de las autoridades– es una tarea pendiente en la que la educación para la igualdad juega un rol fundamental.

Otro lamentable ejemplo de violencia y acoso es la reprochable conducta del congresista García Belaunde, quien, en el marco de la investigación de la Comisión Lava Jato en el Congreso, se dirigió a la señora Giselle Zegarra (ex gerenta de Promoción de la Inversión Privada de la MML) y le preguntó: “¿Usted suele besarse con todos sus clientes?”. Este juego perverso del doble sentido es parte del acoso que sufren las mujeres en los espacios políticos y laborales, y es además una de las estrategias más usadas por los agresores para revestir los hechos de un marco de imprecisión que contribuye a que estos queden impunes.

La Comisión de Ética debe sancionar esta y otras conductas que se vienen dando en el Congreso. Las investigaciones y todo proceso que se dé en el Legislativo no pueden repetir patrones de discriminación ni dar lugar a prácticas violentas hacia las mujeres, independientemente del caso que sea.

Finalmente, las reacciones observadas en la ciudadanía y en parte de las autoridades, muchas de las cuales se han mostrado resistentes a situar estas prácticas como producto del machismo y la violencia extendida hacia las mujeres, minimizando los hechos o negando su trascendencia, nos muestran cuánto nos falta por avanzar. La educación es la clave para ello y este no es un tema menor.