Según la mayoría de instituciones evaluadoras, el Perú es la quinta nación con más contagios de COVID-19, y seremos una de las economías más golpeadas con una caída de aproximadamente 14% del PBI anual. Sin embargo, estos no son los únicos problemas que penden sobre nuestras cabezas. Nuestra democracia también se encuentra en peligro a causa de una extrema polarización política y el retorno de autoridades populistas.
Mientras tanto, nuestros políticos no logran colaborar en momentos sumamente críticos. Tampoco parecen haber aprendido mucho de nuestra historia, pues han olvidado que la confrontación extrema entre el Parlamento y el Ejecutivo terminó en el golpe de Estado de 1968. En estos últimos cuatro años, el país vivió una ruda confrontación política que terminó con la renuncia del presidente Pedro Pablo Kuczynski y la disolución del Parlamento fujimorista. Sin embargo, nuestro flamante Congreso insiste en la misma receta de polarización con fines electorales, pero esta vez aumentándole una cargada dosis de populismo. Obviamente, este pésimo cálculo político ocasionará que agrupaciones como Acción Popular, Podemos Perú o Alianza para el Progreso pierdan parte de su capital electoral para el 2021.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su famoso libro “Cómo mueren las democracias” (2018), recuerdan que los partidos políticos deben comportarse como los guardianes de la democracia. Explican que las democracias mueren generalmente por dos razones: un golpe de Estado o una progresiva erosión desde el interior. En todos los países existen líderes demagogos y autoritarios que pueden gozar de altas preferencias electorales. La diferencia radica en la capacidad de los partidos para asegurarse de que estos personajes queden marginados y alejados de las candidaturas. En el Perú, estos filtros partidarios tienen problemas, pues nuestros partidos políticos no se hacen responsables por los candidatos que presentan a los distintos cargos electivos.
Levitsky y Ziblatt también subrayan la importancia de las reglas no escritas del juego democrático. Aquello que llaman ‘los guardacarriles de la democracia’ y que resulta particularmente pertinente en estos momentos. Estos son las normas sociales (compartidas por la mayoría) que impiden que la política cotidiana se vuelva una guerra civil. Según los autores, dos normas son sumamente importantes para que las democracias puedan durar: la tolerancia mutua y la contención institucional. Lo que significa que, por un lado, aceptemos a nuestro rival político como un adversario legítimo con el que podemos realizar acuerdos, y, por el otro, que en democracia no podemos servirnos de todos los medios para acabar con nuestros adversarios. Todas las agrupaciones políticas deben respetar ciertas reglas de buena convivencia para que el régimen democrático pueda seguir funcionado correctamente. En el Perú, estamos observando últimamente cómo nuestras reglas de buena convivencia se están debilitando (a pesar que nunca fueron muy sólidas).
No hay duda de que las democracias implican negociaciones, compromisos y concesiones. Es normal que las iniciativas gubernamentales se queden atracadas en el Congreso o bloqueadas en el Tribunal Constitucional. Sin embargo, es necesario que todos los actores contribuyan al buen funcionamiento del gobierno democrático para que este no pierda su eficacia y legitimidad. Por ello, las autoridades de los diversos poderes del Estado deben utilizar sus prerrogativas con responsabilidad, sin realizar acciones que pueden ser “legales” pero que rompan el espíritu de nuestras leyes (como blindar a jueces y fiscales corruptos, interpelar constantemente a ministros o desnaturalizar la reforma política y judicial). Todos debemos comprender el grave peligro que significa que nuestros guardacarriles democráticos se estén debilitando, por lo que debemos hacer mayores esfuerzos por superar nuestras diferencias políticas, pensando en cómo salimos de la pandemia y cómo nos aseguramos que nuestro sistema democrático no sea tomado por líderes populistas o autoritarios. Ojalá que la experiencia política del nuevo presidente del Consejo de Ministros le permita lograr mayor concertación con el Parlamento, agilizar los procesos gubernamentales y garantizar elecciones libres. Todo ello podría fomentar el restablecimiento de algunas de nuestras reglas de buena convivencia democrática. Tarea complicada, pero no imposible