Juan Carlos Sequeiros

La barahúnda y el desorden creados a partir de las regionales y municipales del 2022 están a punto de desaparecer. Con el pasar de las horas, el conteo de actas procesadas y contabilizadas llega al 100% y, con ello, una promesa de liberación de todo lo que supuso un proceso electoral más, caracterizado por el hastío de los electores que, según cifras emitidas por la ONPE, votaron a tropel en blanco, nulo o viciado, demostrando así su alto nivel de empacho con todo lo que se refiere a procesos electorales.

Los números emanados por la ONPE también dan cuenta de que, de 24 millones de peruanos hábiles para ejercer su derecho al voto, solamente el 77% llegó hasta las urnas, quedando cinco millones y medio de peruanos en sus casas, escondidos y esperando a que pase el temblor. Pero ¿qué trae a colación todo esto? ¿Por qué la gente no va a votar? Simple: porque no se ven reflejados en los candidatos o en sus partidos, que, de la mano de cientos –si no miles– de , pidieron su mano en elecciones pasadas y luego decepcionaron a más no poder. En consecuencia, han generado un cráter de engaño y falsedad en la memoria del elector y, por ello, su credibilidad se desvanece en la desesperanza con la que los peruanos nos acercamos a la política.

Basta con mirar de cerca el caso de Perú Libre. El año pasado, en plenas elecciones presidenciales, los politólogos y supuestos conocedores del tema avizoraban un nuevo orden nacional de la mano del lápiz y decían que el discurso de la “lucha de clases”, la “reivindicación del campo” y la “muerte política a los ‘blanquitos’” sería el nuevo estandarte en cuanto a política refiere durante los siguientes años. Nada más falso.

Este vaticinio pudo haberse cumplido hasta cierto punto, de no ser por el desgobierno de , que ha logrado enterrar vivo a su partido, el que, a nivel nacional, no logró ni una gubernatura regional y, a nivel de alcaldías, no pinta para nada. El accionar errado de Castillo y su premier –que más parece su mastín napolitano– ha hecho que los sectores que votaron por él ahora le den la espalda y su partido no encuentre asidero ni siquiera en lugares pujantes donde la ‘ideología del sombrero’ se había enquistado bien.

Ahora lo único que tiene Perú Libre es un bastión de parlamentarios en el Legislativo que van a asegurar la perpetuidad de Castillo en la presidencia, por lo menos hasta donde puedan. Así que “la revolución de la tierra”, “la muerte a las castas neoliberales”, “la muerte a la Pepsi y a la Coca-Cola, y que viva la chicha de jora” y demás discursos tendrán que esperar hasta nuevo aviso en territorio nacional.

Juan Carlos Sequeiros es periodista cusqueño