Venezuela atraviesa una severa crisis económica y social que ha desencadenado en la migración de miles a países de la región. (Foto: EFE)
Venezuela atraviesa una severa crisis económica y social que ha desencadenado en la migración de miles a países de la región. (Foto: EFE)
Óscar Vidarte A.

La Conferencia Internacional por la Democracia en Venezuela, realizada el martes en nuestra capital y convocada por el Perú, buscaba servir de espacio de coordinación entre todos los países interesados por una solución a la crisis venezolana. Resulta evidente que más allá de lo que los venezolanos puedan hacer, la comunidad internacional tiene un rol fundamental en el futuro del país caribeño.

Lamentablemente, la ausencia de delegaciones de potencias mundiales con intereses en , como Rusia y China, pero también de países que pueden ser considerados aliados del régimen chavista, como Cuba y Bolivia, y otros que todavía reconocen al gobierno de Nicolás Maduro, como Uruguay y México, afectó en gran medida los propósitos del cónclave. La posibilidad de lograr un acercamiento entre los estados que aún sostienen al gobierno de Maduro y aquellos que buscan su salida del poder era importante.

Cabe señalar que, si bien el , instancia multilateral que auspicia el evento, ha reconocido a Juan Guaidó como presidente de Venezuela —siendo partícipe, directa o indirectamente, de las acciones realizadas para poner fin al gobierno de Maduro—, el fracaso de esta estrategia y el debilitamiento de Guaidó han llevado al Grupo de Lima a promover otros caminos. Desde mayo último, el Grupo de Lima está buscando establecer canales de comunicación con países como Rusia y Cuba para buscar una solución conjunta a la crisis en Venezuela. Por ello, aceptar la presencia de Julio Borges en la conferencia (embajador designado por el gobierno interino de Guaidó ante el Grupo de Lima), aunque inicialmente se había descartado la participación de representantes de Maduro y de la oposición, no fue una decisión acertada.

Otro aspecto que también se esperaba de este encuentro internacional era consolidar los contactos que ya se han venido dando entre los diferentes países que, sin defender al régimen de Maduro, buscan una salida democrática a la crisis. Principalmente estamos hablando del Grupo de Lima y el Grupo de Contacto, este último integrado por países europeos y algunos de la región como Uruguay, Ecuador y Costa Rica.

En los últimos meses, el Grupo de Contacto ha ganado mayor relevancia impulsando una salida negociada entre las partes, la misma que viene llevándose a cabo auspiciada por Noruega. Si bien el Grupo de Lima parte de la premisa que cualquier solución debe implicar la salida de Maduro del poder —siendo, por tanto, bastante renuente a una negociación entre la oposición y el oficialismo—, parece estar tratando de flexibilizar su posición, en aras de lograr una postura común. Sin embargo, la cumbre ha evidenciado más diferencias que coincidencias respecto a cuál es el camino a seguir, lo cual favorece al régimen chavista.

Finalmente, esta conferencia también buscaba intentar llegar a acuerdos con EE.UU. La política de la potencia mundial respecto a Venezuela, promoviendo una intervención militar y sanciones económicas —que ahondan más la crisis—, ha recibido muestras de respaldo solo de algunos gobiernos. Y, aunque EE.UU. no forma parte del Grupo de Lima, se le asocia al compartir el rechazo hacia el régimen de Maduro, por lo que el accionar de EE.UU. ha terminado debilitando al Grupo de Lima.

El rol que puede tener EE.UU. es trascendental, especialmente por la existencia de intereses de otras potencias mundiales en la crisis venezolana. Pero es necesario que EE.UU. sea un soporte para los países que buscan una salida democrática y no recurra a medidas que claramente violan el derecho internacional o que terminan causando una situación peor. Desgraciadamente, uno de los temas principales de la conferencia fue el reciente bloqueo económico implementado por el gobierno de Donald Trump contra Venezuela, dejando en segundo plano la posibilidad de dialogar sobre la base de opiniones distintas y acercar posiciones acerca de cómo superar la crisis. Nuevamente, el unilateralismo de EE.UU. en tiempos de Trump hace difícil lograr consensos.