Ilustración: Víctor Aguilar
Ilustración: Víctor Aguilar
Frederick Cooper Llosa

Debo a Fernando (‘Godi’ para sus amigos) buena parte de los valores intelectuales, cívicos, creativos y humanísticos que he procurado labrarme a lo largo de mi vida. Lo conocí cuando aún era estudiante en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). Tuve la fortuna de vincularme a él gracias a Luis Miró Quesada Garland (‘Cartucho’), uno de nuestros principales profesores y un maestro al que muchos debemos agradecer habernos dispensado una formación profesional y cultural tan sólida como comprometida.

‘Cartucho’ era íntimo amigo de ‘Godi’. Juntos habían integrado el grupo fundador de la Agrupación Espacio, una entidad constituida por artistas, arquitectos, escritores y poetas que surgió en 1947 con el propósito de introducir en el Perú el ejercicio contemporáneo del arte y el diseño. Ligada a esa iniciativa se produce la creación del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC), inicialmente una galería cuyo primer presidente fue Manuel Mujica Gallo y cuya primera directiva la integraron, entre otros, Fernando de Szyszlo y Luis Miró Quesada Garland.

Poco después de fundado el IAC ingresé a la Facultad de Arquitectura de la UNI, donde muy rápidamente desarrollé una amistad basada en mi admiración por el talento de ‘Cartucho’ y su apertura hacia los estudiantes que, como yo, abrazamos rápidamente el desafío de incorporar el diseño arquitectónico a la práctica profesional peruana de la arquitectura. ‘Cartucho’ me introdujo muy temprano a ‘Godi’, al punto que pronto devine también director del IAC y un joven contertulio en las reuniones que congregaban a muchos escritores, empresarios y otros arquitectos que procurábamos abrir, dentro del páramo cultural que era entonces Lima, un espacio para el intercambio de intereses, información local y extranjera que nos mantuviera al tanto de la evolución contemporánea del arte y la literatura.

Desde entonces, vale decir hace más de 50 años, encontré en ‘Godi’ a un interlocutor insuperable para asistirme en la farragosa tarea de forjarme una identidad profesional cifrada en una formación intelectual y artística sustentada en la polémica condición de una cultura que evolucionaba impetuosamente luego de haberse gestado inicialmente medio siglo antes. A través de su locuacidad tan versada como amena (y tan comprometida con las raíces turbulentas de nuestro devenir social y estético), pude iniciarme en el convencimiento de que no podría alcanzar forma alguna de madurez intelectual o creativa si mi proceso formativo no se fraguaba bajo el impulso de una curiosidad cultural que abarcara el vasto mundo universal de los intereses creativos que brotaban de su propia experiencia y de su obra.

La asombrosa versatilidad de su bagaje cultural, que solía aflorar a través de un anecdotario impresionante dentro del cual exponía, con una naturalidad asombrosa, fragmentos de poemas legendarios, trozos de conmovedoras prosas, las fascinantes historias de su vinculación con muchos de los principales gestores de la modernidad estética (un abanico que abarcada la música, la poesía, la pintura, la escultura, la arquitectura, el cine y muchos otros géneros), infundió a mi formación el convencimiento de que la madurez de la tarea creativa era inalcanzable si no contaba con los sólidos cimientos de una versación intelectual apasionada y amplia. Esta empatía se asentó a lo largo del medio siglo en que nos frecuentamos mediante conversaciones, viajes, proyectos realizados en conjunto y, sobre todo, gracias al sentimiento de una amistad profunda y generosa que me brindó la infinitud de recursos en base a los cuales pude construir mi propia opción profesional. Siempre amable, dispuesto y generoso, recién ahora, a lo largo de las semanas transcurridas desde su fallecimiento, me doy cuenta de la falta que me hace.

Casi cotidianamente, ante cualquier duda o inquietud política, o ante un evento cultural que podría interesarle a él y a Lila, su entrañable y amorosa esposa, me salta instintivamente llamarle por teléfono. Entonces me doy cuenta de que se nos ha ido para siempre y que, aunque la memoria de su afecto, su lealtad y cariño siga intacta, no podré contar más con el verbo amistoso, inteligente y ocurrente mediante el cual me había habituado a una interlocución tan vibrante y trascendente como fue la que aprendí a escuchar de él desde el primer momento en que lo conocí.